Opinión

Cancillería de Perú, ¿claridad de la calle y oscuridad de la casa?

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Por Rafael Romero

Divinamente una cita bíblica nos recuerda que “quien esté libre de pecado, arroje la primera piedra”; pero en asuntos más terrenales de la política internacional, la coherencia es un requisito de pulcritud, credibilidad y transparencia para la imagen y prestigio de un país.

En este momento el canciller de Perú, Javier González Olaechea, es para unos un bonzo autodeclarado en la OEA y para otros un héroe antimaduro en Venezuela.  Sin embargo, desde Lima Gris hacemos un análisis equilibrado sobre sus actos públicos y sobre la base de evidencias objetivas, incluso non sanctas, acaecidas en la historia reciente de la diplomacia peruana.

Así, hay dos sucesos que se mantienen como un baldón sobre los inquilinos del Palacio de Torre Tagle. Uno, es el complot contra el embajador del Perú en Israel, Fortunato Quesada Seminario, ejecutado innoblemente desde Lima hasta Tel Aviv, el año 2018, donde hay pruebas irrefutables que obran en Cancillería; y el otro suceso es el complot del año 2019 contra el asilo del entonces presidente Alan García en Uruguay.

Esas dos conspiraciones se dieron en medio del vizcarrato y de un común denominador o pivote, Néstor Popolizio Bardales, a quien algunos denominan coloquialmente “el canciller del lagarto”, porque tuvo ese cargo, precisamente, del 2018 al 2019, en plena gestión de Martín Vizcarra. No obstante, otros señalan que Popolizio detenta el verdadero poder dentro de Torre Tagle, al punto de que el propio presidente Pedro Castillo lo nombró en diciembre del 2021 como embajador del Perú en República Checa y desde entonces permanece en el puesto con un sueldo superior a los S/ 70,000 mensuales y va próximo a cumplir 3 años en ese “dorado” cargo con sede en Praga.

En suma, frente al esclarecimiento de esos dos hechos, porque se debió llegar a la verdad en ambos affaires, el de Fortunato Quesada y el de Alan García, nuestro apreciado canciller Javier Gonzales Olaechea, pudo hacer mucho en provecho de los principios que predicó en la reunión de la OEA, el pasado 31 de julio, a propósito de las elecciones en Venezuela.

Peor cuando documentos oficiales del Ministerio de Relaciones Exteriores, correspondientes a los procesos disciplinarios contra los diplomáticos José Boza y Pedro Rubín, así como las investigaciones a los exservidores Romina Tevez y Jesús Alvarado, destapan que Popolizio ordenó un complot desde Lima, con el objetivo de sacar del cargo de embajador del Perú en Israel, Fortunato Quesada. Todo eso pesó para que el Poder Judicial, en sentencias de primera y segunda instancia, anule la resolución ministerial firmada por Popolizio con la cual sacó a Quesada de la carrera diplomática en menos de 10 días.

Sin embargo, González-Olaechea todavía está a tiempo de hacerlo porque como ministro de Estado tiene en su despacho una andanada de normas legales, nacionales e internacionales, que lo respaldan para hacer cumplir la ética pública, la integridad, la lucha anticorrupción y la justicia institucional en su sector, donde los derechos humanos y la dignidad personal jamás pueden ni deben quedar pisoteados.

El canciller peruano está en condiciones de hacer ese trabajo para sacar la mala sangre en Torre Tagle, es decir acabar con las argollas burocráticas de impunidad, para proceder en coherencia con sus propios ideales expresados en el caso de la democracia venezolana, tras las elecciones del 28 de julio, por lo que no debería repetir la parsimonia, procrastinación o complicidad de sus antecesores Maúrtua, Meza Cuadra, Wagner, el propio Popolizio, Landa y Gervasi.

Esto, pese a que algunos hayan dicho que González-Olaechea, durante su participación en la OEA, “golpeó la mesa, gritó o amenazó”, tal como lo aclaró debidamente en su cuenta de X, y aún cuando el presidente del Consejo Permanente de la OEA le criticó por una supuesta actitud confrontacional y desde otros ángulos le achacaron los adjetivos de “irrespetuoso”, “agresivo”, “amenazante”, etc.

Empero, recordemos que Ronald Sanders dijo en la sesión de la OEA que “Por primera vez en nuestra organización hemos tenido un ministro que ha hablado más que cualquier otra delegación de forma conjunta. Hemos demostrado mucha tolerancia, mucha paciencia y cierta acomodación también escuchando los comentarios del ministro durante tanto tiempo”.

En esencia, Cancillería debería terminar con los cenáculos de poder o con las vacas sagradas, pues no hacerlo lo único que confirmaría es por qué el gobierno de Boluarte tiene solo 4% de aprobación. Y si bien no hay democracia en Venezuela, ¿cuántos abusos existen en medio de la impunidad dentro de la seudo democracia peruana? Ahora, recordando lo dicho el siglo pasado por Javier Silva Ruete, “un ministro asume el activo y el pasivo”, y el canciller de Perú no será la excepción. Por lo demás, ni hablar de Atahualpa y la Polinesia.

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