El hacedor de la preciosa casa de las artes y los oficios.
Escribe: Marcial Luna Fotos: Nacho Correa
“Azul Ciudad Cervantina” es una de las consecuencias de la impronta cultural de un abogado filántropo y bibliófilo que vivió en ese distrito argentino durante la primera mitad del siglo XX. Ejerció la abogacía, fundó instituciones y, entre muchas otras actividades, creó la revista Azul, en la que publicaron destacados autores, como ha sido el caso de Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Raúl y Enrique González Tuñón, Norah Lange y Alfonsina Storni. Fue retratado por Anatole Saderman y dedicó tiempo a otra de sus pasiones: la fabricación de juguetes de madera. En 2008 el escritor inglés Julian Barnes visitó la casa y donó la edición del Quijote más antigua que se conserva en la colección.
El poeta español Rafael Alberti, el
día 23 de junio de 1946 abrió su libro A la pintura. Cantata de la línea y
del color —editado un año antes por Imprenta López, en Buenos Aires— y, en
la página de gentileza, escribió: “Para Santa y el Dr. B. Ronco, en su preciosa
casa de las artes y los oficios. Con el cariño de Rafael Alberti”.
No es ésta la única dedicatoria que
se atesora en la voluminosa biblioteca personal del personaje de nuestra
historia de hoy. Existen otras muy significativas:
“A Bartolomé J. Ronco —experto en
todo lo que justifica la difícil profesión de vivir—. Muy amistosamente, Oliverio
Girondo”. Lo hizo en su libro Persuasión de los días, de Ediciones
Losada, el 19 de agosto de 1942.
Otra celebridad de las letras universales, en su flamante volumen Evaristo Carriego —publicado en 1930 por M. Gleizer Editor—, con su diminuta caligrafía, dedicó: “A Bartolomé J. Ronco, con mi admiración y amistad. Jorge Luis Borges”; debajo, indicó su domicilio: “Calle Pueyrredón 2190, en Buenos Aires”.
Existen, como las citadas, unas
ciento sesenta dedicatorias de encumbrados escritores de renombre
internacional. Naturalmente, surge el interrogante: ¿Quién fue Ronco, hombre al
que tantos creadores admiraron y dedicaron sus obras?
Ciudad Cervantina
Azul, fundada en 1832, es una ciudad del centro de la provincia de Buenos Aires establecida a 300 kilómetros de la capital argentina. Tiene un importante acervo cultural. El 23 de enero de 2007, por poseer una de las bibliotecas con mayor número de ediciones del Quijote —en la casa que perteneció al doctor Ronco— el Centro UNESCO Castilla-La Mancha la designó oficialmente como Ciudad Cervantina de la Argentina. En octubre de este 2019 el Festival Cervantino de la Argentina de la ciudad azuleña celebra su décima tercera edición.
El prestigio y renombre cervantino
que ha adquirido la ciudad en los últimos tiempos tiene su origen en la figura de
Bartolomé José Ronco, abogado que dedicó buena parte de su vida a coleccionar
ediciones de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, como también
del poema gauchesco Martín Fierro. Como bibliófilo, por otra parte acopió
volúmenes relacionados con las ciencias sociales y las naturales, el
enciclopedismo, ediciones en varios idiomas, además de una colección
hemerográfica de publicaciones periódicas locales.
Ronco falleció a los 71 años de
edad, el 6 de mayo de 1952. En la edición especial de ese día, el diario El
Tiempo de Azul incluyó una extensa necrológica de la que extraemos algunos
párrafos en los que la habitual crónica periodística dio paso a una veta más sentida
y subjetiva: “Se fue yendo de a poco y en la tentativa postrer del cariño que
lo rodeaba fue llevado a la Capital Federal en procura del milagro que no se
realizó. Y hoy por la mañana su espíritu inmenso buscó la inmensidad, pero no
sin antes llegarse hasta este Azul de sus fructificaciones inigualadas. Y en
ese momento sentimos la noche en la claridad del día y se inclinó la frente de
este pueblo y se empañaron los ojos y su alma se hizo plegaria.”
Bartolomé José Ronco nació en Buenos Aires el 7 de julio de 1881; en 1905 se graduó como Abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA (Universidad Nacional de Buenos Aires). En la nota necrológica del diario El Tiempo se aportan esos datos biográficos, como también los siguientes: “Se radicó en Bahía Blanca [y se desempeñó como] secretario de la Cámara de Apelaciones”, para luego establecerse en Azul, donde trabajó en “los Tribunales del Departamento Sud Oeste [y fue, además,] abogado del Banco de la Nación Argentina hasta el año 1944 en que se jubiló.”
Vivió en Azul más de cuarenta años,
en los que sus iniciativas se fueron multiplicando y, sobre todo, integrando.
Aseguró El Tiempo: “Publicó libros, revistas y folletos, [Ronco fue un
hombre] que viajó mucho, que mereció el insigne honor de ser miembro de la
Academia Nacional de Historia [y además] dio impulso a la Biblioteca Popular de
Azul que presidió en los últimos veinte años; [también] creó la Asociación
Cultural de Azul, antecesora autorizada de todo lo que es hoy la vida
espiritual de la ciudad; formó el Museo Etnográfico y Archivo Histórico de
Azul; fue iniciador o propulsor de instituciones como la Universidad Popular ‘José
Hernández’, la Agrupación Artística ‘Maná’ [y la de] ‘Amigos del Colegio Libre’.”
Los restos de Ronco fueron velados en la casa donde residió, la que atesora hoy
dos de las colecciones —Cervantina y Hernandiana— más importantes que se
conozcan.
El gran anfitrión
Precisamente la escritora Norah
Lange, esposa de Oliverio Girondo, en una de las obras que dedicó a Ronco de
puño y letra, le agradeció por su amistad y le atribuyó la cualidad de ser un
gran anfitrión. Su casa en San Martín y Rivadavia era, para muchos
autores argentinos y extranjeros, el escenario propicio para largas sobremesas,
charlas fecundas y estadías inolvidables.
En la biblioteca de la Casa Ronco existen
algo más de ocho mil quinientos volúmenes; de todos ellos, aproximadamente dos
mil ochocientos fueron reencuadernados por María de las Nieves Clara Giménez
(llamada Santa por sus allegados), con quien Ronco contrajo matrimonio
en 1908. Margarita, su única hija, nacida en 1909, falleció en plena
adolescencia. Ello significó un durísimo golpe para la familia constituida por
Santa y Bartolomé; de esos tan contundentes que son insuperables.
A la par que desarrolló su
profesión como abogado, creó publicaciones que fueron mojones de la gráfica
argentina y sobre las cuales faltan aún estudios profundos. En 1924 Ronco fundó
la revista Biblos junto a Rafael Barrios y en 1930 la revista Azul,
que publicó once ediciones espléndidas —con la codirección de Pablo Rojas Paz
en los dos últimos números—, en la que José Martí publicó Muerte del
Presidente Gardfield; Borges, sus artículos La supersticiosa ética del
lector y La postulación de la realidad; Enrique González Tuñón (El
hombre contradictorio); Norah Lange (Para un niño que ha de nacer y Los
cantos de los Eddas); Roberto Arlt (Un alma al desnudo); Raúl
González Tuñón su obra Blues de Limehouse; así como notables artículos
de historiadores, como fue el caso de Federico Barbará (Usos y costumbres de
los indios pampas) o Abdón Arozteguy (El gaucho).
Desaparecida en 1931 la revista Azul, en 1935 Ronco creó la Gaceta Comercial y Judicial, cuya dirección encargó a su colega Germinal Solans, quien luego se desarrolló como prolífico historiador y periodista.
Ediciones sublimes
De la vasta colección Hernandiana,
probablemente una de las principales reliquias esté constituida por el ejemplar
El gaucho Martín Fierro, de José Hernández, editado en Buenos Aires en
la Imprenta de La Pampa en 1872. Además de una encuadernación en cuero con las
iniciales de Ronco (BJR), se trata de un ejemplar de edición príncipe que
perteneció a Estanislao S. Zeballos. Otro rasgo sobresaliente es que posee
correcciones de puño y letra del propio Hernández.
Hasta el año 2008, la edición más
antigua de la obra fundamental de Cervantes en la biblioteca del doctor Ronco
era la publicada en 1697 en Amberes, Bélgica, por Enrico y Cornelio Versusen —el
título original es Vida y Hechos de Ingeniofo Cavallero don Quixote de la
Mancha—. Pero ese aspecto se modificó en 2008, cuando visitó Azul el
escritor británico Julian Barnes, junto a su esposa, la reconocida editora Pat
Kavanagh.
Uno de los actuales responsables de la Casa Ronco, Ernesto Arrouy —anfitrión en nuestra visita—, explicó a Lima Grisel modo en que cambió la historia de la edición más antigua que allí conservan: “En febrero de 2008 nos visitó el escritor Julian Barnes y su esposa Pat, que fue una editora muy importante en Inglaterra y Estados Unidos. Ellos vinieron por invitación de Tomás Gibson, que tiene campos aquí en Parish [paraje perteneciente al distrito de Azul]. Son amigos personales de Londres. Gibson tiene una casa de arte allí. Ese verano Barnes dio unas charlas en Chile y luego estuvo descansando en el campo cercano a Azul. Cuando estuvo aquí [Casa Ronco], se sorprendió de que en medio de la pampa existiese una colección tan importante. Cervantes es uno de sus escritores favoritos. En ese momento él tomó una suerte de compromiso y dijo: ‘Tenemos en Londres una edición antigua. Se la vamos a enviar en donación’. Se fueron y aproximadamente a los seis meses falleció la esposa de Barnes. En enero de 2009 regresó Gibson a Casa Ronco, con una esquela y el libro donado por Barnes. Lo donó en homenaje a su esposa. Se trata de la tercera edición de la primera traducción al inglés. [The history of the valorous and Witty-Knight Errant, Don Quixote of the Mancha. Written in Spanish by Michael Cervantes. London, Printed by Richard Hodgkinson, 1672.] La traducción pertenece a Thomas Shelton.
Arrouy subrayó que esta edición
donada por el escritor inglés “tiene la particularidad de que la Primera Parte
fue impresa en 1675 y la Segunda en 1672. El libro incluye ambas partes, por
eso es una edición muy curiosa, además de valiosa. Un acto de una generosidad
extraordinaria de Julian Barnes, sin dudas.”
Al momento del fallecimiento de
Ronco, “la Colección Cervantina contaba con unas 300 ediciones; actualmente
superan las 570. La Colección Hernandiana en 1952 tenía aproximadamente 150
ediciones, y a la fecha hay más de 450”, precisó nuestro anfitrión.
Entre las reliquias que —además— posee la Casa Ronco, se encuentran los retratos que Anatole Saderman —fotógrafo retratista ruso— le realizó al filántropo azuleño. Arrouy lo contextualizó: “En el año 1942 Saderman visitó Azul y fotografió a Ronco en varias tomas realizadas en esta casa, todas con el mameluco de carpintero y una, además, leyendo en su sillón”.
Los juguetes y los niños
Bartolomé Ronco tenía en la casa su
pequeño taller de carpintería, al que denominó “San José de Apillá”. En una
entrevista que le concedió al Diario del Pueblo y que se publicó en la portada
de la edición del 24 de diciembre de 1942, el propio Ronco expuso los
fundamentos de esa otra pasión que ocupaba sus horas posibles:
“Azul ha llevado a la práctica
iniciativas de gran trascendencia económica y la industria del juguete es
altamente promisoria […] Para el juguete no hay crisis. Podrán o no valer las
vacas y los campos; pero siempre será el apogeo del amor a los niños […] Yo
carezco de capacidad comercial para llevar adelante una industria. Sólo soy un
hombre de iniciativas. La iniciativa del juguete me interesa profundamente, y
también me emociona. Me interesa, porque veo en ella una fuente de recursos
para infinidad de gente […] Me emociona, porque el juguete supone el niño y el
niño supone el amor. Felices los que tienen un niño a quien poder besar.
Felices los que pueden comprar un caballito de madera o un payaso multicolor
para un niño. Felices los que comen un pan menos o beben un vaso menos de vino,
para llevar una muñeca a su nena […] Mi pensamiento era regalarlos a todos los
niños de Azul, porque creo que los juguetes los mismo que las estrellas, que
los versos, que las flores y los besos de una mujer están fuera del comercio y
no deben venderse”.
La libertad, siempre
Mi padre, Marcial Heriberto Luna —nacido
en 1930; extrabajador de Diario del Pueblo—, ingresó a los catorce años en
la Biblioteca Popular, institución que hoy lleva el nombre de Ronco. Me reveló
una anécdota que, probablemente, “pinte de cuerpo entero” al doctor Ronco.
Promediaba la década del cuarenta. Lo
encontró cierta mañana en la Plaza San Martín, la zona céntrica de la ciudad.
En una de las esquinas un hombre se había apostado al lado de una jaula enorme:
se ganaba la vida vendiendo a los transeúntes una variedad de pájaros. Mi padre
vio cuando Ronco se le acercó al vendedor, le preguntó qué precio tenían todos
esos pájaros y, luego de obtener una respuesta, le extendió los billetes
correspondientes. De inmediato, el Hacedor de la preciosa casa de las Artes
y los Oficios corrió la traba de la jaula y los liberó.
Ronco y mi padre se quedaron mirando cómo los cardenales y cabecitas negras, mistos y jilgueros, cotorras y corbatitas, aleteando con una energía colosal, empujados por la libertad recuperada, comenzaron a ganar altura hacia el cielo azuleño.
(ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA IMPRESA LIMA GRIS N° 18)