Luego del triunfo en la Batalla de Junín, las tropas derrotadas del Ejército Realista, se dirigieron al Cuzco donde se encontraba aun intacto el poder español al mando del virrey del Perú, el Teniente General José de La Serna. Este ejército constaba de 9,310 hombres y 11 cañones. Encabezados por el virrey, y a marcha forzada desde la Capital del Antiguo Perú, cruzando montañas y ríos, salieron en busca de una victoria capaz de evitar el final del poder europeo en sus antiguas colonias de América.
Contra este Ejército Realista, se debía enfrentar el Ejército Unido Libertador —el Glorioso Ejército Patriota— compuesto de 8,500 guerreros con un solo cañón y que conformaban un grupo heterogéneo: procedían de Perú, Argentina, Venezuela, Colombia y Chile. Al frente de ellos, Simón Bolívar, había puesto al frente a un general de solo 29 años pero con gran experiencia militar, ya que había empezado su carrera militar muy temprano, a los 16 años era nombrado en Venezuela, Coronel del Ejército de Liberación: Antonio José de Sucre.
En noviembre de 1824, se acercaba el final de las escaramuzas y Bolívar creyó necesario dirigir, mediante misivas, unos sabios consejos a Sucre. Fueron los siguientes: “Es preciso tener una extraordinaria circunspección y sumo tino en las operaciones para no librar la batalla sin tener una absoluta seguridad de un suceso victorioso. Hay que tener en cuenta que el genio de San Martín nos hace falta y solo ahora comprendo por qué dio el paso para no entorpecer la libertad que con tanto sacrificio había conseguido para tres pueblos”.
Esta carta fue remitida a Sucre dos años después de la partida de San Martín del Perú y un mes antes de la Batalla de Ayacucho. Para esos momentos, Bolívar era presidente de la Gran Colombia y dictador del Perú nombrado por el mismo Congreso peruano, recibió una notificación desde Bogotá, firmada por el vicepresidente, el tristemente recordado, Francisco de Paula Santander, donde le comunicaban que, si se mantenía como jefe del ejército peruano, le revocaban la jefatura del ejército patriota de la Gran Colombia, de manera que tuvo que delegar el mando de su ejército al general Sucre. Esa fue la razón por la que el Libertador Simón Bolívar no estuviera al mando del ejército en la Batalla de Ayacucho.
Bolívar y Sucre, artífices de la derrota final a España.
Fue el 9 de diciembre de 1824. Los aliados patriotas ocupaban el pequeño llano de la Pampa de Quinua de aproximadamente un kilómetro de largo a 3,530 metros sobre el nivel del mar, cortado por profundas barrancas. Sobre ese llano, parte de sus laderas ocupadas por los españoles, se alzaba la cordillera del Condorcunca, imponente y mudo testigo de la liberación definitiva del Nuevo Mundo en una de las batallas más decisivas de la historia.
La música de las bandas militares aumentaba la emoción del momento y a los grises y verdes de la naturaleza se sumaban los sombríos colores de las chaquetas de los patriotas y los brillantes tonos de los abigarrados uniformes españoles. La luz de la mañana realzaba los estandartes y hacía relumbrar los metales de las armas de ambos ejércitos. A las ocho de la mañana de aquel jueves 9 de diciembre, vistiendo su guerrera galoneada de oro, con medallas y grandes cruces, apareció el mariscal Monet, a cuyo mando estaba una división realista, para parlamentar con el coronel Córdova, de 24 años, que comandaba una división patriota. Siguiendo el ejemplo de los paladines del Medioevo antes de entrar en batalla, Monet propone que se permita a los hombres de cada bando que tengan hermanos, parientes y amigos en el contrario, reunirse y abrazarse antes de la batalla. Córdova pide permiso a Sucre y éste lo concede. Entonces, unos cincuenta hombres de cada lado, dejando sus armas atrás, avanzan al campo que separa los dos ejércitos y allí confraternizan durante casi treinta minutos sobre aquel terreno que pronto habría de ser de lucha y muerte.
Escenificación de la Batalla de Ayacucho.
El mariscal Monet sugiere la paz. Córdova contesta que esta sólo será posible si acepta la total independencia del Perú. Monet habla de la superioridad de hombres y armas españolas pero el valiente general Córdova replica que los dioses de la guerra decidirán. Tras esta ceremonia, Monet se retira y los soldados vuelven a sus filas. Todo está listo para la gran batalla final.
Alrededor de las diez y media de la mañana se inicia la batalla. Viendo que el centro español estaba en desorden, que la izquierda española había avanzado demasiado y no queriendo esperar pasivamente que la fuerza total del enemigo se le echara encima, Sucre ordenó a Córdova cargar de inmediato con sus columnas de infantería protegidas por la caballería del general Miller. Córdova, tras encabezar la carga de su infantería, se bajó del caballo y matándolo con su sable gritó: “¡No quiero medios de fuga! La orden es de avanzar. ¡Hagan fuego a discreción!” Un oficial preguntó: “¿Avanzar a qué paso coronel?”. Vino rápido la respuesta: “¡A paso de Vencedores!”.
El batallón Conquistador y las Legiones Peruanas se lanzaron heroicamente contra el cuerpo de la derecha del enemigo que se había reunido pasadas las barrancas y estaba ofreciendo renovada resistencia. El ala izquierda de los patriotas se recuperó, se reagrupó y se unió rápidamente a la carga iniciada por Córdova. Pronto la derrota española fue completa y absoluta. Córdova mandó entonces sus tropas laderas arriba del Condorcunca y así capturaron la artillería española, dispersaron las reservas españolas e hicieron prisionero al virrey que se encontraba herido, mientras el mariscal La Mar, en un esfuerzo enérgico, cerró las brechas de su flanco y el general Lara, avanzando por el centro, aseguró la victoria.
Capitulación española firmada en el pueblo de Quinua.
Esta narración está, en su mayor parte, tomada de la carta que Sucre le envía a Bolívar informándole sobre la batalla ganada. Aunque Sucre elogia a Córdova, a quién asciende en el mismo campo de batalla al rango de General de División, su carta no contiene alabanza alguna a sus propios esfuerzos antes y durante la batalla.
Es menester también destacar la participación de la mujer guerrera en la batalla, siendo el estandarte Manuela Sáenz, quién ya había participado en la Batalla de Junín donde, por su coraje y valentía, Bolívar la asciende al grado de capitán en Húsares. En la Batalla de Ayacucho ella participa activamente y Sucre, en el parte oficial de la batalla dirigido a Bolívar, indica: “Se ha destacado particularmente doña Manuela Sáenz, por la valentía, incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando el avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos. Doña Manuela merece un homenaje particular por su conducta; por lo que ruego a S.E. que le otorgue el Grado de Coronel del Ejército Colombiano”. Simón Bolívar le confiere el grado de Coronel del Ejército Colombiano a Manuelita Sáenz, un hecho histórico que está escrito en la historia de la Independencia de América.
La nobleza del carácter de Sucre se pone de manifiesto en el contenido de la carta que envía a Bolívar, ya que indica lo siguiente:
“Aunque la posición del enemigo es la de rendición incondicional, yo creí digno de la generosidad americana el rendir ciertos honores a aquellos que durante catorce años habían sido vencedores en Perú. Por lo tanto, la capitulación fue firmada en el campo de batalla. Se permitía a todos los oficiales realistas retener sus uniformes y espadas. Todo soldado español era devuelto a España con cargo a la República peruana, la que también les abonaba la mitad de sus pagos durante el viaje de retorno. Mediante estos términos, el resto del ejército español nos fue entregado, junto con todo el territorio ocupado por sus armas, todas sus guarniciones, sus parques de artillería, arsenales y pertrechos, más el fuerte de El Callao con sus equipos”.
Y añade: “Consecuentemente, el Ejército de Liberación tiene ahora en su poder al ex Virrey, teniente general José de La Serna, su jefe de Estado Mayor, teniente general Canterac, los mariscales Valdez, Carratalá, Monet y Villalobos, 19 brigadieres generales, 10 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 comandantes, y otros oficiales. Mas de 2,000 soldados fueron hechos prisioneros y se les tomó una inmensa cantidad de rifles, municiones y todo el equipo militar que poseían, 1,800 de sus muertos y 700 heridos fueron, en la Batalla de Ayacucho, las víctimas de la obstinación y temeridad española”.
Y concluye Sucre su carta a Bolívar así: “La guerra ha terminado, la Independencia del Perú está asegurada. La única recompensa que pido es la continuación de vuestra amistad”.
Obelisco en la Pampa de Quinua conmemora la batalla por la libertad de América.
Al leer esta carta en su casa, en Lima, cuentan que Bolívar danzaba alrededor del salón gritando: “¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria!” Y sin duda, que tenía razones para regocijarse, porque Ayacucho completó la liberación del Perú y de América. Ayacucho era el triunfo definitivo. El Libertador Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco, estaba ahora en la cima de su gloria, después de una lucha incansable de más de 15 años, planeando y dirigiendo 500 batallas libradas y liberando países que, juntos, sumaban diez veces el tamaño de España, era por tanto justo que se rindiera tributo al General Sucre.
La Batalla de Ayacucho marca el punto más alto de la gloria de América y es la obra del General Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá. Su preparación fue perfecta y su ejecución impecable. El general Sucre, general de generales, Gran Mariscal de Ayacucho, de formación militar tanto en Caracas como en España, puso sus conocimientos al servicio de la independencia y libertad de los pueblos, ideal que se acrecienta al conocer a Simón Bolívar en 1817, a partir de allí se convierte en el socio ideal del Libertador y participa de muchas batallas, llegando finalmente a comandar el triunfo del Ejército Patriota en la Batalla de Ayacucho.
Las pérdidas de los patriotas en Ayacucho, a pesar de sus desventajas iniciales, fueron 379 muertos y 600 heridos. El saldo total de bajas de esta batalla, una de las más grandes de toda la Guerra por la Independencia, fue de casi 2,200 muertos y 1,300 heridos. Los ejércitos y quienes los comandaban pelearon al máximo de sus fuerzas y con la más tremenda de las tenacidades, como lo evidencia el gran número de bajas producidas en menos de dos horas de lucha.
Plaza de Armas de la ciudad de Ayacucho.
Después del triunfo de la Batalla de Ayacucho, el general Olañeta, atrincherado en lo que entonces se llamaba el Alto Perú, hoy Bolivia, se negó a acatar la rendición de su virrey, pero gran número de sus tropas desertaron al poco tiempo y su guarnición de Cochabamba abrió las puertas a los patriotas. Se registraron unos cuantos enfrentamientos y el 13 de abril de 1825 un encuentro final en el que Olañeta cae gravemente herido. También en el Puerto de El Callao, el general Rodil, se negó a aceptar las condiciones de la Capitulación de La Serna y opuso fuerte resistencia, manteniendo más de un año aquella ciudad amurallada. Finalmente se rindieron y se entregaron. La bandera española de El Callao fue la última en ondear sobre Sudamérica. ¡Gloria eterna a los héroes y soldados que ofrendaron sus vidas en la lucha por la Libertad!
Hoy Ayacucho es una de las 25 Regiones que tiene el Perú, la Pampa de Quinua, el escenario de la libertad de América, se encuentra a 37 kilómetros de su capital, la hermosa ciudad de Ayacucho que tiene un clima templado durante todo el año, gente amable y respetuosa con gran fe católica expresada en su Semana Santa y en sus 33 iglesias. Tierra de músicos, compositores y poetas, tiene, además 11 provincias, cada una de ellas con sus propias características y riquezas naturales y es, por siempre, La Cuna de la Libertad Americana y allí siempre florece la flor de la libertad.