El fin de semana que pasó y tal vez como una extensión al ardiente 14 de febrero que nos ha tocado este verano, el hotel Sheraton de Lima fue el lugar escogido por los organizadores del Perú Salsa Congress 2013 para vivir aquella otra pasión que llevamos en la sangre desde el inicio de los tiempos: el baile. Y esto es noticia, ladys and gentlemans, pues este evento, que año tras año congrega a bailarines de todo el planeta, se ha desarrollado en lugares tan “exóticos” para la salsa como Dubai, Emiratos Árabes, Japón, Guadalupe, Hong Kong y en países europeos como Holanda, Hamburgo, Francia e Inglaterra.
Organizado en Perú por el infatigable Luis Zegarra y animado nada menos que por Albert Torres, el gran promotor portorriqueño de origen norteamericano conocido como “el embajador de la salsa” y uno de los responsables de conciertos de leyendas como La Fania, Eddie Palmieri o Larry Harlow, contó con la participación de grupos de baile y parejas de todas partes del mundo que compiten por un cupo para el mundial de salsa que se desarrollará en Nueva York en noviembre de este año.
Si de por sí llamarse “salsero” no es cosa fácil, ingresar al mundo de los grupos de baile y de las coreografías es cosas seria. El segundo nivel del Sheraton, acondicionado para que desfilen las parejas y grupos en turnos de 3 a 4 minutos para demostrar todo su talento con una canción previamente seleccionada, ofrecía en el vestíbulo una amplia gama de zapatos y zapatillas especiales para el baile, con suelas de goma antideslizantes y en colores rojos, blancos, negros o naranjas de acabado acharolado.
La noche inicia con la aparición en el escenario de un grupo de bailarines peruanos que interpretan un “negroide arequipeño”. Al silencio inicial ante la sorpresa del número le siguen las primeras muestras de aceptación: movimientos de hombros entre los asistentes (más de 300 personas, tranquilamente), palmadas en las rodillas y finalmente los aplausos.
El sonido de una trompeta inunda el salón y ya están los nuevos bailarines en el entarimado que, según informaron al final del show, estará mejor armado el próximo año para evitar accidentes (el piso se había abierto ligeramente y esto, para quienes caminan con tacos y realizan piruetas coreográficas, puede ser mortal). A mi lado, una bailarina puertorriqueña acaba de colocar su tobillo sobre el respaldo de una silla contigua. Su muslo, tenso, es una insinuación al pecado. Me sonríe y la veo bajar la pierna y subir la otra. Sabe que es hermosa, y sabe también que me ha maravillado. Le pregunto cuánto tiempo le toma el calentamiento previo al concurso, cinco minutos exactos, me responde algo agitada. Hace calor y no sé si es porque son las diez de la noche en un salón alfombrado en este verano mercurial, o es esta bailarina que, enfundada en un traje turquesa y adornado con lentejuelas, se dispone a agitar la noche en busca de un cupo para el mundial de Nueva York.
Aparece en escena una pareja de Nueva Zelanda. “¿Y estos?” dice alguien, e imagino que se debe a la distancia y al ritmo, pero entonces ambos arrancan y no paran hasta la descarga donde todo es fuego, es sangre, ritmo y belleza. Ambos se disuelven en el escenario y la falda de ella es como la flor de un clavel agitado por la euforia, que se eleva por los aires para luego caer y cerrar todo con una sonrisa agitada y el aplauso de todos, de pie, que cubre a la música.
Y así desfilan las delegaciones de Venezuela, Perú, Puerto Rico, Italia, Holanda, Chile, (los más aplaudidos por una delegación importante y porque tuvieron unas presentaciones destacadas, que hicieron agitar los hombros a más de uno), y Colombia, sin duda una de las mejores delegaciones y cuyas bailarinas estaban entre las más hermosas del evento. La delegación argentina trajo una sorpresa que me hizo recordar aquellos años difíciles de la Unión Soviética, donde era casi imposible salir de aquel país continente: el testimonio de Sol y Diego, ambos esposos en luna de miel, que aprovecharon el engorroso trámite en su embajada (no es tan fácil para los argentinos ahora salir de su país, mucho menos conseguir dólares para hacerlo) y hacer realidad uno de sus sueños: bailar salsa de competición. Y qué bien que lo hicieron.
Aparece el grupo peruano vestidos de punta en blanco y que responden a una coreografía en la que un niño escucha una salsa en sus audífonos. Mezcla de hip hop con salsa, al inicio esta performance saca de cuadro a más de uno… hasta que empiezan a bailar todos juntos y entonces los movimientos perfectamente calibrados de hombros, cambios de velocidad en los pasos y ese swing que todos comparten hacen ponerse de pie a todos los asistentes, que empiezan a bailar en sus asientos. Y cuando terminan y son aplaudidos tres veces más entra en escena un colombiano de ojos rasgados que se mueve como poseído por el demonio y agita las piernas como si se estuviera quemando. Y es que ya a esas alturas todos los asistentes eran parte de la euforia de la música, el baile, los pasos, las coreografías (un grupo de Canadá ofreció un baile pop que no estuvo nada mal aunque actuaron como invitados), y en la sala se confundían bailarines de varios países que quizá competían en varios eventos y se conocían de distancias y tiempos y sueños compartidos.
Mención aparte es la presentación, por primera vez en Lima, del estupendo bailarín Frankie Martínez, que hipnotizó a la audiencia con sus pasos y movimientos corporales.
Martínez es uno de los bailarines de salsa más importantes del mundo, famoso por su fusión del mambo salsa y por las coregrafías que domingo a domingo enseñaba en el Ene hair salonn y que mereció la atención de medios como el New York Times, el New Yorker, El Diario, La Prensa, el periódico Hispano de New York y varias revistas de Francia y Alemania, destacando su reportaje en Fox News titulado “212”.
El Perú Salsa Congress 2013 no es solo un evento donde se reúnen los mejores bailarines salseros de la región, es también la oportunidad para que estos y los noveles debutantes (impresionante lo hecho por la delegación juvenil colombiana) tengan la oportunidad de acceder a un sueño mayor: ser los mejores del mundo en aquel baile que encierra, cortejo, pasión, fuego y cientos de historias: la salsa.