El show, según los boletos comprados en Julio y los constantes anuncios electrónicos enviados por los organizadores, estaba programado para empezar a las 8 de la noche. Eran las 7 y 40 y el Madison Square Garden no daba señas de querer llenarse. Sin embargo 4 meses atrás las entradas estaban prácticamente agotadas. De acuerdo a los dispositivos de seguridad, las puertas se habían abierto a las 7 en punto y los guardias revisaban bolsas, chaquetas, zapatos y correas, siguiendo el mismo procedimiento aplicado en cárceles y aeropuertos. Una vez adentro, en el vestíbulo, se podía aflojar un poco los músculos y aplacar el frío. Afuera el clima estaba helado, 0 grados centígrados. Afortunadamente no hubo necesidad de hacer cola. Invierto unos momentos para admirar la parafernalia de camisetas, vasos, afiches, libros y, por supuesto, discos con el logo de “Eagles”.
Después de subir 5 interminables escaleras mecánicas y caminar el largo pasillo hasta la sección donde estaba ubicado mi asiento (bastante alto para mi gusto, pero fue lo mejor que conseguí), recordé apreciar el lugar donde me encontraba. El Garden es una de las marcas registradas de Nueva York, sede de eventos históricos en el campo artístico, deportivo y político. Mi memoria selectiva -y excluyente- trae al presente imágenes de notables combates protagonizados por el campeón mundial de los pesos completos, Joe Louis, en las décadas del 30’ y 40’, así como escenas de la impresionante manifestación del partido nazi americano en tiempos de Hitler.
Entonces realizo mi primer viaje al baño para calmar los nervios y la vejiga. Cuando estoy leyendo la publicidad colocada estratégicamente arriba del urinario, escucho el ruido de un movimiento mayor. Corro de regreso a mi sitio.
La primera ovación ocurre cuando Glenn Frey aparece en el escenario –y en la super pantalla gigante dispuesta en la parte más elevada del coliseo para que nadie pierda detalle alguno- caminando distraídamente, como un peatón cualquiera en la Séptima Avenida, con su guitarra acústica al hombro. Si alguien lo viera en la calle, no podría pensar que es el co-líder de una de las bandas más importantes en la historia del rock.
El concierto empieza 15 minutos después de lo previsto. Glenn agradece la asistencia en una noche de Lunes (feriado en los Estados Unidos para conmemorar a los veteranos de guerra) e invita al proscenio a su socio de toda la vida. La segunda ovación de la noche es para Don Henley, a quien la concurrencia recibe de pie. Ambos toman asiento en unas sillas al centro del entablado, mientras las luces se apagan y sólo un potente reflector los ilumina. Entonces empiezan a pulsar sus guitarras.
Realizan la apertura con “Saturday Night”, una balada de estilo country que proviene de su segundo álbum, “Desperado”, de 1973. Luego siguen con “Doolin Dalton”, tema del mismo disco. Al terminar, Glenn comenta el origen de estas piezas: En 1972 un miembro de la banda recibió como regalo de cumpleaños un libro sobre los forajidos del viejo oeste. El grupo quedó tan sorprendido con las aterradoras ilustraciones y las historias de supervivencia, soledad y desesperación, que dedicaron no una canción sino un álbum entero a los sombríos personajes que vivieron esa dura época. Incluso cada uno de los “Eagles” aparece en la portada vestido como pistolero del salvaje y lejano oeste.
A la primera pausa, aprovecho para curiosear alrededor. El Garden luce ahora algo más lleno. Algunos tardones siguen llegando, interrumpiendo, tapando la visión mientras buscan sus butacas y hacen preguntas al acomodador. Muchos –por no decir la mayoría- traen vasos de cerveza, gin o vodka que compran en el bar del corredor. Nadie espera actos de vandalismo por parte de los espectadores. Bueno, ninguno de ellos es un adolescente descontrolado. De hecho, alcanzo a ver una señora cargando un pequeño balón de oxígeno portátil, pero sin soltar su trago en la otra mano. El inequívoco olor a marihuana que reconozco en algún momento de la noche, ¿será una de esas nuevas recetas legales para aliviar ciertos dolores? Una política graciosa de la organización (la he visto también en los estadios) es que las botellas de agua las venden sin tapa. “¿Cuál es el motivo? ¿Qué daño puede hacer la gente con esto?”, pregunto. “No lo sé”, me contesta la chica detrás del mostrador. “Es una orden de la empresa y sólo la cumplo”.
Ahora Glenn Frey, que funge como maestro de ceremonia, hace una nueva presentación y llama a Bernie Leadon, uno de los miembros fundadores de la banda, que ha vuelto al grupo para esta gira después de muchos años de ausencia. El hombre está completamente calvo y tiene 66 años, pero se le ve corpulento y sólido. Su camiseta dice en el pecho “King of the road” (el rey de la carretera). Toca la guitarra como un demonio. Una de sus colaboraciones más importantes a las letras del grupo es “Witchy woman”, que suena como una verdadera danza india escoltada por inquietantes tambores; después de todo se trata de una mujer que tiene el poder de embrujar.
A continuación Glenn invita al escenario a Timothy Schmit, quien se unió al grupo en 1977 y es el único miembro originario de California. Timothy, a sus 66 años también, sigue siendo un as con el bajo entre sus manos y conserva su larga cabellera lacia, pero sus movimientos son ahora más pausados, aunque su voz no ha perdido un ápice la dulzura y potencia que ostenta cuando canta “I can’t tell you why” y “Love will keep us alive”. Una auténtica caricia para el espíritu.
Mientras Glenn deleita al público con sus bromas y buen humor, otro miembro del grupo hace su aparición, pero falla en su intento de hacerlo como incógnito, pues todo el mundo lo reconoce y estalla en aplausos de bienvenida. Es Joe Walsh, 65 años encima, pero igualmente dinámico, estrambótico, atrevido y desafiante. Especialmente cuando muerde la armónica de manera agresiva y grita desaforado al cantar “Life’s bee so good” y luego “In the city” (uno de los temas musicales de fondo en la película “Warriors” de 1979, que describe la guerra entre pandillas del Bronx y Brooklyn en la ciudad de Nueva York).
Ya que la gira se titula “The history of Eagles”, Glenn explica que la banda se formó en 1971, en el Valle de San Fernando, al noroeste de Los Angeles en California. Debido a que sus miembros originales provenían de estados como Texas, Kansas, Michigan y Minnesota, era natural que el sonido inicial del grupo apuntara más hacia la música country, por lo que en sus primeros temas predominan el banjo y la mandolina como instrumentos característicos en cada melodía. A mediados de los 70’ cambian de productor, dejan de grabar en Londres y empiezan a hacerlo en Los Angeles. El nuevo productor sugiere entrar un poco más en la onda del rock and roll. Entonces el sonido del grupo también cambia.
“The best of my love”, del álbum “On the border” de 1974, fue su primer éxito en las radios de los Estados Unidos y ocupó el primer lugar por muchas semanas consecutivas en las listas de preferencia.
Se produce un intermedio de 10 minutos para descansar. Segundo viaje al baño, esta vez para estirar las piernas…y la vejiga. El bar del corredor se vuelve a abarrotar como si estuvieran regalando entradas para el próximo evento.
Al retornar, cada uno de los integrantes toma su turno para interactuar con los asistentes, jugar un poco y recordar parte de su propia experiencia dentro del grupo. Cada canción es acompañada por un video que complementa el desempeño de la banda. Es un espectáculo fabuloso. El juego de luces sobre el escenario se traslada de tanto en tanto a las graderías, de tal modo que los fanáticos pueden expresar a la banda sus muestras de cariño y admiración.
Ahora puedo echar de nuevo un buen vistazo al Garden. Está completamente atiborrado. Es un auditorio compuesto por cincuentones (entre los mas jóvenes), no hay alboroto ni caos, el ambiente es más reposado y se mantiene mejor el orden que en los eventos de chiquillos eufóricos, pero todo el mundo grita, canta, baila y silba con la misma fuerza desde sus asientos.
Recuerdo mi viejo Long Play con la foto del grupo –Timothy Schmit levantando los brazos en señal de triunfo o éxtasis- durante su presentación en el Centro Cívico de Santa Mónica, California en Julio de 1980. Solía escucharlo tantas veces al día que decidí traspasarlo a cassette para tener la facilidad de llevarlo adondequiera conmigo. Me pregunto cómo iba a pensar en aquel tiempo –cuando era estudiante universitario y me emborrachaba como un perro con mis compañeros de clase mientras escuchábamos sus canciones- que 30 años más tarde tendría el privilegio de verlos actuar en vivo en el Madison Square Garden de Nueva York…
La calidad del sonido es espectacular. Suenan como si los estuviera escuchando a todo volumen en la sala de mi casa. Don Henley y Glenn Frey no son unas criaturas. A la fecha Don tiene 66; Glenn, 65. Su talento ha crecido y se ha refinado con los años. Imposible no rendirse a sus pies cuando escucho la suave voz de Don cantando “Hotel California”, o la pasión con que Glenn entona “Take it to the limit”. Ambos van al micrófono, luego a la guitarra, pasan a los teclados, y de ahí a la batería. Artistas geniales, con una energía increíble. Tras declararse admiradores de los “Beach Boys”, a quienes consideran pioneros, y ellos sólo sus seguidores, entran con todo su poder a ejecutar “The long run”, “Life in the fast lane” y “Heartache night”. El público simplemente delira. Éste es el período de fama internacional del conjunto.
El concierto es un viaje a través del tiempo mostrando la evolución del grupo. Son las 11 y 15 de la noche. Han pasado 3 horas sensacionales y he disfrutado cada instante. Aunque alcanzan a tocar la mayoría de sus temas clásicos, extraño uno no muy conocido –“The greeks don’t want no freaks”-, pero que es una verdadera celebración musical, en la que la banda entera se divierte como colegiales jodiendo en la calle.
Hacia el final, Timothy Schmit recuerda que el grupo se disolvió a fines de 1980, sólo 9 años después de haberse formado. Luego de ello, comenta que les tomó 14 años más considerar la posibilidad si valía la pena volver a reunirse, lo que finalmente decidieron hacer en 1994. Desde entonces viajan por los Estados Unidos y el mundo ofreciendo su fantástica música. Como tiene que ser…
Por supuesto que valió la pena volver a juntarse. Y seguir juntos… Los “Eagles” han entrado hace un buen rato a la historia del rock como parte incuestionable de la música clásica moderna.