Esta semana se realizó el homenaje al crítico, poeta, y catedratico, Ricardo González Vigil, el evento se hizo en la misma universidad, organizado por sus alumnos, gran cantidad de amigos y alumnos compartieron este momento especial mostrandole todo su aprecio, cariño y agradecimiento por su gran labor.
Todo comentario es de parte. Esa fue una de las primeras paráfrasis de Mariátegui que supe (conocí) a través de Ricardo González Vigil. Con más razón lo es mi comentario sobre RGV, quien fue mi profesor en más de media docena de cursos entre el pregrado y el posgrado, mi asesor de tesis de licenciatura, mi referente inmediato sobre el comentario lúcido en poesía peruana y en otras literaturas actuales. No diré lo obvio: que es, posiblemente, unos de los últimos eruditos en un tiempo en que los hombres, negligentes, abandonamos el catálogo del conocimiento en manos de insensibles máquinas. Me remito, más bien, a su asombrosa generosidad, cuando, sin fijarse en cuanto era lo que yo ignoraba, me contó todo lo que él sabía, con paciencia, con felicidad, sobre dos poemas memorables de Vallejo. Lo hacía como si explicar la escritura de estos fuese referir una forma de celebración, una fiesta perpetua y, a la vez, viviese como un vidente la fiesta que refería. No recuerdo cuántas veces lo interrumpí pensando que mis intromisiones romperían el contacto con ese otro lado de la vida, hecho de poesía, pero solo vi, en cada ocasión, cómo se le iluminaban los ojos y mis interrupciones, por obra suya, solo eran mejor y mayor pretexto para que esas celebración continuase, ahora con mi voz deslizándose entre vivaces y cada vez más sonoros ritmos que mi maestro componía. Gracias a la generosidad de RGV, la poesía puede enseñarse no solo con la impresión de que su comentario no la mata, sino que la despierta con luz no usada en nuestros corazones. (Alexis Iparraguirre)