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Arde la Carretera Central

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Una vía que une costa, sierra y selva y que ha generado nuevas formas económicas que operan entre lo legal, lo informal y lo delincuencial y que ha creado originales enlaces culturales en una Lima policéntrica, caótica y violenta.

Urbano 1. “Poncho Negro” fundó la Carretera Central. No es una metáfora, es una verdad urbanística. La Carretera Central como concepto utopía y desarrollo. La arteria más larga del Perú. Aquella que cruza el país desde La Punta, Callao y hasta el Lago Titicaca. Que es la tripa robusta de la nueva ciudad y sus economías. Y fue el mítico Ernesto Sánchez Silva (a) “Poncho Negro”, quien dirigió las invasiones al cerro 7 de Octubre en setiembre de 1964, e instaló el lubricante de la vía holista entre Lima y el centro del Perú.

La migración que topa la urbe limeña había comenzado años antes pero es la invasión de los cerros –El Pino, San Pedro, El Agustino– la consolida la urbe dual y más. Como lo afirmaba Aníbal Quijano en su estudio Dominación y cultura: lo cholo y el conflicto cultural en el Perú”. “Todas las ciudades, esas llamadas megalópolis latinoamericanas, sobreviven en una tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo que se sabe y lo que se sospecha. El tema aunque recurrente para las ciencias sociales, es harto complejo en estos procesos de hibridez. Así, existe un Perú indudable y patente y otro borroso e incomprensible. Insisto, hay un Perú oficial, otro real y otro más, ese Perú fantástico y virtual”.

La Carretera Central es el panorama y el fin de los sueños. Uno de sus polos fue (es) el mercado mayorista de La Parada. Desde ahí se articularon los ejes para el traslado de los inmigrantes que llegaban a la capital sobre todo de la zona del Valle del Mantaro, Cerro de Pasco, Huánuco y Huancavelica. Al convertirse en emporio comercial, generó miles de puestos de trabajos legales y de los otros. Entonces arribaron a Lima familias enteras que precisamente no venían a vacacionar. Al contrario. Su viaje era la aventura desesperada por la sobrevivencia y en ese nuevo foco urbano engrosaron un contingente pobre, violento entre el desarraigo, la miseria y la discriminación.

El eje Carretera Central tiene las  funciones y negocios más concentrados en Lima. Las otras palancas urbanas serían en Lima Norte, las avenidas Túpac Amaru y la Panamericana Norte entre Comas, San Martín, Los Olivos etc. Aunque el pívot más dinámico estaría ubicado en la avenida Próceres de la Independencia de San Juan de Lurigancho en Lima Este. Y las avenidas Los Héroes y Pachacútec en San Juan de Miraflores de Lima Sur.  Cumple igual función la avenida Huaylas en Chorrillos y es importante también la avenida Gambetta en el Nuevo Callao.

Urbano 2. Lima fue fundada cinco veces. En algunas ocasiones con visión de conjunto y perspectiva urbanísticas y otras, entre la anarquía y la incoherencia. La primera fundación de Lima ocurrió entre los siglos 900 al 1000 DC y es obra del cacicazgo o cultura de los Ichmas en un valle organizado a partir de su ríos y canales. Eran tiempo del Perú pre inca que llega hasta su segunda fundación cuando en 1470 el Inca Tupac Yupanqui invade el valle. La tercera fundación es la española, con Francisco Pizarro el 18 de enero de 1535 que organiza la urbe con otros conceptos, el de las cuadras y manzanas. La siguiente institución es con la independencia de 1821. Pero la fundación más importante se produce en 1950, cuando los migrantes provincianos crean la nueva ciudad que se iría convirtiendo en una megalópolis de más de 10 millones de habitantes.

Así, Lima, se organiza como una ciudad de desplazamientos tectónicos sociales que se incorporan a espacios aglutinantes y yuxtapuestos. Urbe sin plan es megalópolis de perpetua construcción-deconstrucción. En Lima coexiste la fusión simbólica de lenguajes encontrados y complementarios. Por ello resulta una ciudad de interculturalidad-red y formatos activos-creativos violentos, de sobrevivencia en devenires hipermodernos sujetos a un análisis abierto.

Si comparamos a Lima y sus tráfico con urbes como Ciudad de México, Bombay o Hong Kong, en principio habría que analizar, más allá  de su delimitación territorial y su unidad social,  que Lima es la contraposición de lo móvil con lo estacionario. En Lima viven varias ciudades. Aquella de la tradición señera y las otras amalgamas de emporios migracionales asimétrico. Luego existe una Lima anclada en la explosión de su ensanchamiento cultural que viene construyéndose desde la experiencia burguesa tradicional, el criollismo de soleras y el trayecto perpetuo desde el desplazamiento y las experiencias excepcionales de interculturalidad simbólica y asimilación de sus controversias.

Un viajero, un extranjero, que llegue hoy a Lima notara en el acto  que Lima es ciudad de ataderos y cruces. Urbe de contraseñas, códigos y rebases. Lima luce así gramática pública que está escrita entonces en sus muros y paredes de acuerdo a su componente nacional. Ciudad de inmigrantes y desbordes populares, que obedece a una conducta que bien podría remontarse a los sectarios de Bizancio –César Vallejo escribía de Lima: “ahora que me asfixia Bizancio”–, sectarios que a mediados del siglo VII destrozaban imágenes sagradas e íconos argumentando que el verdadero Dios no debía ser reducido a una estatua o a un grabado. Por ello se les llamó iconoclastas. Lima así deviene en sus iconografías, tropicales, azarosas y harto de genética andina.

Urbano 3. Un recorrido por Lima Este, saliendo por la Carretera Central, nos mostrará esa urbe convulsa de nichos populares de la llamada cultura chicha y la estética provocadora de sus afiches y letreros en una alianza entre lo costumbrista y las nuevas tendencias que imperan en la urbe. Bordeando la autopista que serpentea entre los primeros promontorios del valle que va ganando altura con rumbo a la Cordillera de los Andes,  unos muros y rótulos en colores estridentes, se descubren entre las carretillas, los ambulantes raudos y los mototaxis.

En el estudio ‘Chicha Power’ de los comunicadores, Jaime Bailón y Alberto Nicoli se concluye que hoy ‘lo chicha’ está consolidado. Si los sociólogos de otros tiempos aseguraban

Que existían dos lecturas harto diferenciadas en la sociedad peruana. La negativa de trasgresión de las leyes, de algo mal hecho o de informalidad. Y la otra, la del sincretismo, la mixtura de todas las culturas del país ancladas en Lima. Escribía Julio Mendívil: “Al colocar al inmigrante provinciano en Lima como eje de la construcción de una identidad nacional, la chicha debía representar una democratización cultural, pues la imagen del país que había construido la oligarquía criolla excluía a la mayoría de los peruanos al proponer como propios los moldes de nación y cultura llegados de la Europa ilustrada”.

La arteria es  zona de nadie para cientos de nuevos limeños que bajan desde los conglomerados de Huaycán, Huachipa, Carapongo, Vitarte, Ceres o Manchay. Un fin de semana, por ejemplo, se llega a divertirse, se viene a bailar pero también a comer. Desde la Cruz de Yerbateros y hasta más allá de los bordes de Ñaña, los llamados “complejos” o “playas”, chichodromos y hasta discotecas como el Complejo Santa Rosa de Santa Anita, el Lucero, el Cochas, el Hatunwuasi, La Balanza, el Plaza Vitarte, el Playa Central, El Paraíso de Vitarte, La casa del folclore, el Lucerito de Pariachi y otros más, funcionan las 24 horas del día.

El engranaje social de la zona  ha generado la vigorización de las relaciones familiares, de nexos de paisanaje y complicidad barriales. Los espectáculos mejor organizados son los de las fiestas patronales provincianas o carnavales o yunzas. Estas actividades tienen el soporte de sus organizaciones de paisanos que suman en Lima más de ocho mil instituciones. Los seguidores de los grupos chicha, desde los recientes, Clavito y su Chela, Lobo y la Sociedad Privada y los bandas  tradicionales de Pascualillo, Grupo Guinda, Centella o Centeno, ocupan también un lugar protagónico y originan un movimiento masivo sin precedentes que no lo consiguen ni los partidos políticos o las iglesias evangélicas.

Junto a la decena de locales de música andina y de cumbia, la culinaria también oferta es frondosa. Existe una exposición y comercialización de una gastronomía tradicional de chupes, chicharrones, modernizada con potajes que se han puesto de moda como el chancho al palo y antes, las salchipapas. Todo ello en medio de los restaurantes formales  como las cebicherías, las pollerías y los chifas. Llegada la noche la avenida se torna estrepitosa, bullanguera y popular.  La Carretera Central es la fiesta perpetua de la nueva Lima, chillona como una cola de serpiente encendida en la noche.

 

Urbano 4. Hace  un tiempo, a raíz de la muestra “El desborde popular. El Perú moderno de José Matos Mar” en el Museo de Lima Metropolitana,  la cita fue clave para entender  Lima desde un momento radical en su historia. Aquel inicio de un proceso de invasión de migrantes provincianos que se originó a partir de los inicios de la década de los cincuenta del siglo pasado. Matos Mar como buen antropólogo registro con fotografías propia y ajenas (retratos de Carlos Chino Domínguez), aquellos momentos cuando se produce una factura de la urbe limeña aún señorial, y pasa a convertirse en una ciudad convulsa y que dio paso de una épica de los nuevos pueblos, distritos, entonces llamados barriadas que hoy han ganado y conquistado zonas geográfica importantes en el perfil posapocalíptico –como diría Carlos Monsiváis– de Lima.

Según el recordado antropólogo César Ramos Aldana, curador de la exposición: “Los migrantes desafiaron la pobreza y emergieron de pampas, cerros y arenales para fundar una nueva patria sobre esteras y maderas y que hoy aportan al progreso de nuestra ciudad”. La muestra de Matos Mar es narrada a través del amplio registro fotográfico desde la primera invasión en el cerro San Cosme, en El Agustino, hasta la creación de los distritos de Lima Norte y de los nuevos barrios de la ciudad. Cierto, el estudio pone énfasis en La Carretera Central y ahí está el quid del asunto. Mostrar las expectativas de progreso social de los migrantes y las conquistas ciudadanas y sus aportes a la creación de mejores condiciones de vida.

La Carretera Central había generado ese primer momento de ‘el desborde popular’. Recuérdese que si en un censo de la UNMSM, en 1956, se registraba medio centenar de barriadas  que rodeaban la capital [el 9.5% de la población de Lima Metropolitana] en el libro Matos Mar se afirma que ya en la década los ochenta existían 598 de los llamados PP. JJ. (Pueblos jóvenes), es decir, 2’184,000 habitantes. Hoy se ha triplicado la cifra y amplios sectores sociales (el segmento “E”) son incompatibles con las estadísticas por vivir incluso al margen de los reconocido AA. HH. (Asentamientos humanos).  Súmese los estudios de Teófilo Altamirano que en aquel momento descubre que en la capital ya existían más de 70 mil instituciones provincianas afincadas en la urbe con una dinámica voraginosa.

Foto: Daniel Salomón.

En este proceso denso y aglutinante aparece la cultura chicha. Los estudiosos de entonces decía que el fenómeno operaba y se ensamblaba al acervo limeño como una filosofía de lo amorfo, emergente, cortoplacista. Era así el hijo amoral y natural de la república informal y hasta virtual. La diversidad y el multiculturalismo soldado al mapa oficial. Para entender el asunto hay que abrir nuevos espacios de discusión –decían los economistas–, generar planes económicos, revincular la universidad a la vida política y defender la identidad cultural. Proclama babeante para acercar las ideas a la sociedad. Lo virtual a lo real.

Urbano 5. Bien, ‘lo chicha’ ya está instalado con sus mercados y su urbanizadora líder, Los Portales. En la Carretera Central en las zonas de Huachipa, Ñaña, Huampaní, por ejemplo, habita gran parte de la emergente “clase media”. Sí, con comillas. Porque es un corpus social que hasta hoy nadie puede definir. El estamento es flotable y no se parece a la clase media tradicional. Algo la diferencia: es que es el sector con mejor estabilidad económica en el país.

El último informe de Arellano Marketing confirma que esta nueva clase media ya sumó 12 millones y medio de peruanos que mayoritariamente se concentran en los extremos de las urbes. En Lima Este, en distritos como Santa Anita, Ate, El Agustino. Distritos que tienen la misma capacidad adquisitiva y de compra que los habitantes de La Molina, Surco, San Borja o incluso San Isidro.

Por proyección de Lima Este, hay pues en Lima otro tipo de ciudadano que se ha sumado a los que ya existían. Los emergentes. Aquellos que ganan un promedio de 5,000 soles, que tiene casa o terreno propio, que posee auto, que goza de luz, agua, gas, cable e Internet en casa. Que ha enviado a sus hijos a estudiar a universidades privadas o particulares. Que desde el viernes festeja y los domingos sale a la playa o al campo. Que sus compras las realiza en los retail o grandes mercados, que está militando en lo último de la tecnología. Que detesta la combi y prefiere el taxi. Que evita el emporio Gamarra y va de compras al Mall Aventura Plaza.

Ya lo escribí alguna vez, la clase media en el Perú es un oxímoron por vanidosa y un pleonasmo por menesterosa. Un informe del BID dice que el 70 % de la población en el Perú pertenece a la clase media. Extraño como todo del BID, para ello sustentan que para pertenecer a este sector basta con un sueldo de 900 soles mensuales. ¡Cómo! Soy enemigo de las estadísticas. Son las zorras de las matemáticas. Como adicto al mercado Minka sé que nadie posee una camioneta 4×4 —ni china– con esos ingresos y nuestras calles y avenidas van atrancadas de ellas. Sin embargo, ningún smarphone Nokia Lumia 920 o un reloj Maurice Lacroix le otorgan a uno caché y prestigio como una camioneta Land Rover Range Rover v8. Sí, las mismas que corren por la Carretera Central.

La ciudad que creció de la migración esta Lima con sus 43 distritos o reinos ¿Reinos? ¿De qué otra manera se puede denominar a una ciudad donde cada cierto número de cuadras diferentes normas definen las reglas de urbanismo, al punto que en una misma calle se pueden construir edificios de 20 pisos en un lado y en el otro solamente de 2? ¿Qué pensar de una zona geográfica donde cada autoridad cobra impuestos diferentes en montos y en motivos a los de sus vecinos? Así entonces, el submundo social marginal se hace universo y vaga, se aísla entre los extremos de la anomia y la llamada choledad.  Sí aquella de la marginalidad que se alimenta de razones psicológicas individuales como de los procesos de reducción temporal del mercado de trabajo y de la informalidad socio-culturales.

Urbano 6. Como los estudios sobre la nueva Lima de Romeo Grompone, Gonzalo Portocarrero, Sinesio López, Aldo Panfichi o Guillermo Nugent, el libro “Lima y sus arenas. Poderes sociales y jerarquías culturales” de Danilo Martuccelli es un enorme aporte para encontrar otras claves para entender la urbe limeña y sobre los factores socio-históricos que impidieron el advenimiento de una nación, la consolidación del “Pueblo” como actor político, así como el establecimiento de regulaciones sociales menos nocivas tanto a nivel interpersonal como social. Por ejemplo no sobredimensiona la ruptura que significó el régimen fujimorista. Más bien  insiste sobre el papel que tuvo el periodo 1985-1990 en el proceso de transformación que conoció Lima.

Dice Daniel Iglesias que Por los análisis de Martuccelli muestran que Lima mutó enormemente durante el gobierno aprista a tal punto que la figura referente del Pueblo como destinatario del discurso político y de las prácticas de politización dejó de existir. Estas transformaciones se vieron reflejadas, según el autor, en la aceleración del colapso del urbanismo, el crecimiento de la informalidad así como nuevas lógicas de supervivencia en medio de una crisis económica generalizada con fondo de violencia política a raíz de los ataques de Sendero Luminoso.

Y si en la ciudad convulsa, el espíritu festivo esta en cada esquina, existe también  una conducta que caracteriza a la urbe: El “achoramiento”. Léase, violencia ciudadana. La capital del Perú engulle  tres nuevas estructuras sensuales para asumir la sobrevivencia. La megalópolis se atraganta y su cultura funda su imaginario en los subsuelos del erario pasional. La norma se hace licencia. El desorden se respeta y genera la psiquis vitaminizada. La ciudad abriga a sus hijos. El paisaje limeño en un daguerrotipo de melancolías. Un agua fuerte de infracciones la infecta colorida. El proceso redime al pobre e intoxica levemente al rico, que los hay. La justicia es “achorada” y la equidad es su culpa. La educación no sentimental se “achora” y “achora” al alumnado.

Mientras tanto, la orquesta de Clavito y su Chela sigue cantando en Huaycán para el programa Domingo de fiesta de Canal 7. Clavito es un artista sui generis. De ex policía y comando en el VRAEM ahora es la estrella más rutilante de la cumbia peruana. En aquella zona que en sus orígenes fue un bastión de la barbarie del senderismo, hoy el debate sigue encendido. Y Lima sigue siendo la megalópolis del futuro entre las cumbias de borrachos y los salmos celestiales.

(Crónica publicada en la revista impresa Lima Gris número 14)

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