Y dijo el poeta: “Neruda es carnudo, Vallejo huesudo” aquella noche en La Noche y todos callamos. Alejandro Romualdo había llegado al bar La Noche del Centro de Lima –quedaba frente al Queirolo en el Jr. Camaná—como una aparición arrastrado por el ímpetu de la también poeta Alessandra Tenorio. Ella era jefa de las actividades del antro y había organizado ese verano del 20o3 el ciclo “Vida y literatura: Generación del 50 Homenaje a Alejandro Romualdo”. Y Romualdo, quien murió tiempo después, era intratable para las entrevistas. Los que lo conocíamos, nos quedamos más que sorprendidos. Ahí estaba Romualdo, con su traje azul y su camisa a cuadros, de bigotes a charro mexicano y su sabiduría. Ahí estaba y luego se ausentó para siempre. De esa vez es la foto donde aparecemos con los poetas Marco Martos, Washington Delgado y los jóvenes Alessandra y Víctor Ruiz Velazco. A Romualdo se lo vio un par de veces más en público. Luego, se fue incendiando en su fuego. Todos los fuegos.
Alejandro Romualdo Valle había nacido en Trujillo en 1926 y ya en 1949 gana el Premio Nacional de Poesía “José Santos Chocano” con La torre de los alucinados, libro que publicara dos años después. Precoz, fue heredero de poetas contrastados como Rainer María Rilke, Jorge Eduardo Eielson, José María Eguren y su caro César Vallejo. Con los poetas Gustavo Valcárcel y Juan Gonzalo Rose en los 50 atraviesan la trocha de la llamada poesía social y son apestados, malditos y expulsados del parnaso regio de la poesía nacional. Romualdo vivió intensamente los primeros años de la década del 50 cuando fue becado por el Instituto de Cultura Hispánica y viajó a España y estuvo en la Italia de aquellos años donde se consolidaba el cine del neorrealismo y e igual como ocurrió con Paco Bendezú, se enamoró de actrices como Gina Lollobrigida, Sophia Loren, Silvana Mangano, Anna Magnani. Es decir, se hizo de un respaldo cárnico talentoso. De aquellos años felices son los hallazgos de Blas de Otero, de la ironía quevediana, del desarraigo y la pasión de vivir. Cuando volvió al Perú le dieron con la horma de su zapato.
Romualdo fue poeta intenso y de carácter enérgico. El crítico Alberto Escobar decía que sus verso, templados y enriquecidos, se tornaban militantes. Que su gesto vital, enérgico, le insuflaba un dinamismo que fluía del encabalgamiento y la enumeración, recursos a los que sumaba la ruptura de sintagmas lexicalizados, y el atrevimientos desenvuelto —y aquí ingresa la impronta de Quevedo— con el que reinstala en la lengua, una frescura que punza en la realidad y la recrea. Que su ritmo interior y la visión unitaria, inspirados en la herencia de Poemas Humanos, consiguen en esta poesía los mejores ecos de la revuelta estilística que impulsó Vallejo. Fue después, a finales de los 60 que Romualdo incursiona en una poesía distinta, más acorde con los tiempos, recogiendo los aportes de autores como Ernesto Cardenal, Nicanor Parra y Octavio Paz.
Romuldo fue un comunista cabal. Ahí su militancia en el PC. Dice el poeta Ricardo Falla –quien lo acompañó en sus últimos días—, que los poetas de la generación del 50, tuvieron como situación a la dictadura odriista o del ochenio, caracterizada por el antiaprismo y anticomunismo, por la persecución policial, encarcelamiento o deportación a los opositores, por la censura de libros y quema a los que consideraba subversivos, la prohibición de circulación de la prensa democrática, por el cierre de espacios de discusión como fue el receso para el dictado de clases de la Universidad Mayor de San Marcos, incluyendo la deportación de su Rector, el Dr. Luis Alberto Sánchez, la casi nula actividad sindical, etc. Así, se prohibió la circulación por todo el territorio nacional de los 7 ensayos de J.C. Mariátegui, la Antología de César Vallejo que editara Xavier Abril en Buenos Aires en 1942, el Antiimperialismo y el apra de Haya de la Torre, etc. Y, en el plano internacional por el inicio de la guerra fría, con la guerra de Corea como telón de fondo, cuyo significado en el Perú, fue la aplicación de la política macartista, que consistía en “cerrar” todos los espacios al “pensamiento marxista” y “apro comunista”. Así pues, los poetas del cincuenta, no obstante, reivindicaron como paradigma a César Vallejo, asumieron como propuesta filosófica las tesis del “compromiso existencial” o las del marxismo.
Eran jodidos esos tiempos. Romualdo fue muy amigo de mi padre, relación que venía por línea de Sandro Mariátegui, gran editor de la obra mariateguiana y que también lo publicó a Romualdo en la editorial Minerva. El poeta lo frecuentaba en la pequeña librería del viejo en el Parque Universitario. Yo lo recuerdo joven, caminando entre los árboles, en esa Lima de los sesenta, y a los gritos explicando de la estética del realismo social, de sus asertos en poesía y política. Alcanzo a escucharlo decir que la URSS ganaría la carrera espacial y que Fellini era un genio. Eran los años que llegaron ya –aunque de manera caleta—los libros marxista de imprentas soviéticas y chinas. Maravilloso olor de la revista Pekín informa, de incendiarias proclamas y su incomparable perfume a arroz. Y luego en los chifas de la calle Capón, con soperas gigantes y pisco y además vinos sauternes.
Y la casa es celeste. Está a media cuadra del Olivar de San Isidro y tiene una puerta negra de metal casi como ingresar al cielo. La casa en la primera cuadra de la calle Ernesto Plascencia, al 152, en el distrito de San Isidro. Ha pasado una punta de años. Romualdo vive refugiado porque un hada persecutoria lo ha poseído. No quiere hablar con nadie. Encerrado voluntario, ahora pinta. Antes los hizo con el seudónimo de Xano. En los 90 trabajamos juntos en el diario Pagina Libre de Guillermo Thorndike, él, como ilustrador. El “gringo” también ilustre habitante del panteón nacional, lo admiraba. La revista Martín, luego, le dedicó un número especial al poeta. Y de aquella vez es el alborotó que formó su presencia. Algún periodista dijo: “es el Salinger peruano” y lo único que había leído era su Canto coral a Túpac Amaru, de cual Romualdo, medio como que se avergonzaba. La casa era celeste pálido como el cielo. Ahí lo encontraron muerto un 27 de mayo de 2008. Solo, independizado.
Y dijo el poeta: “Neruda es carnudo, Vallejo huesudo” aquella noche en La Noche y todos callamos. Y decía que Neruda y su Residencia en la tierra era ejemplar y eso que es un denso poema. Pero que Vallejo es más importante. Que Neruda se movía en un lenguaje corriente, cotidiano pero que Vallejo crea un lenguaje poético. La creación total del lenguaje. Por ello, contaba, Picasso, que era muy sabio, le hizo tres retratos –y ninguno a Neruda—e igual que pintó a Eluard y a Breton. Yo no lo vi más. Todavía está en mi memoria aquella lectura de poemas de Romualdo. Imponente y rotundo. No hubo muchos espectadores, la poesía no tiene masas, tiene contundencia. Romualdo, luego de 20 publicaría en el 2006 su libro Ni pan ni circo. Pocos se han detenido en el análisis de toda su obra compleja. Quizá así sigue vive, intenso, provocador y eterno.
2.
“La aparición de la poesía social, ocurre en un momento en que existían palabras poéticas y palabras no poéticas, temas poéticos y no poéticos. En ese momento es importante para la evolución de la poesía, para el descubrimiento de la realidad, para la incorporación de mayores perspectivas dentro del quehacer artístico. Es decir, (se trata de) ensanchar los límites estrechos a que lo habían reducido este dominio aristocratizante en el cual no se podía tratar determinados temas sino (que los otros) de por sí, a priori, ya eran poéticos. El olmo, los reyes, la rosa, eran poéticos antes de hablar de ellos. Eran los temas de cajón. Cualquiera que hablara de la alcachofa caía en lo prosaico”. Lo cual significaba la búsqueda de un nuevo lenguaje, propio y no importado, que incluyera en la poesía la considerada habla popular, o fabla salvaje al decir de Vallejo –sin ninguna intención peyorativa. Es poco más o menos lo que pretenden algunos escritores actuales, sin caer en regionalismos de costeños, andinos o amazónicos: que traten a la literatura desde su punto de vista, dando por agotados temas que aún siguen vigentes y son padecidos en el Perú y en gran parte del tercer mundo. Los poetas pueden hablar ahora de Chachapoyas, de Abancay o de Ayacucho. En aquel momento utilizar esas palabras era caer en el provincialismo. Había que hablar de grandes capitales para ser poetas universales. Entonces, estos poetas pueden ahora hablar de botellas, de alcohol, y ya no asustan a nadie porque precisamente tuvo que abrirse esa brecha de otro lenguaje” / Alejandro Romuldo: “La generación del 50 en la literatura peruana del siglo XX”, Pág. 280. Elsa Cajas.
3.
“Alejandro Romualdo se desempeñó como profesor de literatura y estética en centros universitarios del Perú y del extranjero, como la Universidad Nacional de Educación “La Cantuta”, Universidad de San Martín de Porres, Escuela Nacional de Bellas Artes, Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad de La Habana, Universidad de Siena, Universidad de Barcelona, Universidad La Sorbona de París, y una breve estancia en su alma mater, San Marcos de Lima. Romualdo no sólo se distinguió como poeta, sino que bajo el impulso de su ser moral afincó su quehacer social y artístico en la ética de la solidaridad. Así, lo hemos visto tomando partido por la causa de los pobres, los explotados y excluidos. Este quehacer, el de luchador social vinculado al pensamiento y la acción de José Carlos Mariátegui y César Vallejo, le significó ceñudas persecuciones, cargamontones de calumnias tanto del sector tradicional como del stalinistas, detenciones policiales, exilio y marginación. Sólo la mezquindad propia de un medio atravesado por la crisis moral como es la que vive desde hace un buen tiempo la sociedad peruana, explica que Alejandro Romualdo todavía no tenga el reconocimiento que merece su alta poesía y jerarquía intelectual”. Ricardo Falla / Un cuerpo de poesía y arte.