Cultura

Alejandra Pizarnik, la cantora nocturna de los abismos

Eterna viajera de espejos rotos, niña de los ojos de fuego que corre alrededor de un jardín, cenizas aladas en el vientre de la noche. Alejandra, Alejandra, mantra de amores huérfanos, tu poesía es un cementerio luminoso en medio de una herida.

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Hay escritores a los que se les debe leer antes de cumplir cierta edad, ya que el tiempo funciona como elemento polisémico respecto a la recepción de una obra. Hay libros de juventud y libros de madurez. Las primeras te hacen estallar en irreverencias, rebeldías y locuras. Las segundas te exigen calma, reflexión y sosiego. Leer la poesía de Alejandra Pizarnik entre los quince y veinte años, hablo desde mi experiencia, debe ser uno de los momentos más fructíferos y perturbadores de la vida. Entrar a ese mundo gótico, hiriente, desamparado y frenético resulta muy atractivo para alguien que recién está empezando a sentir los estragos del tiempo y de la realidad. Ya no hay más burbujas, ahora toca enfrentarse al mundo.

En 1956 publicó su segundo poemario titulado “La última inocencia”. Un año antes lo había hecho con “La tierra más ajena”. Tenía tan solo dieciocho años y una vida solitaria plagada de cicatrices, fármacos y angustias. Haber hecho todo ello a tan corta edad puede ser una aberración o una genialidad. Ninguno es el caso de Alejandra, ya que ambos libros son un tránsito necesario para llegar a algo mucho más significativo, y no hablo de literatura, sino de la vida, de lo que verdaderamente importa.

La poesía de Alejandra está dividida en etapas, los dos libros mencionados junto a “Las aventuras perdidas”, publicado en 1958, formaría parte de lo que se ha denominado “etapa nacional”, ya que todos esos poemarios iniciales fueron escritos en Argentina, antes de emprender un viaje a París en 1960. Allí se quedaría hasta 1964, trabajando como traductora de grandes escritores franceses.

Estos tres primeros libros resultan fascinantes, ya que su poesía se encuentra en una incipiente efervescencia plagada de mucho dolor juvenil. Encontramos errores, pero mucha candidez. No es para menos de alguien que en su juventud adolecía de distintos males (en ocasiones tartamudeaba, era asmática, sufría problemas de acné, era propensa a subir de peso con facilidad y una posible represión de sus gustos sexuales) que deterioraban su personalidad y que fueron formando a la Pizarnik madura de “Árbol de Diana” (1962), “Los trabajos y las noches” (1965), “Extracción de la piedra locura” (1968).

Seis libros publicados a los treinta y seis años reflejan muchos aspectos de su psicología. Existe la sensación de que hay una entrega total a la luminosa dualidad de vida-poesía, se percibe un gran apuro en escribir, un prematuro afán por lograrlo todo antes de que sea muy tarde, como si la vida se acortara rápidamente y tuviera que expulsar todo lo que lleva adentro, angustias, soledades, frustraciones y dolores, con el objetivo de que la muerte la encuentre pura y vacía, y de esta forma pueda ser correspondida. Estamos hablando entonces de una poesía que sirve como terapia ante su creador, una concepción artística donde hay una apuesta total por el desenfreno que linda entre la belleza y el horror. Pizarnik hereda esta postura de otros escritores malditos que prefirieron caminar entre los bordes del abismo, antes que en la infértil seguridad de una vida sin riesgos.

¿De dónde aparecen todos estos elementos que se van entrecruzando hasta formar un laberinto poético? De muchos aspectos, claro está, todo autobiográficos. Los padres de Alejandra fueron inmigrantes judíos de origen ruso y eslovaco que huyeron del horror del holocausto, dando origen al tema del exilio y el extrañamiento. En sus diarios, la poeta menciona un pasaje curioso de su vida en el que canta de forma inconsciente una pequeña canción trágica respecto al destino de los judíos, que le habían cantado en sus primeros años de vida.  Estas penosas circunstancias marcaron su personalidad de Alejandra, ya que es constante el desarraigo y la no pertenencia en su poética. Otro aspecto serían las enormes depresiones que siente en su adolescencia, lo cual le incita a recurrir al consumo de una fuerte medicación y a una terapia psicoanalítica. Este sentimiento de inferioridad lo llevaría por el resto de su vida, desembocando en un irremediable suicidio.  Y por último, hay que mencionar a los grandes autores que influenciaron en su concepción de vida y en su escritura, entre ellos podemos nombrar a Rimbaud, Verlaine, Mallarmé, Leautreamónt, Artaud, Bretón, Michaux, entro otros.

Para poder tener un conocimiento más amplio de la poética de Alejandra hay que mencionar que su poesía se nutre de dos vertientes: el romanticismo y el surrealismo.

Sobre la primera vertiente es inevitable no darse cuenta de que hay ciertas figuras románticas y oscuras que son utilizadas con frecuencia: silencio, muerte, cenizas, cementerio, noche. A estas se les suma otras como jardín, cuerpo, pájaros, espejos, viento, noche, luz, niña, etc. Además de esto, habría que añadir ciertas características que son compatibles entre los autores románticos del siglo XIX y Alejandra: la exaltación de los sentimientos y de la subjetividad – el culto al yo y al individualismo – nostalgia por el pasado.  No hay que olvidar la entrega total al furor de la creación que tuvieron algunos autores románticos, y que se adapta muy bien a la biografía de la argentina.  

Sobre la segunda vertiente, se puede decir que la poética de Pizarnik se alimenta del surrealismo, tanto en la técnica como en su doctrina, ya que se tiene como credo que la concepción poética va más allá de la escritura concreta del poema. La vida y la poesía forman un solo corpus. Respecto a la técnica, la poeta argentina utiliza el automatismo psíquico, esto consiste en “intentar expresar el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de cualquier control ejercido por la razón, al margen de cualquier preocupación estética o moral”. El producto de esa técnica se refleja en la yuxtaposición de imágenes poéticas, entrelazadas a las concepciones freudianas del subconsciente. Estas características de la poesía de Alejandra permiten visualizar la carencia de una trama o historia, ya que lo que más sobresale es lo onírico y lo irracional.

De los tres primeros poemarios de su primera etapa, el que me conmueve y emociona más es “La última inocencia”, ya que Alejandra lo escribe en pleno tratamiento psicoanalítico con León Ostrov, a quien dedicaría el libro. Recurre a aquel para tratar de ordenar sus emociones y frustraciones, lástima que todo fue interrumpido. El afán por llegar hasta los límites y extremos de la vida pudo más que la prudencia y la sensatez. Va construyendo su figura de autora maldita en medio de una sociedad de clase media recatada y pudorosa, donde la feminidad significa inocencia. Por ello el nombre del poemario representa un sentido adiós. No hay nada más hermoso que una joven desamparada en medio de una tormenta.

De este libro se pueden explayar muchas ideas, pero resulta clave para nuestro análisis el saber que el proceso de su escritura de desarrolló en una de las etapas más fuertes y problemáticas de su vida (ya se ha mencionado lo del tratamiento con Ostrov). Los desequilibrios mentales son cada vez más constantes y la desesperación crece inconmensurablemente.

El libro está formado por dieciséis poemas, en su mayoría muy cortos y en verso libre. El centro poético es la noche, este elemento tiene significados opuestos, ya que se representa de forma positiva y negativa en uno o varios discursos. Con respecto a lo primero, es una representación de la muerte. Encontramos cierto afán de los distintos locutores a entregarse libremente a ese espacio poético, con el objetivo de encontrar el equilibrio emocional y espiritual. Pero ese trance ese doloroso, y en algunos casos incierto, mientras más se está próximo a llegar, mayor desgarro se siente. Por ello el otro elemento central es la figura del viajero, cuya génesis biográfica se ha mencionado anteriormente en la travesía de sus orígenes judíos. Otra acepción que se le puede dar al tópico de la noche es la figura de la madre, ya que este espacio representa la protección del yo lírico. Con respecto a lo segundo, se puede mencionar que la noche posee una gran carga negativa de represión y de sufrimiento, llegando a representar el infierno mismo.

Esta contraposición de significados respecto a un mismo tópico deja muy claro que uno de los recursos líricos que ha utilizado Alejandra Pizarnik en la escritura de sus poemas es el de la simultaneidad de voces en un mismo discurso. Este nos va a servir para poder explicar de forma más clara y precisa el desequilibrio emocional de la poeta argentina.

En la mayoría de sus poemas se percibe una lucha y una confrontación entre dos voces, donde una quiere subordinar a la otra, imposibilitando la armonía. Hay una fragmentación psicológica en la exaltación del yo lírico.

Para que el análisis sea mucho más claro, voy a tomar como punto de referencia la teoría de la polifonía de la enunciación que elabora Ducrot, apartir de lo propuesto por Bajtin. Esta concepción se caracteriza por la confrontación de diversas perspectivas en el mismo enunciado, estas se yuxtaponen y se oponen, según el sentido que van adquiriendo. Todo el proceso de la enunciación es concebido como una representación teatral, como una polifonía en la que hay una presentación de diferentes voces abstractas, de varios puntos de vista y cuya pluralidad no puede ser reducida a la unicidad del sujeto hablante. En este análisis polifónico se hablará de tres figuras esenciales vinculadas con el sujeto hablante: se trata del sujeto empírico, el locutor y los enunciadores. La estructura es la siguiente:

Sujeto empírico à Locutor à Enunciador 1, Enunciador 2 …..

El sujeto empírico es el autor efectivo que produce el enunciado o el texto. En este caso se trataría de Alejandra Pizarnik. 

El locutor, pertenece al ámbito netamente lingüístico, ya que se trata del presunto dueño del enunciado, a él se le atribuye la responsabilidad de la enunciación. Comúnmente es designado en primera persona, y en el campo literario es ficcional. En todo discurso hay un solo locutor que es el responsable del sentido polifónico. Como el autor de una puesta en escena o acto teatral en miniatura, organiza los puntos de vista – enunciadores- identificándose con uno de ellos, y oponiéndose a otros.

Los enunciadores son los distintos puntos de vista o perspectivas que yacen inmersos en el enunciado. Estas voces confrontan y luchan respecto a lo que se propone alcanzar en el discurso.

Esta teoría nos va a servir para desentrañar el carácter dialógico y confrontacional en los yo líricos utilizados en el libro de Alejandra Pizarnik. Ya se ha mencionado anteriormente la fragmentación psicológica que estaba sufriendo la escritora en esa época de su vida y que se verá reflejada en su discurso poético. Para que no sea tan extenso, voy a considerar solo dos poemas del libro. El primero se titula “Noche” y está compuesto por 26 versos. En este poema aparecen al menos dos enunciadores, uno que transmite una visión positiva y esperanzadora respecto a la aparición de lo nocturno, y otro que la confronta y critica toda la romantización que se ha hecho respecto a la imagen de la noche.

En el primer verso se puede percibir esa lucha entre dos concepciones distintas respecto a una misma realidad.

Tal vez esta noche(E1) no es noche (E2) el primero trata de afirmar algo, el segundo lo niega rotundamente y se apodera del discurso poético desde una perspectiva dolorosa:

Debe ser un sol horrendo, o/ lo otro, o cualquier cosa …/ ¡Qué se yo! ¡Faltan palabras, falta candor, falta poesía/ cuando la sangre llora y llora! (E2).

Se percibe un total dominio del discurso por parte del segundo enunciador, manifestando un sentido trágico de la vida. Recurre a la incertidumbre y a la afirmación de las carencias de la existencia donde solo hay espacio para el sufrimiento y la falta de libertad (falta poesía).

Esta visión negativa del discurso poético se ve contrastada con la reaparición del primer enunciador, ya que intenta añadir una cuota de esperanza:

¡Pudiera ser tan feliz esta noche!/ Si sólo me fuera dado palpar/ las sombras, oír pasos,/ decir “buenas noches” a cualquiera/  que pasease a su perro,/  miraría la luna, dijera su/ extraña lactescencia tropezaría/ con piedras al azar, como se hace. (E1)

Este enunciador da una posibilidad de subsanar todo lo negativo, utilizando enunciados desiderativos con el objetivo de alcanzar una plena felicidad.

Nuevamente en el discurso poético aparece el segundo enunciador para tratar de apagar todo buen deseo:

Pero hay algo que rompe la piel,/ una ciega furia/ que corre por mis venas./ ¡Quiero salir! Cancerbero del alma./ ¡Deja, déjame traspasar tu sonrisa! (E2)

El uso del conector lógico de oposición refleja toda confrontación hacia el primer enunciador. Para el segundo es imposible alcanzar el equilibrio emocional, por ello utiliza referencias a lo corporal con el objetivo de unirlo con lo psicológico. El cuerpo es un espacio de dolor y desencuentros. En los últimos versos se percibe al espacio nocturno como una cárcel o hasta el infierno mismo.

Por último aparece el primer enunciador para querer luchar contra todo lo expuesto por el segundo enunciador, para ello recurre a una visión positiva de la noche:

Pudiera ser tan feliz esta noche!/ Aún quedan ensueños rezagados./ ¡Y tantos libros! ¡Y tantas luces/ ¡Y mis pocos años! ¿Por qué no?/ La muerte está lejana. No me mira./ ¡Tanta vida, Señor!/ ¿Para qué tanta vida?/ (E1)

Aún existe una pequeña posibilidad de la armonía: recurrir a los ensueños, a los libros, a las luces, incluso se menciona que la muerte está lejana, y que no se percata de su presencia. Por lo tanto aún queda mucho tiempo para alcanzar la felicidad; sin embargo, en el último verso se refleja el total condicionamiento del locutor ante la visión pesimista del segundo enunciador. ¿Para qué tanta vida? ¿Para seguir sufriendo?

El poema refleja la doble concepción de la noche en el yo lírico, es una voz luchando contra otra, lo curioso es que ambos nacen del mismo personaje. Gran referencia a los problemas psicológicos que estaba pasando la poeta argentina en esos años.

En el siguiente poema titulado “Cenizas” también se percibe la confrontación entre dos enunciadores que tienen concepciones distintas respecto a una misma realidad.

El primer enunciador refleja lo doloroso y lo negativo. El segundo, lo candoroso, bello y esperanzador.

Cabe mencionar que este poema utiliza como la imagen del viaje como elemento de redención. Posiblemente influenciado por sus raíces judías. El título del poema puede ser una gran referencia al holocausto.

 La noche se astilló de estrellas / mirándome alucinada/ el aire arroja odio (E1)

Embellecido su rostro con música/ Pronto nos iremos/ Arcano sueño / antepasado de mi sonrisa

 (E2)

El viaje aparece como contraste al horror del aire y de la noche. Es la única forma de salvación y de felicidad.

El mundo está demacrado/ y hay candado pero no llaves/ y hay pavor pero no lágrimas. (E1)

Este último verso es interesante porque propone una posible deshumanización del enunciador, además de que no hay alternativa de solución para los grandes problemas que se presentan.

¿Qué haré conmigo? Porque a Ti te debo lo que soy (E2)

El segundo enunciador se resiste a ser vencido por el pesimismo y la desesperanza. El siguiente cruce de voces es totalmente conmovedor

Pero no tengo mañana (E1)

 Porque a Ti te… (E2) Este enunciado entrecortado da a entrever un problema entre lo físico y lo mental, dando la sensación de que toda forma de salvación es imposible.

La noche sufre. (E1) El locutor se identifica con el primer enunciador, ya que en todo el poema hay un predominio por la angustia y la frustración.

“La última inocencia” es uno de los libros más dolorosos, autobiográficos y pesimistas de la poeta argentina. Que lo haya escrito antes de los dieciocho años y en medio de una terapia psicoanalítica da entrever un mundo juvenil lleno de dolor y desesperanza.

Alejandra siempre será aquella adolescente introvertida, triste y solitaria de la que estamos enamorados, pero que preferimos mirar desde la lejanía, ya que si decidimos dar el primar paso hacia su encuentro, el fuego terminaría por consumirnos (y pensar que la adolescente suicida de “Sobre héroes y tumbas” lleva su nombre).

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