Enero en la Palabra, es un festival de poesía que se originó en Cusco hacia mediados de los 90s, y que al presente ha dejado de ser lo que era. Organizado por un grupo de jóvenes agrupados como “Roca X” y “Rastros/Grupo Cultural” alrededor de la casa del artista Edwin Chávez, ahora representa una amalgama de tendencias literarias y diversidades culturales, siendo una larga relación de poetas de distintas latitudes, las que engrosaron sus filas en sus diferentes versiones.
Desde el principio, Enero, representó el intercambio de distintas generaciones y de distintas tendencias, recreando un espacio literario erigido sobre el Ayllu y el Ayni en el contexto andino y contemporáneo. El esfuerzo colectivo e independiente se organiza bajo el sistema tradicional de “Cargos” -vigente en nuestras comunidades y barrios tradicionales-, con el fin de incorporar compromisos en el quehacer literario, así como una actitud libertaria y autogestionaria.
Puedo decir, que he sido testigo de la mitad de su vida y de cómo el trabajo de una generación que siguió a la primera, supo encontrarse y reconstituir ese espacio literario por encima de cualquier pretensión de los entonces fundadores. De ellos, encontramos reducidas publicaciones y algunos escriben todavía pero merecen especial mención por haber sido las primeras piedras de esta muralla -que en mi opinión personal- representa el Enero: Armando Aguayo, Carmen Silva, Raúl Pacheco, Gonzalo Valderrama, Miguel Ángel Fuentes, Luis Vargas, Juan Mescco, Lito Aparicio, Braddy Romero, Frida Ibañez, José Diego Marmanillo y Gisell Meza.
En la organización de este evento, que con el tiempo se dinamizó de un recital local a un festival internacional de poesía con varios días y múltiples actividades, encontraremos a Iñakapalla Chávez, Jorge Vargas Prado, Willni Dávalos, Raúl Pacheco, Ángela Ramos, Martín Zúñiga, Marco Antonio Moscoso, Lena Orduña, Rocío Fernández, Soledad Aráoz y quien escribe estas líneas son quienes organizaron el festival entre el 2009 y el 2015. Desde el 2016, la organización se deformó en tres integrantes que fueron Efraín Altamirano, Braddy Romero y Aleyda Cárdenas ese año, para que en el 2017, Juan Mescco, Armando Aguayo y Braulio Mirano asumieran la “responsabilidad”. Digo se deformó porque desde el principio fueron dos colectivos, dos frentes, dos organizadores, una dualidad en Poesía. Sencillamente dos son compañía, tres multitud.
Foto Manuel (amigo de A.) Ana Bertha Vizcarra, Pavel Ugarte y Alberto Gonzales.
Para el 2018, los encargados son Italo Passano y Edith Vega Centeno, a quienes prácticamente se les “zampó” Braddy Romero quien pretende ser organizados por tercera vez. Espero recapacite y madure, porque ya tuvo dos oportunidades para hacerlo. En una no lo hizo, para en la otra ser representante de algunos de los “fundadores” que cada año toman de manera menos seria y más mezquina la actividad literaria de muchos que sí vivimos en Poesía y por la Poesía, nunca de ella.
En fin, hay buenos eneros y malos también. No siempre nos llevamos de maravilla y no es prioridad coincidir en todo, sin embargo creo indispensable asumir una actitud militante ante la palabra y ser por ella lo que profesamos: creatividad y compromiso, libertad y vida, diversidad en igualdad. Tomo lo referido en el discurso de Ana Bertha Vizcarra Chávez, poeta e investigadora social homenajeada en el Décimo Primer Enero en la Palabra, cuando nos dice referida al encuentro: “Este hecho histórico, corrobora la necesidad de una facultad de letras y literatura en la ciudad del Cusco, a quien le pertenece una larga tradición de escritores. Enero en la Palabra es poesía, rebeldía y sueños. Los años que lo edificaron nos muestran el esfuerzo, autogestionario, revolucionario y creador de los literatos y artistas cusqueños…”
Concluyo este pequeño texto referente al Enero de este año, compartiendo un pasaje de la Memoria Impresa del Enero en la Palabra 2015[1], donde publiqué un manifiesto personal titulado ABRA PALABRA:
No será el miedo a la locura lo que nos obligue
a bajar la bandera de la imaginación…
André Bretón
En algún momento -unos antes, otros después-, todos hemos ido en busca de nuestra propia voz. Esto debido a que al interior de nuestra mente, se suceden procesos de atención, percepción, memoria, razonamiento, imaginación así como tomar decisiones. Aquello que llamamos pensamiento florece luego como el lenguaje: conciencia de las palabras.
Todos hemos caminado solitariamente en la ciudad o el campo y nos hemos topado con esa voz íntima y particular que te reta a callar o expresarlo. Por ello, para José Carlos Mariátegui “la vida siempre será un diálogo nunca un monólogo”[2], acción que solo es posible a través de la palabra, aquella que reunió y reúne al “Enero en la Palabra”, eco de las diversidades propias de este mundo.
La palabra, facultad del sonido y las ideas, sombrero del alma que no siempre se deja ver los ojos. Porque la palabra en su mejor expresión vincula no aísla. La palabra genera belleza no hambre. Toda palabra edifica una realidad y toda realidad es vulnerable a la palabra. Por eso las palabras bonitas que generan mentiras, son como las personas bonitas que viven de ellas: nadie las toma en serio.
La palabra es eje de la poesía y el eje de la poesía es el hombre. Con su historia cavernaria y civilizada, cruzadas y peregrinaciones, guerras y descubrimientos -con amores e iras-, la humanidad estableció un vínculo mediante el habla, buscándose una forma de vida transmitida en milenios. A eso que llamamos “cultura” el hombre acude con su simiente, su pasado, su presente y la posibilidad de asumirse parte de un poema universal llamado vida.
La poesía es un acto libre y radical. La poesía es la única actividad ilegal no legislada[3], nos diría un poeta que vive en la clandestinidad de antologías gracias a la conciencia crítica de sus palabras. Todo poema es un diccionario en estado líquido[4]observan aquellos que en el fluido de su sangre buscan la imagen y el ritmo. (Yo, la mujer proveniente de un profundo río. Yo, el hombre que suspende sus ojos de una estrella derribada por el alba).
Desde su raíz etimológica el texto expresa y desenvuelve un tejido entramado de hilos y nudos. La palabra y la escritura atestiguaron distintos y numerosos cambios al interior de la sociedad humana en lo breve de su camino en el planeta tierra. Los testimonios perdidos se confunden con los calendarios pero la poesía ha desatado nudos y ha tejido hilo gracias al temperamento y esfuerzo creativo del hombre. Se olvida que la creación poética es un ejercicio del rigor, una exploración también crítica: otra forma de lucidez[5].
La poesía discurre entre la vida del hombre pero el hombre no siempre discurre en poesía. Incluso así, la relación es indivisible. La poesía continúa re-creando la vida y el lenguaje dotando mundos para bullicio de torres de Babel. Esa es su capacidad innovadora, va fiel a las grandes vorágines de la conciencia humana. Se impregna de diversas identidades. Agita sus alas por encima de la tecnología y el desarrollo. Converge en la vida y la muerte.
No hay contradicción dialéctica entre la modernidad y nuestra tradición. La poesía en su origen puede cifrarse cual mito, como presente se vuelve profecía, y si bien da testimonio de su momento, no deja de apuntar al futuro. Ante una clara ausencia de toma de posición frente a nuestra realidad y una franca ausencia de compromisos en la acción literaria, el colectivo como ente abstracto es una necesidad para vincular esfuerzo y próximos sueños. Nuestra ética es la revolución nuestra estética la vida: una-sola-cosa[6].
[1] Enero en la Palabra / Memoria Impresa. Biblioteca Regional Cusqueña 2015, Pág. 57. Gobierno Regional del Cusco.
[2] El Artista y la Época. La torre de Marfil / José Carlos Mariátegui.
[3] El Nuevo testimonio. Antología de la Poesía Revelada /Jorge Kun 1978.