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A nosotros nos parió un cochebomba

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“La sospecha y la incertidumbre son los temas principales de mi generación […] Un día alguien escribirá las otras cosas de la guerra […] de las que yo nada digo aquí: las maestras que nos mentían, los padres que nos mentían, la prensa imbécil que nos mentía. Quien lo haga, en particular si es de mi edad, sabrá que aquella guerra fue para nosotros una victoria secreta porque trajo a nuestras vidas la mentira y la sospecha, que son las únicas herramientas de un escritor”.

Una puta mierda, Patricio Pron.

 

A nosotros nos parió un cochebomba, nos reventaron la ilusión, nos hicieron picadillos los sueños, las esperanzas, la idea romántica de justicia social, de paz fraternal y solidaria en un futuro. Nos hicieron dudar de las ideologías, de Dios, y sobre todo, de esa estafa permanente que se renueva cada cinco años llamada con sucia ironía: democracia, poder del pueblo.

Pero ¿quién activó el artefacto?, ¿fueron los terroristas, fuimos nosotros mismos en un arrebato secreto de suicidio colectivo? o ¿fueron las circunstancias? Si fue esto último y jugando un poco a un Zavalita ochentero, pero pasado de vueltas diríamos: ¿en qué momento se reventó el Perú?

Se reventó en varios, no solo en Tarata, se reventó bastante más atrás. Desde la República, desde la Colonia incluso, a través de una explosión paulatina y sistemática de segregación, de racismo, de exclusión y enajenación que crónicamente sigue vigente hasta hoy. Amat y García tuvieron mucho en común, el primero emputeció a La Perricholi; el segundo se emputeció él y luego al Perú. En ese sentido acrecentó la contradicción dialéctica, la agravó, en palabras más simples, porque estamos en confianza y entre amigos: se reventó el orto de la historia mucho peor, y en varias poses.

La novela Generación Cochebomba es el recuento de esas esquirlas que al explicar el pasado, nos sirven para entender mejor el presente. Ha logrado con referentes mediatos como Los Inocentes de Reynoso y Conversación en la Catedral de Vargas Llosa, junto a su referente inmediato obligado Al final de la Calle de Oscar Malca erigir una particular poética de la violencia, no solo interesante, sino obligatoria para entender el ruido vital de la narrativa peruana actual. Eso que la hace mover siempre, incluso por negación, ya que el realismo vital (que algunos han endilgado el adjetivo “sucio”) se vio enfrentado primero con lo romántico, con lo cosmopolita, luego con lo metaliterario, ahora con lo autoreferencial, mañana aparecerá alguna moda y correrá la misma suerte. Porque el Realismo toda la vida los ha ido, jubilando de la historia sin tarjeta de invitación. Y allí quedarán los mojones que fueron dejando en el camino, obras que se vendieron como hit del verano a lo sumo. Canciones pegajosas que ahora nadie recuerda, porque en la literatura como en la vida, el tiempo es el mejor juez. Y esta obra está quedando, cuarta edición, solita como maratonista nato está llegando a la meta.

El Realismo –a secas- sin etiquetas ni depuraciones, ha sido en el Perú sinónimo de reflexión sobre la violencia. En las épocas de crisis económicas o bélicas, luego de terribles desastres, esta vertiente afloraba naturalmente con su lupa crítica y feroz, podríamos irnos hasta Mercedes Cabello o la misma Clorinda Matto, pero partamos de más cerca. De la generación del 50, donde el realismo plasmó la violencia social que implicó el desplazamiento de los inmigrantes provincianos a la ciudad. Esa convivencia ríspida de aprovechamiento, explotación y desprecio entre clases sociales. Violenta son las primeras alegorías a partir de la construcción de imágenes como el monstruo de mil cabezas para referirse a Lima, esa Horrible que ya empezaba a mostrar sus vísceras más hediondas en la literatura. Sin embargo, esta novela conversa con más puntos en común con Los inocentes, conjunto de relatos que abordan esa sobrevivencia en la ciudad gracias a la pandilla o colleras, donde la violencia se respira entre sus páginas, pero que se la vence, convirtiendo la ciudad bestial en un reino con muchos príncipes.

La violencia se constituye entonces como un ente de amalgama social ante lo hostil del entorno. Los más vulnerables, adolescentes o jóvenes se reúnen, buscan algún nexo además de la amistad como la música, el fútbol, y las drogas para cuidarse las espaldas, para seguir resistiendo, sobrevivir y seguir reinando en las calles. De la misma manera, Adrián R, Pocho Treblinka, Carlos El Desperdicio, y El Innombrable, cuatro como los ultraviolentos drugos de La Naranja Mecánica de Burgues han visto en la unión, esa suerte de camaradería espontánea, que los permite habitar ese universo particular que se han construido en las aceras. Otra obra importante que también maneja la temática de la violencia como factor indispensable de unión ante una amenaza común, es La ciudad y los perros, donde el Círculo no es otra cosa que un clan intrauterino del colegio, que sirve para estar bien, para no sufrir, para no perecer en esa extensión del monstruo citadino que es el colegio. Por ello se establecen códigos peculiares de honor, de valentía y sobre todo de lealtad.

Pero la violencia tiene una paradoja, así como amalgama, también dispersa. Las fricciones sociales, el racismo, la sociedad escindida como Miguel Gutiérrez observaba en la generación del 50, su generación, vigente hasta la actualidad, hace que el discurso novelesco exprese lo mismo. Esto se evidencia en la satanización de los senderistas como los cholos inconformes en permanente antagonismo con los militares que aún siendo cholos o clasebajeros, se operativizan en una suerte de “blanqueamiento” solo por ser guardianes, celadores, poco más que guachimanes arribistas de una clase que solo los aprecia porque los usa y descarta fácilmente. Incluso fuera de la concepción de la Guerra Interna, la asociación de lo negro y vulgar con Alianza Lima en oposición a Universitario, también opera y determina posturas y perfiles conductuales de estereotipos sociales vigentes en la actualidad desde la etapa colonial. Esta novela busca en las letras de la movida subte su idioma, su ritmo y espíritu, allí están bandas  como Ezkorbuto, Leucemia, Narcosis, Eutanasia, La Polla records entre otros. Esta obra no busca narrarte una historia, sino más bien cantarte su forma de vida y sus pequeños dramas. No por casualidad el libro está dividido en dos caras A y B como los viejos casette ochenteros.

En estos días se habla de una oposición entre una literatura autoreferencial y otra de la memoria. ¿Por qué esa necesidad de rotular, de renovar cada cierto tiempo cartelitos dicotómicos: criollos-andinos, cholos-blancos? Se habla de superación, de agotamiento, cuando siempre ha existido una lucha tácita y a la vez explícita de contrarios. Ambas de manera violenta, porque es violencia la discriminación, la demonización, pero más violencia aún es la anulación absoluta del otro. Ya no se busca con esto la lucha, se ansia la extinción de quien piensa diferente que tú. Esta invisibilización del oponente se materializa en las redes sociales, en esa degradación comunicacional de “eliminar” o “bloquear” para siempre a esa voz discordante e incómoda. Violencia es eso y no reconocerlo, tener todo el aparato mediático para una forma estética y ninguna o muy pocas para otra propuesta alternativa. ¿Hay más violencia que la desaparición absoluta?

Esta novela no busca parcelar su radio de acción en la ficción novelesca, todo lo contrario, expresa matices desde lo social, económico hasta lo político. Este detalle hace que gane terreno con relación a sus referentes más próximos, porque al agregar a la resistencia subte, la rebeldía e incluso militancia política la complejiza como lo es la realidad. Tiene el afán integrador de la novela total, ya que, no solo es anarquía desopilante o sucia, tampoco un salvaje tubo de escape hacia el alcohol y las drogas como se la quiso emparentar con la Generación X. Esta propuesta novelesca es otra cosa, algo que está más cerca de nosotros que de ese spleen estadounidense de huida hacia ningún lugar. Aquí los personajes configuran un corazón mecánico cuya sangre está llena de violencia, ardor y ruido. Broncas escolares, batidas, redadas, leva, enfrentamientos, abuso policial, represión, abuso infantil (pirañas, travestis, meretrices). Uno de los puntos críticos se observa en la toma del Sexto donde la violencia adquiere el rango de espectáculo casi circense gracias a la televisión. Todos quieren ver los chuzos del corazón del pueblo pateado y puteado, todos pagan por estar en la primera fila de las butacas. El morbo vende, da ranking, hace feliz. Es interesante la comparación entre colegio y cárcel que se hace en la obra como dos lugares de concentración de poder y control.

Los personajes sufren e incluso en ese reducto de vulnerabilidad hay mucha rabia contenida. Por ejemplo, el Innombrable (el intelectual del grupo), luego de que mandara a rodar a una madre esquiva y hostil, que le había ordenado deshacerse de sus libros y negado a nombrarlo, dice: “¡Mierda! Ni mi propia madre quiere decir mi nombre”.  El hecho de que ahora se niegue que Cochebomba sea la denominación natural de una generación, se parece a este detalle de arrancarle el nombre a alguien para anularlo. Porque lo que no se nombra no existe. Mejor que odiarlo, es desaparecerlo, negarle una historia, una memoria medianamente recordable.  O el otro caso de rabia incluso en el desamparo absoluto, se da con Pocho Treblinka cuando en un momento de angustiante hastío patea la radio donde sonaba Eutanasia con esta letra: “Miras la violencia como un imbécil, sea en la calle, sea en tu casa, eres presionado porque no estudias, te dicen tus viejos que leas las noticias, cincuenta muertos y quisieras estar entre ellos, viejos traumados que te cuidan y te miman, tratas de escapar, chupas o te drogas, buscas en la calle lo que no te dan, pero luego pasa y todo sigue igual…” El personaje vuelve a patear la grabadora, dice que extraña a sus padres y se pone a llorar. Este detalle humaniza al personaje, en el sentido de que se complejiza la sicología para no caer en el estereotipo de chico duro sin sentimientos. Continúan siendo duros y violentos pero tomados de la realidad, donde la gente sueña, ama, llora y odia, siempre con furia, pateando al mundo si fuera posible.

Tanta presión tenía que buscar una forma más radical de cambiar las cosas. El Senderismo se encontraba en su expansión del campo a la ciudad, para lograr un equilibrio estratégico con las fuerzas del Estado. La política vuelve a los jóvenes ruidosos en agentes críticos que asumen posturas definidas ante la crisis nacional y mundial. La juventud cochebomba nuevamente se encontraba ante la encrucijada de desbarrancarse con el sistema o subvertirlo. Muchos son obligados a enrolarse a las Fuerzas Armadas, así comienzan a surgir en las calles pobres de Lima y en los suburbios: los omisos, los desertores y los cachaquitos. Reclutados con violencia, para inculcarles un discurso de violencia. Otros se adhieren a las células de Sendero Luminoso, para ser adoctrinados también por otro discurso de odio, más sofisticado que el anterior, pero más arrasador también.  La novela coloca en pronombre de “él” y “ella” a esa posibilidad de jóvenes que eligieron el camino subversivo. El personaje “ella” tendrá un acercamiento a Adrián R. lo hará partícipe de sus ideales, pero al final lo dejará. Al tiempo que el personaje “él” también le haría entender que en un estado de crisis no había salida. Arrojarse al abismo o luchar. Esta novela no es apología del odio, ni vano entretenimiento a partir de su temática convulsa, es reflexión a partir de las vivencias. Miguel Gutiérrez dice de su propia obra: “[…] siento que apenas me he desplazado por los bordes de esa realidad y que me sentiré creativamente incompleto mientras no logre traspasar los campos minados de mis prejuicios, pasiones, oscuros miedos y las ataduras de mis propias convicciones ideológicas, y alcance así la perspectiva justa y estricta que me permita componer una ficción que no sea apología ni condena ni gratuito entretenimiento, sino una exploración honrada sobre un proceso tan complejo e intimidante, que dista de haberse cerrado”.  Y eso es precisamente esta obra que hoy se presenta en su cuarta edición: una reflexión de un proceso complejo que aún se sigue dando a través de violencia entre líneas. Pero también, es un testimonio de muchos que pelearon, que se arrojaron al abismo. Los amigos de Adrián R. terminan mal en cualquiera de los casos, pero eso no interesa mucho. Todos lucharon, equivocados, o no. Con mística o delirio, se fajaron siempre. Porque los seres de esa generación, llevaban dentro del pecho un corazón mecánico, cuya sístole y diástole bombean hacia dentro y hacia fuera una violencia especial, pura, resplandeciente. Esa locura de resistir una sociedad monstruosa y lacra, acomplejada y estúpida, perversa y mezquina, Neoliberal y farandulera, todo a la vez, demostrándole que no tenemos la mínima dosis de miedo o vacilación que corra por nuestras venas, porque no se confundan, porque paridos de un cochebomba, lo más fácil, natural y simple para nosotros es reventar.

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