Opinión

39 años sin Martín Adán

Lee la columna de Luis Felipe Alpaca

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Ramón Rafael de la Fuente Benavides, (Lima, 27 de octubre de 1908- Lima, 29 de enero de 1985), más conocido como Martín Adán, fue un genio nacional. Aquel poeta sórdido, profundo y fascinante hoy habría tenido 116 años y su legado permanece intacto como sus obras maestras “La casa de cartón” y sus sonetos “Travesía de extramares”.

Martín Adán, como buen estudiante sanmarquino supo adquirir notables atributos académicos y literarios en la corriente vanguardista. Aquel solitario poeta nació en el centro de Lima, pero vivió toda su vida en Barranco, a pesar de atravesar una marcada estrechez financiera, debido al desmedido consumo de alcohol que lo llevó a convertirse en un ‘espectro nocturno’ que deambulaba por lo bares del centro, hasta internarse en el Hospital Arzobispo Loayza para encontrar su muerte, a los 76 años.

Sobre el genio Martín Adán, el poeta José Rosas Ribeyro escribió: “Porque en esa época yo no sabía que este hombre de buena familia había renunciado a todos los privilegios de su clase, su apellido y su formación académica, para vivir en permanente estado de poesía y ebriedad vagabundeando por calles y bares céntricos. Una noche, cansado de su acoso, le hablé o, más bien, le grité: “¡Ya para de seguirme viejo maricón!”. Él ni se inmutó, no dijo nada, sólo se quedó de pie, paralizado, y ya nunca más me siguió cuando me cruzaba con él. La bohemia vagabunda de Martín Adán combinaba, creo, soledad, alcoholismo y homosexualidad”.

El gran cronista Eloy Jáuregui escribió:  “Broncano era su apellido y trabajaba de mozo desde la fundación del mítico bar Palermo de La Colmena en el Centro de Lima. Y ahí estaba siempre atento. Pero su encanto era mayor cuando uno lo observaba conversando con el poeta Martín Adán en la última mesa de la derecha. Martín Adán no hablaba con nadie y bebía solo un trago, vaya uno a saber. Solo con Broncano sonreía. Solo a Broncano le contaba sus cosas, y qué cosas. Broncano, no permitía que lo molesten. Miraba la eternidad, el orden genético de sus palabras. Nosotros en la otra mesa no le perdíamos detalle. Usaba un gabán mugriento y decían que estaba loco. Y decían también que era un genio”.

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