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A 25 años de la captura de Abimael Guzmán

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I.

Ha pasado mucho tiempo –un cuarto de siglo– desde que las pesadillas dejaron de durar veinticuatro horas. Es decir, desde la caída del demonio –más propiamente, el pobre diablo– que estaba detrás de este encantamiento atroz. Es decir, desde la captura de aquel que fue encumbrado por cientos de infelices como Puka Inti, el mismo que terminó como un simple e inerme Cachetón –sobrenombre endilgado al más funesto AG de nuestra historia, por los operadores del GEIN–  y aún nadie se atreve a ser claro respecto del Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso (seguramente no faltarán los ineptos que le nieguen dicha categoría por no estar inscritos en el sistema electoral peruano –una “ironía”, en fin–).

Sería fácil atribuir esta falta de claridad a la mediocridad típica del medio político y no optaremos por esta vía, aunque la consideramos correcta en parte. En verdad, el trasfondo de esta oscuridad es la falta de recursos intelectuales, pero sobre todo la falta de arrestos para encarar al monstruo de frente por parte de la gran mayoría de involucrados en la política o en el análisis político contemporáneo.

Si hasta la fecha se tiembla al escuchar cualquier mención de terrorismo y si no se quiere conceder al Movadef la condición política que, sin duda tiene, se prepara de gratis o una nueva insurgencia homicida y ruin como la del oscuro sendero que amerita estas líneas o la irrupción de una nueva dictadura corrupta y cobarde como la que representó el Fujimorato. Condiciones todas, que se agravan dadas la absoluta debilidad y la basta inopia del actual gobierno.

La confrontación, en este sentido, debe ser, en todo momento, política e intelectual, pero, sobre todo, oportuna ya que si se desatase el ruin zombie que es el terrorismo la salida inmediata sería militar y tendría que postergarse la discusión que proponemos.

En todo caso, en este período de nuestra historia debemos vencer definitivamente a Sendero Luminoso, pero también al fujimorismo y, al mismo tiempo reestructurar o fundar nuevos movimientos políticos en todo distantes de la lacra y el oprobio que simbolizan la mayoría de “fuerzas” políticas actuales.

Pero dónde podríamos empezar si los más nefastos individuos gozan de todas las prerrogativas que faculta u otorga la falsa democracia que padecemos, hasta el extremo de haber disputado las dos últimas segundas vueltas presidenciales y ser la mayoría parlamentaria más truculenta de los últimos tiempos. Sin embargo, reitero, es menester iniciar la confrontación.

La democracia ha sido establecida con fines persuasivos y dialécticos y si no se puede discutir todo lo que atañe a la política de un modo frontal es en vano que haya elecciones cada cierto tiempo. Es obvio, para algunos, que la absoluta ausencia de contenidos en la política peruana actual hace imposible toda forma de discusión benéfica para la ciudadanía. Razón de más para actuar intelectualmente en contra de ella.

Por otro lado, es imposible problematizar la captura de Abimael Guzmán sin sustraer lo que el fujimorismo asume como un logro suyo y sin considerar el funesto devenir de los principales responsables de la operación en sí, es decir, Vidal, Jiménez y Miyashiro, pero dejaremos eso para después.

Más apremiante es definir porque la gente llama terroristas sin más a los senderistas sin considerar que, sobre todo, son comunistas. Esto podría llevar, como hace la derecha bruta y achorada, a identificar el terrorismo con el comunismo, pero solo si y solo si se tiene como condición necesaria el hecho de ser derechistas y achorados, es decir que nadie con un coeficiente intelectual de ochenta en adelante podría identificar ambos términos.

Sin embargo, creer que los senderistas fueron solo unos “guerrilleros” o agentes de la verdadera “revolución” popular es otro equívoco malsano de todos aquellos que no han superado el estadio de la toma de poder y la lucha armada.

Para aquellos que, como yo, no avalamos ningún tipo de dictadura, la dictadura del proletariado nos es tan fatídica como cualquier otra pese a su supuesto afán reinvindicacionista. Sin duda, la explotación existe aún en medios académicos y profesionales, pero casi nadie dice nada al respecto ni siquiera cuando se materializa una huelga tan prolongada como la del magisterio que fue pésimamente conducida por las dos partes en conflicto. Es terrible que este extremo haya perdido actualidad en la agenda política actual por casi todos los involucrados, los que contentos ante un sistema que les da la opción de poder hacer otra cosa, nunca inciden en realizar una variación en sus grises vidas.

Por ejemplo, los funcionarios públicos que en atención a sus grandes responsabilidades pasan hasta doce horas en las oficinas ministeriales pese a defender al régimen y a su supuesta entrega al país son, sin duda alguna, víctimas de la opresión de un sistema que no les otorga otras posibilidades de realización porque ni siquiera un genio luego de varios años trabajando a ese ritmo en tediosas actividades administrativas podría desarrollarse en nada, imagino a Einstein metido en este embrollo y lo creo incapaz de resolver el más simple teorema al cabo de pocos meses. El profesor de una universidad privada que además de sus horas de clase debe realizar trabajos administrativos en lugar de investigar y escribir no solo sobre los temas de su especialidad sino sobre todos los temas que le pasen por la mente es otra prueba de esta explotación. Ni que decir de los miles de jóvenes y no tan jóvenes, subempleados o tercerizados pero forzados a cumplir con las exigencias que corresponden a un trabajador contratado o con un salario más elevado o, peor aún, presos durante su jornada laboral como los desgraciados muchachos fallecidos en el incendio de las oprobiosas Galerías Nicolini hace unos meses o forzados a prostituirse en los lejanos asientos mineros informales de la selva.

Los ejemplos citados demuestran el hundimiento del actual sistema que rige nuestro país y si a esa lista le sumamos los beneficios exorbitantes que reciben los grandes regentes del poder económico como las exoneraciones tributarias y la insultante impunidad de todo aquel que puede comprar a la “justicia” nacional obtendremos la firme conclusión de que este país requiere de una transformación urgente pero esta no puede deberse al comunismo mucho menos si se vale de estrategias terroristas, aunque el liberalismo, en tanto doctrina política del capitalismo tampoco ofrece alternativas dignas para la ciudadanía.

En este extremo es necesario pensar de verdad, porque casi nadie señala que el liberalismo es anterior al comunismo y que el marxismo es precisamente una respuesta a lo que el capitalismo tiene de negativo para la humanidad. Que el marxismo haya sido utilizado para causar inclusive peores daños a la especie humana es una especie de paradoja sustentada en la negación del mismo y en la falta de evolución de sus “teóricos” y “representantes”. Que el liberalismo se siga considerando el menos malo de los sistemas políticos es una claudicación de todos los que no hacen frente a aquellos que no se preocupan por el otro, los que gozosamente proclaman la “naturaleza” egoísta del ser humano como si el ser humano no fuera, en gran parte, una construcción artificial, sobre todo, en lo que respecta a su cultura y el uso de su inteligencia.

Es necesario repensar el marxismo introduciendo en él una inclaudicable lucha por la libertad del individuo. Es necesario repensar el liberalismo introduciendo en él una inclaudicable lucha por el bienestar de los otros.

En este punto radica la controversia definitiva, ¿qué modelo debemos ofrecer a la población, si esta está cada vez más estupidizada tanto por la basura propalada por los medios de prensa masivos como por la televisión nacional?

Cómo podemos hacerle entender al pueblo peruano, la magnitud negativa de su turbulenta historia reciente si se ha consentido que Alan García sea dos veces presidente pese a la barbarie y abierta corrupción de su primer gobierno; si, en su momento, se avaló en un porcentaje infamamente alto al golpe del cinco de abril de 1992;  si Paniagua no se atrevió a destruir el fujimorismo destruyendo su máximo legado, la constitución de 1993,  ni tampoco fue forzado por el principal interesado, el supuesto depositario del Poder Constituyente, el pueblo; si cada cinco años se elige a presidentes con un historial tan turbio como un descenso al averno; si hasta  un tipo sombrío y secundario como Humala, involucrado en violaciones de los derechos humanos llegó a la presidencia y fue ampliamente apoyado por la izquierda, quizás la misma izquierda que nunca se detuvo a enfrentar con grandeza al senderismo, esa misma izquierda que condena entre comillas al senderismo pero cree que los emerretistas son presos políticos, vamos; si un hombre con un prontuario lobbysta tan extenso como PPK es el actual presidente solo porque su candidatura impedía el ascenso de Keiko Fujimori; y finalmente, qué podemos alegar en defensa de nuestro pueblo, si el fujimorismo ha puesto en jaque dos veces, en seis años,  a nuestra endeble democracia haciendo uso de medios “democráticos”. Con qué rostro podemos hablar de dignidad nacional y de lucha por una sana memoria histórica si el fujimorismo es la actual mayoría parlamentaria.

II.

La tragedia que significó el terrorismo para nuestro país halla su más intenso correlato no solo en las despreciables historias de los militantes de la extrema izquierda sino, también, en el fin de los principales involucrados en la gesta que encarceló a Abimael Guzmán. Tomemos como referencia a tres “valiosos” representantes de la Policía Nacional y el GEIN, es decir, a Antonio Ketin Vidal, Marco Miyashiro y Benedicto Jiménez, quienes deberían ser considerados héroes nacionales y sin embargo… ahora, es imposible que se recurra a sus figuras como paradigmas de hidalguía y nobleza.

Ketin Vidal, cuya cercanía y defensa de Vladimiro Montesinos, demostrada ampliamente por diversas investigaciones de Gustavo Gorritti, está descalificado a perpetuidad para recibir cualquier tratamiento honorifico precisamente a causa de esa repugnante asociación.

Miyashiro es en la actualidad un integrante más de la nefasta agrupación conocida como Fuerza Popular y eso no puede justificarse de ninguna forma.

Benedicto Jiménez, el otrora “Sheriff” y autentico creador del GEIN, es, ahora, otro corrupto cualquiera, infaustamente vinculado con la mafia del infame Rodolfo Orellana.

Estos dos “ejemplos” finales nos enseñan la imposibilidad de ser un héroe de modo permanente en nuestro país y nos hacen recordar la célebre frase de The Dark Knight de Christopher Nolan, “muere siendo un héroe o vive lo suficiente para que te conviertas en un villano”.

A su manera, los terroristas, nos muestran el otro lado de esa misma moneda, intentaron ser “héroes” y creyeron que podrían liberar al pueblo, sin embargo, gracias a su dogmatismo y a su enfermiza “ideología” atentaron contra el pueblo mismo y se hicieron dignos del desprecio de todo el país al asesinar a tanta gente inocente, además, de haber traumatizado a miles de compatriotas con el ritmo atroz de sus múltiples atentados sobre la ciudad de Lima y otras.

Debo enfatizar que el desprecio ante situaciones y entidades como las que hemos descrito es legítimo y saludable. Debo precisar que este desprecio, en relación con los terroristas y los corruptos, debería ser perdurable en nuestra memoria histórica para que sean señalados todo el tiempo con toda la crudeza necesaria a fin de que no vuelvan a repetirse nunca más actos de tan baja naturaleza como los que estos protagonizaron.

Muchos senderistas-terroristas serán liberados este año. Sus cuerpos podrán gozar de cierta libertad de tránsito, pero sus mentes, salvo prueba en contrario, seguirán apresadas y debo señalar que todos ellos padecen dicha condición no desde el momento de su captura sino desde que iniciaron su militancia en el infausto sendero más oscuro de la política peruana.

Entender esto y entender que ellos y todos los que son como ellos no merecen ningún perdón salvo que demuestren un honesto arrepentimiento y siempre y cuando hayamos llegado a comprenderlos sería una buena muestra de entereza histórica, pero es prácticamente una fantasía, varias veces irrealizable.

Del mismo modo, debemos ser inflexibles en nuestro desprecio a Alberto Fujimori y todo lo que él y su legado partidario representan.

Finalmente, se puede ser enemigo del terror y señalar la cobardía con todas sus letras respecto de los terroristas-senderistas –sobre todo, la de su endeble líder endiablado– pero sería una bajeza no reconocer lo mismo en aquellos que supuestamente fueron sus vencedores. Me refiero, obviamente, a uno de los más infaustos protagonistas de aquellas épocas tan turbias, Vladimiro Montesinos y al adecuado correlato del infierno que hemos señalado, es decir, Alberto Fujimori.

 

III.

Es necesario especular hasta qué punto Sendero Luminoso representó a la izquierda más comprometida con la “revolución” y hasta qué punto es una de las fuerzas políticas más nocivas y cobardes de todos los tiempos.

El primer punto es evidente. Mientras los más torvos termocéfalos de la izquierda se habían resignado a participar de las elecciones por razones de cálculo político, cobardía o por comodidad, solo Sendero protagonizaba y materializaba lo que las demás facciones “revolucionarias” no se atrevían a concretar. En este punto, se esclarece el segundo componente del problema propuesto, puesto que sus atentados y crueles excesos contra civiles y las tácticas terroristas intimidatorias y homicidas deslegitimaron y hundieron cualquier reivindicación social que hayan intentado lograr o alcanzar a través de la lucha armada.

No existe en el orden de la guerra nada más ruin que atacar a civiles, ni existe nada más grave que matar a traición a gente desarmada, rendida o que sea, simplemente, inocente. Un guerrero no puede mancharse con la ignominia de atentar contra personas indefensas.

Obviamente, los sádicos senderistas no tuvieron nobleza ni ninguna otra cualidad que les hiciera aproximarse a la figura del guerrero.

Abimael Guzmán, el muelle conductor de este rebaño infernal, representa con plenitud, esta desgracia y este sinsentido, la ausencia total de una ética valiosa para cualquiera que sea distinto a los miembros de esta secta tenebrosa.

En síntesis, el honor en un senderista es imposible.

Los crímenes de Sendero Luminoso fueron atroces, cobardes e injustificados, marcaron a toda una generación y más o menos normalizaron la brutalidad en nuestro país, tanto así que la feroz represión fujimorista fue asumida, desde esas fechas, por los seguidores del gran entuerto “naranja”, como un saludable escarmiento contrasubversivo.

Por ello, los senderistas no pueden ser considerados “guerreros” ni “guerrilleros”. Tampoco puede hallarse en sus planteamientos un solo aspecto liberador para nadie. Fueron, ciertamente, el ala más radical de la izquierda peruana en un tiempo en el que la lucha armada había perdido toda posibilidad de ejercicio para la mayoría de los militantes de ese momento, los que hasta ahora no se cansan de repetir que SL no conocía la realidad nacional y que no habían realizado una lectura adecuada de las posibilidades revolucionarias que tenía el Perú en aquellas épocas. Al mismo tiempo, SL fue la horda homicida-política más sanguinaria y abyecta que ha tenido este país. Este último punto debe ser enfatizado hasta el infinito.

Haber militado en Sendero hace que seas considerado de la peor manera –con toda la justicia del caso–, pero tras varias décadas encerrados, la mayoría de “sacos largos” serán prontamente liberados.

Ante esta realidad debemos preguntarnos: ¿qué podremos hacer con ellos, si para agravar las cosas no tienen siquiera el más mínimo gesto de arrepentimiento?

Acaso algunos pueden deducir de esta actitud, una supuesta superioridad “moral” sobre los que se “doblegaron”, sobre los que descaradamente fingen arrepentimiento y sobre los que niegan en todos los idiomas su participación terrorista, pero en el fondo todo aquello es intrascendente salvo que se asuma como principio indeclinable que el arrepentimiento genuino es una condición sin la cual no deberían ni podrían reincorporarse a nuestra sociedad.

IV.

El terrorismo fue una experiencia terrible y traumática que padecimos, pero el resto de los elementos que he enumerado no por menos graves dejan de ser males a los que también debemos oponernos. Si alguna esperanza existe para el Perú es que las nuevas generaciones sean más valientes y lúcidas que las precedentes. Lo que nos hace falta y lo que debemos desarrollar es, lucidez, carácter y valentía, a partes iguales. El primer acto sería llamar a las cosas por su nombre. El segundo, sería llevar a cabo una revolución verdadera que respete la vida y la libertad de todos. Acaso, la búsqueda de una nueva utopía.

 

POST SCRIPTUM.

El problema que atañe a toda revolución es su imprevisibilidad. Tocqueville con su habitual perspicacia problemática se preguntó: “¿por qué unos principios análogos y unas teorías políticas parecidas llevaron a los Estados Unidos solo a un cambio de gobierno y a Francia a una subversión total de la sociedad?” La respuesta más simple es considerar solo a las distintas realidades sociales y económicas de estos dos países como hizo, en parte, Albert Soboul. La más compleja es la que se aparta del marco estricto de la historia académica y resuelve que el mal es una fuerza demasiado intensa en los seres humanos como para estar contenida por demasiado tiempo. El Régimen del Terror solo puede atribuirse a un ejercicio sin límites del mal, derivado de un ejercicio ilimitado del poder. Este periodo fue tan desenfrenado que llevó a todos los grandes criminales revolucionarios a la muerte, ya sea por mano de civiles o por la efectiva guillotina que no perdonó ni a Marat, en el primer caso, ni a Robespierre, en el último, grandísima pareja de asesinos.

Todo uso del terror es una manifestación del mal y debemos oponernos a él, en todas sus formas

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