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Yace en el lugar de la luz, de Ayrton Mallma (2022)

Lee la columna de Mario Castro Cobos.

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Cuidado con el pre-juicio. Ya ves. No era tan difícil. El rompimiento del cerco (aunque para varios no es solo difícil, es imposible, y es una desgracia, para ellos, por supuesto). ¿A qué me refiero? A hacer películas como te han dicho que tienen que hacerse. ¿No hay otra manera? Mejor está no ser tan obediente y hacer películas como quieres -simplemente como puedas- con lo que tengas a la mano. Justo aquí, justo ahora.

Por cierto: qué me parece que hay, en este caso. De entrada, una sensibilidad particular. Espontáneamente poética, diría que sí, y hasta lírica. Veo: imágenes frescas. Y hermosas. Tomadas de la vida. Como al pasar. Como al vivir. Como un par de manos que recogen agua. Una pequeña canción hecha de naturaleza y luz. Una cámara en mano que tiembla levemente o que titubea un poquito, tímida y atrevida, entre la inexperiencia, la decisión y la emoción de una primera vez. Un estilo de registro. Casi furtivo. Una urgencia me resulta clara: una necesidad total de, ya lo dije, y no hay que temerle a esta palabra: poesía. 

Imágenes, sencillas, y con encanto, que articulan una búsqueda de delicadas armonías que se muestran, si uno sabe verlas, y otras que subyacen en el reino de lo invisible. ¿O es que lo invisible también puede verse y no solo sentirse? Son, también, momentos de paz, arrancados a la locura del ritmo más mecánico, apresurado y apabullante de la ciudad y nosotros, sus esclavos y sus disidentes. Hay que detenerse un poco, ahí podría situarse la poesía, en el ‘entre’, en el descanso, justo en el momento cuando te relajas, respiras, y dejas de correr.

Qué amamos del cine, o de cierto tipo o zona o estado de gracia que encontramos en el cine, sino son esos pequeños momentos que el recuerdo cobija largamente y profundiza, que el recuerdo con su azaroso o preciso proyector interior nos hace revivir una y otra vez. Por qué tratar de registrar algo de eso…

El acontecimiento, lo que marca la diferencia del día, puede ser, no ‘una historia’ sino algo menos, o algo más: la hoja de un árbol, sus nervaduras; el canto de un pájaro, repentino. Algo sutil que la desatención urbana con frecuencia ignora o infravalora.

Y en efecto, como desliza el título, el tema es la luz, la presencia cierta y suave y poderosa de la luz. Por la que todos viven y por la que muchos, en su oscuridad evidente, ni sienten ni piensan ni sueñan ni se dejan envolver por ella.

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