Generalmente, cuando estamos a inmediaciones del termino del año en curso, pensamos en lo bueno y en lo malo que tuvimos durante los últimos 365 días y nos proponemos despedir el año viejo y preparamos la antesala para el año nuevo que se viene, para una vez más, proyectarlo como el más próspero, venturoso y feliz —aunque en la práctica— no siempre resulta como uno se propone. Y así sucesivamente, realizamos la misma dinámica, año tras año.
Sin embargo, en el mundo de los niños y de los más jóvenes, había otra manera de echar al año viejo —pero no precisamente para enfocarse en el venidero— porque cuando éramos párvulos, ni siquiera proyectábamos qué ocurriría en el futuro.
Quién diría que así pequeños, con los mocos rebosados y los vaqueros mugrientos (prácticamente, nuestro “campo de diversiones” era la calle) estábamos más conectados con la política y la coyuntura, a niveles insospechados. Incluso, teníamos en la memoria el significado de los símbolos patrios, el pabellón nacional, y la existencia de un librito rojiblanco, de nombre Constitución Política del Perú —y aunque repetíamos los datos como un loro— tampoco era menos cierto, que, en el fondo, tener ese elemental bagaje era todo un mérito.
A ver—ahora—vaya usted a preguntar a los pulpines de hoy ¿qué es todo eso del civismo? Y quizá le respondan, que es todo lo relacionado al “Honda Civic”.
Pero, volviendo al asunto del año viejo —en efecto— nos encargábamos de mandarlo muy lejos, hasta dejarlo hecho “cenizas”. Así todos los 31 de diciembre, diversos “personajes”, generalmente de la política, desfilaban bien vestidos y acicalados hasta la hoguera instalada en plena calle, y antes de la cero horas del nuevo año en curso, ya estaban ardiendo en su propia pira. Esa era la tradición desde que tuvimos uso de razón, y teníamos que cumplir con la quema de muñecos, para eliminar todo lo malo del año que acababa.
Nuestra misión, durante todo el mes de diciembre desde que salíamos del colegio, era organizarnos para recolectar ropa en buen estado —sacos, gabanes, camisas, zapatos, bufandas, medias, corbatas, correas, chompas y sombreros—. Aunque, pocas veces, rebuscábamos vestidos y zapatos de mujer, pues, raramente, surgía un personaje femenino que negativamente llamara la atención —quizá si habría existido en esa época una Nadine, Zoraida, o Dina— habría puras muñecas femeninas.
Así armábamos con antelación un sinnúmero de muñecos de trapo, en tamaño real, entre 160 y 175 centímetros, dependiendo del personaje. Esta liturgia la ejercíamos entre varios amigos del barrio. Éramos más de docena y media de adolescentes, los que recolectábamos las prendas de vestir para armar a los muñecos, que tenían que quedar perfectos —como una escultura—con ropa ceñida y sus manos intactas —para eso empleábamos guantes y simplemente los rellenábamos— asimismo, el rostro tenía que quedar bien delineado, con expresiones verosímiles. Desde luego, no necesitábamos un estudiante de Bellas Artes; generalmente en el barrio teníamos “Picassos” de sobra, para darle el toque facial al muñeco que iba a ser quemado en el año viejo.
Los muñecos que calcinábamos y que rellenábamos con cantidades industriales de cohetecillos, representaban a los políticos, gobernantes y personajes impopulares que todo el mundo repudiaba, por sus malas acciones y falta de empatía.
Recuerdo, que en uno de esos años, quemamos al general Juan Velasco Alvarado, en un afán de solidarizarnos con parte de la clase pudiente que fue despojada de sus tierras —aunque en el fondo— en el populorum, la gente hablaba bien del dictador militar, porque si bien, mandó al tacho al país, por lo menos reivindicó a los pobladores de las zonas más vulnerables del Perú.
Así fueron quemados muchos muñecos que personificaban a los personajes más negativos e impopulares de la escena nacional.
Por la hoguera de las calles, desfilaron Abimael Guzmán, Víctor Polay, Cerpa Cartolini, Elena Iparraguirre, y muchos terroristas más. Asimismo, el muñeco del aprista Felipe Santiago Salaverry que había presidido el IPSS con insanía, porque se burlaba públicamente de los asegurados, terminó en cenizas en varias calles de Lima. Increíblemente, en la vida real, a ese señor, en abril de 1990 Sendero Luminoso lo dinamitó en la Panamericana Sur.
Muchos apristas de la primera “era” de Alan García, también, pasaron a ser muñecos para incinerar durante el año viejo. Además, del propio García Pérez, también, pasaron a ser cenizas, Abel Salinas, Jorge del Castillo, Luis Alva Castro, Rómulo León y otros.
Posteriormente, Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, no fueron la excepción y también pasaron por la hoguera callejera —solo por mencionar a los más mediáticos— porque en suma, había muñecos para todos los gustos, incluso faranduleros.
Las calles, durante el primero de enero… todos los años amanecían con escombros de cenizas y llamaradas tenues; incluso, durante los últimos tiempos, a falta de creatividad, generalmente quemaban llantas.
Estas quemas, solamente se daba en los barrios más populares de Lima y también en las periferias. En La Victoria, no había calle que no estuviera flanqueada de muñecos ardiendo durante la madrugada del primero de enero. En Mendocita, en El Porvenir, Humboldt, Parinacochas, 28, Bolívar, Huascarán, La Católica, y todas las demás, amanecían destelladas.
En el Rímac, en Pizarro, Leoncio Prado, La Chira, Necochea, Salmón, Próceres, El Muñoz. Asimismo, en Barrios Altos, Breña, El Callao —antes que exista Barrio King— también quemaban a sus impresentables personajes.
Lo mismo, en Villa El Salvador, San Juan de Miraflores, y San Juan de Lurigancho, incluso, durante la época del alcalde farandulero que le acuñó el nombre: “El Nuevo San Juan”. Aquel distrito inacabable del cono este, amanecía con cientos de muñecos ardidos.
Fueron tiempos épicos, para los que pudimos vivirlo—digamos—desde el punto de vista más subjetivo—sin embargo, también existe la otra cara de la moneda.
Me refiero al lado más estructural del civismo y la sana convivencia. Es cierto, que estas practicas no eran correctas, porque colisionaban con el verdadero concepto de hacer ciudadanía, y de pronto, con las buenas costumbres.
Porque también, se incurría en la posibilidad de atentar contra la seguridad pública —de repente— por incurrir en delito de peligro común —porque en el peor de los casos— se pudo haber ocasionado una reacción en cadena, con probables incendios, que quizá pudieron alcanzar a inmuebles y algunos vehículos.
Felizmente, no me enteré de esas situaciones. Pero confieso, que una prueba de mi molestia posterior —ya en mi etapa de adulto— sucedió cuando cada fin de año, durante la antesala de la celebración de año nuevo —era obvio que no me perdía ninguna fiesta con cotillón— y cuando me desplazaba con mi auto por cualquier arteria limeña, a excepción de San isidro y Miraflores (excepto en inmediaciones de Santa Cruz, Enrique Palacios, Mendiburu y La Mar, de esas épocas), no paraba de refunfuñar, porque tenía que sortear cada escombro de muñecos en llamas, incluso, llantas incandescentes a montones, que bloqueaban las calles.
No tenía otra opción, que realizar maniobras temerarias como el slalom (esquives de obstáculos) para salir de aquella “ciudad perdida”. Incluso, me dio la impresión que estuve inmerso en la era Mad Max, mezclada con Blade Runner y Calles de Fuego, por la intensa penumbra, la ceniza y el humo que invisibilizaban la mole urbana.
Actualmente, eso, ya no existe. Ya nadie hace quema de muñecos, porque está prohibido, porque hay coerción. La Policía Nacional con apoyo de la Fiscalía de Prevención del Delito, simplemente, interviene ante estas acciones. De lo contrario, para quemar el año viejo 2023, ya se habrían armado muñecones con la fisonomía de Vizcarra, Castillo, Aníbal, PPK, Sagasti, Toledo, Cerrón, Boluarte, Otárola, Reynoso, Soto, Zoraida, Benavides, Alva, Bermejo, Sigrid, Susel, Chirinos, Lozano, Gorriti, Oxenford, Vela, Pérez, Tarache y Wanda.
Sin embargo —como premio consuelo— como para depurar todo lo negativo del 2023, en el Mercado Central y en Mesa Redonda, están vendiendo piñatas con los rostros de políticos, faranduleros, entrenadores y deportistas que se portaron mal durante todo el año, y están listos para ser despedidos a punta de palazos y patadas.