Política

Vizcarra: ¿vacar o no vacar?

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Un sector rastrero y mediocre de la intelligentsia nacional se muerde la lengua cuando suenan las campanas para vacar a Martín Vizcarra. Silencio, mutis. Otra variante de ese sector defiende apasionadamente la no vacancia: se desestabiliza el país, regresarían las mafias, dicen. A todo este grupo de amigos, amigas, amigues y amigxs, con máscara de analistas políticos —acostumbrados a medrar en los intersticios del poder—  se le hace más sencillo criticar al Congreso. Y sí, lo tienen todo servido; contra un parlamento que funciona como un cónclave de corsarios recién alfabetizados —batuteados por un hombre que es la encarnación humana del payaso de los Simpsons— es muy sencillo ser un “defensor de la democracia”.

Estos representantes de la ramplonería democrática en el Perú han cultivado sus pergaminos ciudadanos —en los últimos años— cerrando filas en torno al Ejecutivo, ayayeando y lambisqueando a los políticos oficialistas. Su lema es la defensa de la democracia, el no retorno de la mafia fujimorista, la defensa del estado de derecho. Y si fuera así ¿Quién no estaría de acuerdo? Lo que no cuentan es cómo cierran los ojos, nublan sus mentes y cubren sus narices, cuando el oficialismo hiede más fuerte que los chimpunes de un futbolista, después de una derrota.

Se aterrorizan frente a una vacancia, porque el estado de derecho tiene que mantenerse, los valores democráticos no pueden rebajarse, no podemos renunciar a la democracia, dicen. Lo único que defienden es la democracia de los allegados, la democracia de los amigos, la argolla. Porque cuando sus allegados chupan las mieles del poder y reparten las migajas no hay corrupción que valga. La corrupción no es corrupción cuando proviene de nuestros amigos, podrían decir. Y la maquinaria económica es menos nociva cuando sus patrones mueven el trasero al ritmo de REACTIVA, claro está. Ahí sí, estos analistas políticos de pacotilla, progresistas de balcón, proletarios de papel higiénico triple hoja -con aroma floral – hacen mutis.

Con el Congreso lo tienen más fácil. Para esta sector de la intelligentsia —que camina con una mano atrás y otra adelante— es muy sencillo criticar al congreso. ¿Quién negaría la ramplonería y el achoramiento del Congreso? ¿Es difícil reconocer a esa pandilla aconchabada detrás de un discurso democrático? Tras el congreso se ciernen las sombras del fujimorismo, dicen. Que se quieren destrabar las reformas. Y ¿Acaso alguien lo duda? Que al tufo aprista, fujimorista, conservador y autoritario le conviene la vacancia. ¿No es acaso, evidente? Si el presidente de la comisión de Fiscalización es Alarcón se hace muy sencillo criticar al congreso. Pues tenerlo como presidente de esta comisión es igual que colocar a Carlos Manrique a dirigir el Ministerio de Economía. El congreso es tan burdo, chabacano y ramplón que la mediocre intelligentsia nacional se ha colgado el pergamino democrático ejerciendo su crítica. Criticando a este Congreso, cualquiera se hace demócrata.

Pero no ejercen la crítica a todo el Congreso, claro está. A los moraditos, tan desabridos como el experimento gaseoso que sacó Inka Kola hace unos años, no se le toca. Con los moraditos todo es decente, aunque muevan las nalgas con REACTIVA PERU y parloteen, falsariamente, con un discurso dizque republicano. El frenteamplismo que enarbola los ideales del progreso, positivos en sí mismos, pero monopolizados por una cúpula oenegera no es criticado. Ellos son los decentes, los educados, los nice. Todos y todas, mientras el ciudadano de a pie, al cual no le benefician las cojudeces buenistas se recursea para llevar un poco de comida a su hogar. ¿Todos, todas y todx? Antes, el ciudadano de a pie tiene que comer.

Criticar la lacra conservadora y mafiosa, el autoritarismo populista, las ideologías del pensamiento retrógrada les viene bien a esta intelligentsia mediocre, así se pintan como demócratas. ¿Quién no criticaría toda esa tara del pensamiento? A cambio de eso se han acostumbrado a barrer el polvo de la corrupción, la corrupción de sus patrones, por debajo de la refrigeradora.

Es por ello que la gente se da cuenta y critica a estos analistas políticos de mano estirada, a estos opinólogos que chupan la ubre de REACTIVA, a estos aprendices de periodistas adictos al poder que, con sumo esfuerzo, pueden juntar un par de palabras. La gente, que no es tonta, sabe a qué intereses sirve esta mediocre intelligentsia. Con el pretexto de la democracia y el estado de derecho sacan partido por quien les mueve la cuna.

La vacancia a Vizcarra se decidirá en el congreso. La democracia será aquí música para camaleones.

Sin embargo, los adictos al poder ya han trazado su línea: todo aquel que critique al oficialismo  le “hace el juego al fujimorismo”. Es fácil andar calificando de fujimorista a diestra y siniestra, jugando así el juego, de ser ellos los decentes. Lo que no saben es que ellos mismos son más fujimoristas que el fujimorismo. En su afán de “no hacerle el juego al fujimorismo” han terminado sirviendo y apañando otra clase de fujimorismo. Callados o defendiendo una supuesta estabilidad democrática, se intentan pintar como honestos. Parece que la corrupción solamente es corrupción si proviene de la lacra fujimorista. Si proviene de la mano que les da de comer se viste de decencia.

Un sector de esta mediocridad intelectual considera que se busca nivelar todo y hacerle creer al pueblo que la mayoría de políticos son corruptos. Que son corruptos luchando contra corruptos ¿Cuántos presidentes están investigados? La corrupción en democracia también es corrupción. Callar la corrupción por elegir el mal menor es corrupción también. No hay corrupción buena, por más amable que sea. El que roba y el que hurta son igualmente ladrones.

Mientras tanto estos sectores mediocres de la intelligentsia intentan pasar como académicos balbuceando teorías políticas, escuchando jazz y música clásica, disertando sobre Kubrick y La Nouvelle Vague. Los otros, quieren creer, son los no demócratas, los incultos, los analfabetos. Defensa de la democracia, dicen. Pasa, pasa, nomás.

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