Luego de algunos meses de andar navegando entre vinos y piscos sin puerto a la vista, regresé a las huestes gastronómicas para visitar las nuevas propuestas de tres restaurantes de distintas ramas. La cabra tira para el monte me dicen en la redacción. En primer lugar llegué a Paseo Colón, esta nueva aventura culinaria de los Plevisani que lleva ya casi dos años con las puertas abiertas, pero que en esta oportunidad con su carta pulida está llamando la atención de los sibaritas. Es cierto, su ubicación en pleno corazón de San Isidro (Av. Pardo y Aliaga 697) le dio éxito en cuando a concurrencia, pero aún así el concepto de cocina latinoamericana-peruana no cuajó desde el saque.
Sin embargo me di una vuelta cuando me informaron de la renovación de su carta. De buena atención y ambientes agradables, más que un restaurante es un bistró con diversas alternativas, inicié mi curiosidad con su soltero de pulpo codiciado, que no era mas que un pulpito laminado con habas, queso fresco, tomate, cebollita y choclo, clasificado entre sus ensaladas; realmente el plato me pareció, sencillo, correcto, aunque sentí que el pulpo se perdía en aquella propuesta, luego de pedir un malbec joven pudo levantar los sabores; pero es una apreciación personal, ya que gusto de los sabores mas marcados. Como ensalada encaja bien, no da para más. Luego opté por el pastel de poro: este plato se adueñó de mis sensaciones. Sabores solventes en un pastel bien logrado, altamente recomendable.
Mi copa con el mismo malbec patagónico se dejaba tomar con ambos platos. Para finalizar, me llegó un filet de pollo a la mostaza antigua y ensalada del huerto de Don Torcuato, la mostaza se convertía en al columna vertebral de este plato por su agresividad, pero con la ensalada y las papitas fritas, lograbas un circuito de sabores que equilibraban estos primeros toques. Subías y bajabas la intensidad con cada bocado. En suma, los toques peruanos se sienten ahora más en su carta, donde encuentras una para el café (con abre bocas, sánguches y tapas para la barra) y otra para el restaurante con ensaladas, entradas, sopas, pastas, segundos y pastelería.
Luego visité Primera Estación, un recinto sencillo, donde el chef Orlando Tueros, ganador Mistura 2010 en el concurso Inter Escuelas, desnuda todas las influencias gastronómicas tras su paso por reconocidas cocinas locales; pero quizás ello, esas ganas por demostrar que tiene kilometraje, le juega una mala pasada. Entiendo que la ubicación de su recinto (28 de Julio 487, Miraflores) lo obligue a presentar una carta con distintas vertientes, pues los turistas son sus principales clientes, y no lo deja centrarse en un solo camino. Sin embargo, al concentrarnos en cada plato, las sorpresas llegaron.
De entrada pedí un batayaki de mariscos a la mantequilla japonesa sobre conchitas de abanico, que estaba muy agradable, cada bocado estaba lleno de untuosidad y mar, que el limón terminaba por domar para gozar de un final amigable; luego llegó a la mesa un pulpo a la parrilla con papas nativas, montadito con un salteado de verduritas, que estaba correcto, aunque le faltaba un elemento más en el plato para redondearlo. Finalmente pedí risotto con lomo saltado, que en carta prometía, pero fue una decepción, poca carne, que supuestamente es lo fuerte, y el risotto estaba masacoteado, una tarea por corregir; pero aún así, las ganas de Orlando llaman a una segunda visita. En ambos restaurantes la carta de vinos es una tarea pendiente por mejorar, sobre todo en Primera Estación. Hay que tener en cuenta que hoy en Lima el paladar del limeño ya pide vino.