A lo largo del siglo XX, diferentes poetas peruanos han renovado la estética de la palabra y la ética del compromiso político desde la literatura. También se introdujeron nuevos tópicos defenestrando al establecimiento oficial de la poesía capitalina. Una de esas voces iconoclastas fue la de Enrique Verástegui Peláez [1950-2018]. Gracias a libros como “En los extramuros del mundo” (1971), “Angelus Novus I y II” (1989-1990), y “Monte de Goce” (1991), podemos apreciar la intensidad de su discurso creativo y la abierta intención de su actitud refundadora.
En la introducción al último libro citado expresa: “La burguesía tiembla ante la imaginación artística y se ve sitiada y en peligro, y realmente no se equivoca pues sabe que el arte revolucionario está cavando su sepultura. Con mi libro solamente pretendo un lector que emprenda su rescritura, un lector que niegue el ser social de la burguesía, alguien que por insatisfecho emprenda la experiencia de esta otra forma de infierno que es monte de goce”.
De igual manera, corrobora un hecho tangible para quienes acariciamos la literatura. Para escribir hay que leer: “El mundo me llega a través del prisma de la lectura, aun cuando el mundo en sí es un libro permanentemente abierto, escrito y por escribirse, en fin como el espectro miso del prisma: todo esto es el motivo de mi inspiración como se llama tradicionalmente a ese momento previo o mágico de la escritura”. Admite que el trabajo del escritor es como el del obrero o la costurera, puro oficio, dedicación y alucinación.
“Abandona tus imágenes gastadas, multiplica
tu creatividad por el cuadrado de la diferencia que te separa,
y te relaciona,
a una época terrible como ésta.
Yo estaba frente al mar como un verso de Demócrito en los labios
Y comprendí que todo este furor de olas revolviéndose en mis
versos como una espada
que ha deshecho la niebla
son paisajes que una ideología ha develado
mientras otra inmoral como rapiña se ha escandalizado con el
cuerpo –su bienestar elimina
a lo inmoral del comercio espantoso
y lo persigue esclavizándolo
a lenguajes que entrechocan como máquinas tristes y sombrías
y yo invento entonces un nuevo lenguaje
al encontrar este poco de verdad perdida en cada gesto
o seña que la historia olvida. Se acercará la gloria
y no me encontrará en su sitio: estaré, como siempre
curvándome sobre esta página como sobre una flor que arranco
para colocar en tus manos…”
(Angelus novus, Tomo I, 1989, pp.20)
Víctor Hurtado Oviedo, sugiere: “Antes de que la mano del poeta lo termine, todo poema es un diccionario en estado líquido”, y considero que ese es el desafío del escritor, llevar la palabra a lo más elevado de sus posibilidades para transmitir el sentimiento humano. En esa tarea puedo ubicar la poesía de Verástegui, siempre inconforme, siempre experimentando.
En 1972, Verástegui obtuvo la beca de la Comunidad Latinoamericana de Escritores, presidida por Miguel Ángel Asturias, con sede en México la cual no utilizó por no encontrarse casado, buen ejemplo que algunos poetas seguimos. Ha sido periodista en todos los diarios de Lima. Escribió el “Manifiesto ecológico-metafísico de la Sociedad para la liberación de las rosas”, que la antropóloga Sabine Hargous, desde la revista Les Temps Modernes, dirigida por Jean Paul Sartre, saludó como expresión metafísica de la ecología en todo el planeta Tierra. Asimismo, fue seleccionado para representar a América Latina, en el homenaje que los intelectuales del mundo entero le rindieron al poeta Allen Ginsberg en la Residencia de estudiantes y artistas americanos de París.
En 1976, obtuvo la prestigiosa beca Guggenheim, la cual le permitió viajar a Barcelona, Menorca y Paris, donde llevó cursos de Sociología de la Literatura en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Hacia 1978, representando a la comunidad peruana, lee sus poemas ante la tumba de César Vallejo, lo que le valió las felicitaciones de Julio Ramón Ribeyro, cónsul del Perú ante la UNESCO, quien se había unido al homenaje alternativo. Desde el emblemático Diario de Marka dirigió exitosamente la campaña a favor de los Derechos Humanos en todo el cono sur y fue jefe de la sección Informes Especiales del mismo diario, desarrollando periodismo de investigación.
Es visible que a la par de escribir hubo una formación autodidacta con actividades en distintos ramas pero siempre ensalzadas a la poesía, la vida y la ciencia al menos en los tres libros referidos en el primer párrafo. Una de sus mejores antología con casi toda su poesía completa se encuentra en Splendor (México, 2013), posteriormente se han publicado “Teoría y práctica del Xalmo” (2016), “El principio de No-Ser” (2017) y El Teorema de Yu (Santiago de Chile, 2018). De este último, apuntar unos versos para recordar la temática neurálgica de su poesía que siempre fue el amor:
“Bellísima, estas al otro lado del jardín
y te he convocado a estas páginas a beber
la frescura de la fuente. Me hablas de tus dioses
más bellos que el dinero o la historia, que la nada, Te aplico
el Teorema de Bell: ni tu ni yo existimos sin equilibrarnos…”