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Viernes Literario: Queuñas para el Salkantay

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Escribe: Pavel Ugarte Céspedes

Creo en el futuro donde la nieve no se retire para siempre

vadeando montaña a montaña el silencio absoluto. Amén.

(Familia peruana, inétido)

El Salkantay es un Apu tutelar de vital importancia para la vida ecológica en el Cusco como también para su espíritu andino. Es uno de los colosos de la Cordillera de Vilcabamba que por la deglaciación, tristemente parece darse la mano en despedida con “La Verónica” o “Wakay Huillca” (Lágrima Sagrada en su bella acepción quechua). Al Salkantay, se le puede apreciar desde Quillabamba y Santa Teresa en la provincia de La Convención, como también desde Limatambo y Mollepata en Anta. Ascendimos a las faldas de uno de sus frentes en el nevado de Humantay, últimamente muy popular por la laguna del mismo nombre, siendo Soraypampa a 3 950 m.s.n.m. el escenario donde recrearíamos por segunda vez el Hatun Tarpuy o “Gran Siembra”.

En setiembre de este año, la sensibilidad del Sr. Roberto Portugal, fundador de la Corp. Educativa Khipu, comprometió a personas y diferentes colectivos con el fin de realizar esta campaña de reforestación que coincide con el calendario agrícola en los Andes. El motivo, los frecuentes y masivos incendios en la región como también en el continente y el planeta. Le pusimos Hatun Tarpuy y coincidiendo con la temporada de lluvias se inició con la reforestación en las áreas verdes de la Av. Camino Real, antiguo Qhapac Ñan, como su nombre castellanizado lo expresa.

En esta oportunidad, gracias a las coordinaciones que realizamos entre la Municipalidad Distrital de Mollepata y la Corp. Educativa Khipu, se dispuso el área de Soraypampa para reforestar toda esa zona cercana a los nevados que cada vez exponen más los estragos del calentamiento global. Una huella irreversible se evidencia en el manto negro que contrasta con la blanca nieve que da origen al río Blanco. Gracias a los profesionales del SERNANP y el vivero de la municipalidad se preserva y cultiva en primer momento a la heroína silenciosa de esta tragedia: la queuña.

Los bosques de polilepis (poly: muchas y letis: láminas), desde la fragilidad de sus delgadas capas desempeñan un rol ecológico único que regula el clima, previene la erosión de los suelos y almacena  grandes cantidades de agua tras un proceso de filtración por la tierra. Alimentan manantiales y puquios; ojos de agua que atestiguan su relación con una fauna y flora maravillosa pero también asediada por el impacto de nuestras ciudades. Creámoslo o no, el modo de vida de nuestras ciudades está destruyendo el ropaje de hielo que da luz a nuestros ríos y produce fuentes de agua. Ya lo dice el entrañable Ribeyro en sus “Prosas apátridas”: 20 “Habituados a la ciudad, ignoramos, hombres de esta época, todas las formas de la naturaleza. Somos incapaces de reconocer un árbol, una planta, una flor. Nuestros abuelos, por pobres que fuesen, tuvieron siempre un jardín o una huerta y aprendieron sin esfuerzo los nombres de la vegetación. Ahora, en departamentos u hoteles, nos vemos sino flores pintadas, naturalezas muertas o esas raquíticas plantas de macetas que parecen sembradas por peluqueros.”      

Estos bosques de queuñas han sido depredados y son los únicos que pueden evitar que la nieve se retire para siempre. Por eso atendimos esta emergencia con la presencia de voluntarios del Hatun Tarpuy que gracias a la Corp. Educativa Khipu se hicieron presente en la zona este pasado viernes 13, el cual contra toda superstición fue un día propicio.

Esta propuesta de trabajo interinstitucional y esfuerzo ciudadano establece un precedente saludable para futuros proyectos colectivos que promuevan la preservación y el cuidado de la naturaleza como la aceptación misma de nuestra identidad tan vinculada a la Madre Tierra. El elemento más sincero de nuestra andinidad debe ser asumir esta relación ecológica y al mismo tiempo, espiritual. A las altas cumbres y los bosques les debemos las fuentes de agua y sembrar un árbol debe ser un acto permanente como cosechar lluvia o sembrar peces. Devolver vida a la fuente de nuestras vidas, debe ser la prioridad del ciudadano responsable en el siglo XXI. Aquel que comulga con la tradición y el ecosistema, como también con su futuro.

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