Yana Luci Lema es comunicadora social, videasta, traductora, gestora cultural, poeta y narradora kichwa de Otavalo. Obtuvo el premio al mejor video de Medicina Tradicional en el III Festival de Cine y Video de las Primeras Naciones de Abya Yala, (1999) y también un reconocimiento en el concurso Colectivo Mujeres Imágenes y Testimonios (2000). Participó en la 1ra Bienal Continental de Artes Indígenas Contemporáneas, realizado en México el 2013 y desde iniciativas como ésa se dedica permanentemente a la visibilización del conocimiento de nuestros pueblos ancestrales. Ha organizado cinco ediciones del Festival de Literaturas de Abya Yala “La Fiesta del Maíz” (2011-2016), como también compilado antologías de poesía de las nacionalidades indígenas del Ecuador, entre ellas “Hatun Taki” (2013), “Chawpi Pachapi Arawikuna” (2015) y Ñawpa Pachamanta Purik Rimaykuna (2016).
Obtuvo el Premio Nacional Darío Guevara Mayorga del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, con el cuento infantil “Chaska” (2016). Ha publicado el poemario bilingüe (kichwa-castellano) “Tamyawan Shamukupani” (2018) y en la actualidad se desempeña como docente en la escuela de Literatura en la Universidad de las Artes de Ecuador. Si debemos hablar del libro de poesía «Kampa shimita yarkachini» (Kinti Rikra, 2021), asoma la voz de la mujer telúrica que expone sus raíces andinas para al mismo tiempo exponer su mundo interior. Nos permite descubrir a la poeta que ha tejido sus versos desde el amor sin contradicción con su cosmovisión y mucho menos con su identidad. Hablamos de poesía madura como nuestra chicha de jora, poesía que se liba y se comparte para “tejer palabras antiguas”, “para hacer temblar el corazón” como señala la autora en el texto introductorio al libro. En el verbo de esta poeta andina, se complementan y transitan el quechua y el castellano, tal como corren por la sangre de nuestros países nativos y mestizos. Doble maestranza pues muchas veces no es fácil reunir en un solo plano conceptual la huella de nuestra herencia quechua y la voz de una poeta contemporánea. Muchas veces se asume que la poesía quechua sólo debe ser bucólica, nostálgica e incluso infantil. Yana Luci le ha quitado esos trajes “tradicionales” para “pedirle a su abuela la yerba del olvido”, para “amar la agonía de la noche” y “cuidar el colibrí transparente” que aletea en cada palabra suya.
Como el título del libro reclama, hay voracidad, hambre de su boca, pero también de olvido con metáforas orladas por un paisaje que nos comparte permanentemente entre wakas, ríos, flores, frutos, aves y cielos de los Andes ante los cuales se confiesa: “Ella / la que nos da larga vida / caminando está /sobre las montañas / sobre los mares / sobre nuestras cabezas / esparce su luz / reposa / se encoge / se siembra en la tierra…”. Podemos apuntar que hablamos de un poema extenso que corre como agua manantial de la cordillera, como ríos de sangre. Por ello “cada gota de mi sangre es nido de tu amor”, sentencia esta poeta que apunta en un poema liminal el trasfondo general de un latir profundamente quechua pero también extremadamente sensual y vanguardista: “Tu boca / la luna blanca y su conejo / Tu boca / mi hambre y mi sed / tengo hambre de tu boca”. “Noche siembra / noche semilla / noche agua / noche esparcida en el horizonte fue / cuando tu carne y mi carne / dibujaron su sombra”.
Los poemas suman 40 y se encuentran debidamente enumerados pero algunos han tomado título propio como “robémonos”, “besa la tierra en mí”, “a este sueño le ha nacido otro sueño” o “relámpago hecho de estrellas”. Ellos delatan la delicadeza de la poeta que me honra con presentar su libro pues con mucha alegría puedo decir que me he sentido plenamente identificado con sus motivaciones desde la naturaleza y el amor como también con sus metáforas y sus silencios. Características técnicas de su pluma que no podemos dejar de mencionar son la brevedad, la contundencia y el vasto mundo simbólico y espiritual que nos presenta con absoluta naturalidad, lejos de la antropología o cátedras de universidad que hace mucho se divorciaron del campo. La poesía de esta calandria, se apuntala como una piedra de doce ángulos para los cuatro suyos y que desde el Cusco no podemos dejar de escuchar.