Cultura

Viernes Literario: Mario Florián, voz andina de la poesía peruana

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Como parte de las “Lecturas Peruanas en Casa: Poesía peruana e indigenismo”, la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura Peruana me invitó a releer al emblemático poeta cajamarquino Mario Florián. Si empezamos por la poesía peruana, debemos referir que uno de sus antecedentes lo encontramos en la “Relación de antigüedades deste Reyno del Pirú” publicado por Juan de Santa Cruz Pachacuteq en 1613. Ahí yacen los “himnos” de Manco Cápac, Inca Roca, Yawar Waka, por citar sólo a los incas legendarios. La ritualidad andina, el seguimiento astronómico está dechado de poesía y es imprescindible empezar a reconocer de manera oficial, que la poesía peruana no nace con la llegada del castellano ni en la emancipación sino mucho antes en su milenaria vertiente andina.

El indigenismo como parte de su propuesta en la poesía peruana, rescata lo nativo y lo originario pero haciendo defensa, denuncia y también reminiscencia del antiguo Perú. Esa es una nostalgia que no necesariamente es poesía quechua, aymara o amazónica, por citar sólo las lenguas mayoritarias entre casi 60 diversidades lingüísticas. El indigenismo nace también como una propuesta estética y reivindicativa de rescate pero no necesariamente como la propuesta espiritual del pueblo andino. El poeta que nace con ello, es singularmente Mario Florián Díaz, quien naciera en Cajamarca el 5 de octubre de 1917 y falleciera en Lima, 1º de octubre de 1999. Toda su vida se dedicó a escribir y enseñar como muchos poetas peruanos. Tiene decenas de libros de poesía como notables títulos en narrativa, ensayo e historia. Es, sin dudarlo uno de los mayores poetas andinos de nuestro país. En su verso yace el mestizaje como también la síntesis del hombre andino abocado a la naturaleza, el amor y la vida colectiva. 

Como apunta Marco Martos: “Reivindicó en su escritura los valores de la cultura del Ande en el Perú. Él mismo se denominó juglar andinista, pero no en el sentido de añorar al imperio incaico sino por su afán de mostrar interactuantes en un espacio a la naturaleza, los animales y los vegetales. En su poesía postula los valores colectivos por encima de los individuales: la solidaridad, la reciprocidad, la camaradería, la amistad, el amor. De otro lado, Florián, en su vida y en su obra es testimonio de un hecho muy significativo en la vida de los peruanos: la condición de migrante. El juglar andinista en la ciudad se transforma en un poeta popular. Florián deja que su castizo español sea poroso al sustrato quechua, no solamente con la incorporación de peruanismos que provienen de la lengua aborigen, sino en el aspecto sintáctico”. (Léase “Alta presencia”)

Estas figuras son nutridas en otros poemas como en “Cántico II” cuando nos dice: “Qué misterioso elixir palpita en tus sentidos, sale de tus sentidos, y los hombres embriáganse: uno sueña, otro corre, otro alócase, otro ama!…”. O en “Canción vegetal”: El viento te bebe con labio de julio, trigalito mío / La pasña y el arcoíris / La pasña lavanderita / no tuvo luna de amor. /Al quenti de ese arco iris / amaba su corazón. Washington Delgado afirma que en su poesía “fluye límpidamente la ternura campesina, remansada en la descripción de la naturaleza: la tierra, el agua, el cielo, los animales y las plantas; aguda en el canto y la queja de amor, encrespada y áspera en la protesta social, la poesía de Mario Florián asombra por su concisión, por su manera diáfana y simple de transmitir sensaciones y emociones profundas, cargadas de una densa, de una viva humanidad y fascina también por su fresca musicalidad”. (Léase «Campesino del Perú»)

José María Arguedas asevera que: “Mario Florián es el mejor representante de la poesía indigenista. Casi el único poeta que ha realizado la especie de milagro de crear poesía en la que se siente el tono de la canción popular india, sin que se advierta el amaneramiento, la espectacularidad, el sentimiento demasiado geográfico, que han aniquilado este tipo de poesía en el Perú”.

Sin embargo debo rebatir al tayta pues el término no es indigenista sino andino y creo que “aniquilado” es un término poco feliz y algo alejado de la realidad. El Perú ha dejado de ser la poesía que dicta Lima y es con mayor vigor que escuchamos a las voces de todas nuestras regiones afirmando una literatura andina y peruana al mismo tiempo porque no existe contradicción. Las profundas diferencias de nuestro país no son de izquierdas ni de derechas, son las desigualdades sociales las que aíslan al campo de las ciudades. Muchos de los que cultivamos la poesía somos hijos y nietos de campesinos, orgullosos de nuestra progenie. Por nuestras venas corre sangre andina y amazónica y Mario Florían nos lo recuerda con una poesía que reclama el harawi incaico con el dolor de nuestros pueblos, su lucha constante, su amor por lo nuestro, lo nativo, “lo papacho” o como deseemos llamar a este sentimiento de peruanidad e identidad que nace con el Ande.

Para recordárnoslo, Mario Florían escribió «Tras tu manada…» y decenas de poemas recopilados en numerosos títulos que merecieron el Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano (1944), por el libro Urpi (Paloma en quechua). También recibió el Premio Nacional de Novela (1957), por su obra “Los mitimaes”; le otorgaron el Premio Nacional de los Juegos Florales Magisteriales (1960) y el Premio Nacional de Literatura (1975-1976), que compartió con Luis Alberto Sánchez y Emilio Adolfo Westphalen.

Alta presencia

Silencio, pulpa cenital de Enero.

¿Por qué apareces, padre, como surco sin límites,

espúmeo de la linfa corriendo de este sol?

Tu epidermis que ciñe total color quebrado

es espejo que copia la sangre del olvido.

Se han ido tus puquiales como palomas tristes

hacia un desamparado breñal de sequedad.

Nosotros, las ovejas, las vacas recordamos

tu ayer que conjugaba su alegría pluvial;

cuando las pétreas flores de truenos y relámpagos

hacían estremecer a sus tallos de niebla;

cuando toda la tierra, húmeda, germinaba,

y nacían hierbales y mugían repuntes;

y era chirapa eI alba y era la noche lluvia,

y era sunchal de viento deshojado la tarde…

Y hoy nos visitas como soledad o tristeza,

o pupila que llora una pena de siglos.

Y hoy nos visitas como extranjero castigo

que parte en cruz la carne del ruego a latigazos…

¿Por qué así nos afliges? Tal vez, seguramente

por no haber dado cantos al fuego de tu ritual.

Perdónanos, ¡oh padre!, recuérdanos de nuevo

Y que se quiebre el risco de esta sed que no es tuya

Que se aleje el perfil de los campos vencidos

y la búsqueda inútil de rebaños balando.

Que las quebradas toquen sus antiguos pincullos

y venados y tórtolas se extasíen bebiendo

Que se caigan las nubes que amanecen vacías

después que, por la noche, anunciaban sus aguas

Que se oculte ya el sol, su delirio encendido,

bajo la medianoche de una cueva sin puerta.

Que golpeen el pecho de la noche temblando

puños de truenos sordos, y se adentren en ecos

hasta hacerse ternuras sobre su corazón.

Que traigan las mañanas neblinas caminando,

y sazones nocturnos que desciendan en gotas.

Y así también las tardes -son chispear arcilla-,

y las nieblas separen, una a una, sus líneas.

Y así en nuevas mañanas, y así en celajes nuevos,

hasta abrevar muy hondo las raíces terrenas.

isonido, polen cenital de Enero!

¡longevo calor!

Campesino del Perú

Campesino, dolor, musgo crecido

en la peña eternal, roja, del tiempo,

¿por qué tu cruz al hombro, tus rodillas,

la explosión de tu sangre, tu lamento?

Ya que el maguey más alto no remeda

a Ia alta soledad de tu tristeza,

ya que el cerro no alcanza a tu sollozo:

¡vámonos de esta tierra!

Si los soles detienen la pupila

por numerar las gotas de tu sangre,

si la muerte derrumba tus cimientos:

¡vámonos de esta tierra!

¡Vámonos sin regreso!

adonde están la rama, la majada,

el pecho que fugó maternalmente,

el arado, el calor, el dios, la tierra.

¡Vámonos para siempre

sin adioses que manchen los caminos!

como evasión de pestes, como galgas,

¡vámonos sin destino!

Entonces hasta las bocas que definen

nuestro sabor de sangre, hasta las manos

que golpean, los fuertes latigazos

del principal, la pena, las migajas,

nuestro dolor idéntico a una peña,

nuestra lluvia de lágrimas de pobre:

¡cómo se enlutarán por nuestra ausencia!

Entonces hasta el surco y la neblina,

y la chacra y las voces pronunciadas,

y la choza y el pozo y eI arado,

y el abril y el espacio y la clavija,

y el metal y las eras le la hacienda,

y las aves y eI puma y la serpiente:

han de gritarnos ¡vuelvan!, ¡tendrán pena!

No nos iremos ¡No! Madre es la tierra.

Amor. Soga. Raíz que nos sujeta.

¿Quién nos arrancará?… ¡Como rastrojos

moriremos en ella!

Tras tu manada

Tras tu manada

corrías, imilla:

anacu negro,

celeste lliclla.

Con tus dos allcos

ladrando al día,

con tu silbido,

con tu ruequita.

Ischal y niebla.

Y puna fría.

Botón de canto

que el eco abría.

Luz de majadas

cual mediodía.

Tu rezo el alma

del apu hería.

A los puquiales

tu manada iba

para que beba

su sed de espina. . .

Y tú también:

puquial dormido,

hojas caídas.

Igual a coyllur

tu luz de huella.

Silencio de oro

a tu presencia.

Música de

labio bebiendo.

Tu cara en un

país de espejo…

Y a paso fino

-casi tan fino

como una barba

de espiga de trigo-

te dirigías

a dormir junto

la tibia lana

de tu manada.

¡Soñar oliente

a alerta blanca!

Llegaba el zorro.

Llegaba el puma.

Ladraban allcos.

Decía tu grito

¡león, átoj, curga!

Y oliendo a cancha

el león y el zorro

volvían al punto

las patas fuga…

(Una cordera

cantus cogía

para que pintes

tus dos mejillas.

Una cordera

que vio su miedo

a puma y zorro

beber la sangre

de otras corderas,

y abandonarlas

como a gavillas

que el segador

deja en la tierra)…

Llaqui de cantos

atardecidos.

Montañas: nieve.

Pampay: balidos.

A flor de verde

noche volvías,

con tu silbido,

con tu leñita…

Llovida de noche

hacías entrar

a tus borregas

en el coral…

***

Por jirca y pampa

te llamo y busco

como a urpillay.

Por cordilleras,

por peñascales,

por donde un día

te miré andar…

Por pajonales

huelo tus rastros…

Todo me dice

¡no la hallarás!…

Muertos los puquios.

Muertas las piedras.

Muertos los ichus.

Muerta la niebla.

Hasta los pumas

lloran de pena;

¡porque ya no hay

tu paso fino,

tu luz, lliclla,

ni tu manada,

ni tu jharahui,

ni tu ruequita!…

¡Porque ya no hay

tu fiel imagen

de urpillay!…

Mario Florián / Antología Poética

Casa de la Cultura Peruana, 1969.

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