Un viernes como hoy, pero del
redondo año 1600, nació el poeta madrileño Pedro Calderón de la Barca, autor de
la célebre obra “La vida es sueño”. Si bien fue concebida dentro del género del
teatro, su impronta en la lengua española abarca tópicos como la religión y la
filosofía donde se blande “el destino del hombre”, el conocimiento y la
idealización de la libertad. “La vida es sueño” se estrenó por primera vez en
1635 y desde entonces se multiplicaron los libros, las traducciones, los
análisis y también los lectores.
A mi juicio, es un texto
revolucionario por que se enfrenta al absolutismo y despotismo del poder en su
tiempo. Sin embargo, el tono es dramático y cómico, educativo y poético sin
dejar de ser político: “Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño
mandando / disponiendo y gobernando / y este aplauso, que recibe / prestado, en
el viento escribe, / y en cenizas le convierte / la muerte, ¡desdicha fuerte! /
¿Que hay quien intente reinar / viendo que ha de despertar / en el sueño de la
muerte?”
Como siempre, mi objetivo en los
Viernes Literarios es realizar una invitación a la lectura desde la experiencia
y no desde la academia y por ello no retrataré los tres actos en los cuales se
encuentra estructurada la obra a su vez dividida en 41 escenas. Sin embargo,
cabe destacar que el “soliloquio de Segismundo” puede permitir a cada lector
gestar una conversación consigo mismo y aquellos pensamientos que consternan y
se proyectan en su universo interior. Será inevitable sentir empatía por
Segismundo quien se enfrenta al destino y sus presagios, es quien sueña y
combate, además a la locura con sus deseos y desengaños.
Ser y estar en este mundo es nuestro trabajo cotidiano y en algún momento de la vida eres Basilio: Rey de Polonia y padre de Segismundo, débil e indeciso, temeroso de su destino. En otras somos Rosaura: astuta y fuerte por amor como Estrella, noble y bella. Igual no falta un día en el que no seamos lacayos de bajas pasiones como Astolfo o Clotaldo, avejentado por la superstición. Finalmente como Clarín sonreímos y como Segismundo somos hombres y fieras de alma indoblegable para vencer al destino. Somos a diario aquello que idealizamos mañana y Calderón de la Barca lo demostró en vida propia siendo como los grandes dramaturgos de su época: poeta, militar y religioso. Su trabajo creativo retrata sus periplos en cortes reales, campos de batalla y líos maritales.
Desde “La gran Zenobia” (1625), nuestro
autor nutrió un extenso repertorio dramático con “El sitio de Breda” (1626),
“El alcalde de sí mismo” (1627), “La cisma de Inglaterra (1627), “Saber del mal
y el bien” (1628) entre cientos de piezas teatrales que más tarde, 1636, se
reunirían en la “Primera parte de comedias de Don Calderón de la Barca” la cual
llegaría a un noveno volumen publicado en 1691 gracias a su amigo y pupilo Juan
de Vera Tassis. Recibió elogios de reyes y figuras de su tiempo como Lope de
Vega aunque también fue perseguido por sus ideales y su cercanía al pueblo para
quien escribía huyendo de la pobreza y los conflictos de una España
edificándose como imperio.
Los clásicos de la literatura
española también son nuestros, no por la lengua impuesta y heredada, sino por
el humanismo y el conocimiento que transmiten. El sueño, es algo más que un
plano subconsciente, es un mapa indescifrable donde vamos buscando nuestros
anhelos, temores y también fortalezas. Por ello, los versos más celebrados, son
aquellos que hacen desparecer las fronteras entre la realidad y la fantasía,
aquellos que nos reclaman lucidez y delirio, mientras tanto, seguimos soñando:
“Yo sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado / y soñé que en otro estado
/ más lisonjero me vi. / ¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una
ilusión / una sombra, una ficción / y el mayor bien es pequeño / que toda la
vida es sueño / y los sueños, sueños son…”