¿Quién en la inocencia de niño no ha obsequiado un resabido poema por el Día de la Madre? ¿Cuántos no hemos esbozado las primeras letras guiadas por la ternura de su mano? ¿Cómo registrar la enorme cantidad de poesía, arte y sucesos que ha desencadenado el amor materno, fuerza invisible y poderosa por encima de otros sentimientos humanos? No hay manera en una breve página donde sí cabe la síntesis y cifraremos diez poemas de diez poetas peruanos y cusqueños que se han ganado un lugar en el tiempo.
César Vallejo (1892-1938), no tiene un poema a la madre, considero que toda su obra está envuelta por los afectos familiares donde la figura de la madre, el padre y el hermano fallecido tempranamente van y vuelven. Sin embargo, el poema LXV de “Trilce” (1922), es el mejor retrato: “Madre, me voy mañana a Santiago / a mojarme en tu bendición y en tu llanto. / Acomodando estoy mis desengaños y el rosado / de llaga de mis falsos trajines”. Abraham Valdelomar (1888 -1919), no estuve ajeno a la figura de la madre que asume como nadie las tragedias familiares: “Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual / mi madre tiende a veces su mirada de miel / y se musita el nombre del ausente; / pero él hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual…”, dice el célebre poema “El hermano ausente en la cena de Pascua”. Enrique Peña Barrenechea (1904-1988), acuña un poema bajo el título “Mi madre ha encargado” y musita… “Un bosque para mi alegría gorila. Mi madre no miente nunca. Ahora os voy a mostrar el primer paisaje disecado…”
Los originales textos de 5 metros de poemas (1927) de Carlos Oquendo de Amat (1905-1936), guardan otra joya/memoria de su madre: “Mi recuerdo te viste siempre de blanco / como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí distante / Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura…”. Desde el Cusco, Abel Ramos Perea (1921 – 1994) publicó un conjunto de poemas titulado Madre (1962), donde dedica: “para ti, esta gota de tu propia sangre…”. “El calor de tus besos sagrados en la luz del sol…”; “Un hombre, corazón y materia de tu alma y de tu vida, pedazo de destino arrancado a tus entrañas…”. Texto que sublima el amor de la madre, pero también la gratitud del hijo. En esa orientación, Nicomedes Santa Cruz (1925-1992) y sus “Décimas y poemas” (1964) calaron hondo en colegios y escuelas de todo el país y no solo por el “a cocachos aprendí”. A quedado para la posteridad el notable reproche: “Este domingo de mayo / vergüenza debiera darme: / marcar un día del año / para querer a la madre. / Tomar del día una hora, / de la hora unos instantes; / y con un ramo de flores / y unos versos miserables, / y con un beso en la frente / creer pagar lo impagable…”.
“Casa de cuervos” es el testimonio materno de Blanca Varela (1926 -2009) en sus “Ejercicios Materiales” (1978-1993): “porque te alimenté con esta realidad / mal cocida / por tantas y tan pobres flores del mal / por este absurdo vuelo a ras de pantano / ego te absolvo de mí / laberinto hijo mío…”. Desde el plano mítico-andino, Ana Bertha Vizcarra (1947) rescata a la “Madre que abriga”: “Mama Ocllo era una mujer de raíz dulce / en su boca maduraba el maíz / que fructificaba en su vagina laboriosa. / A veces, retozaba de cara al cielo / y la quiwicha, quinua, tarwi, papa y coca / florecían sobre su vientre.”
En la despedida, podemos citar a José Watanabe y su “Responso ante el cadáver de mi madre”. Poema que conforma el libro “Banderas detrás de la niebla” (2006): “Ya se está yendo con su costumbre de ir bailando / por el camino / para mecer al hijo que llevaba a la espalda. / Once hijos, Señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer / para que su cadáver tenga alegría.” Los hijos somos los mejores testigos de nuestros padres y nuestros hijos a su vez lo serán de nosotros. Cada uno de estos textos retrata un tiempo y un sentimiento distinto, pero con el mismo motivo poético y literario, la madre como figura inspiradora-progenitora de vida. Aquí encontramos la poesía de Willni Dávalos (1988) y su “Edipo is dead” publicado en Porca Porno Pop el 2007: “Voy a despedazar a mi Madre, / a introducirla delicadamente en mi vientre; / para estar nueve meses sin ella / y, sin embargo, llevarla conmigo a todas partes…”.
Otro texto importante que no es un poema en verso, pero sí en prosa es la carta de despedida que le escribe Javier Heraud (1942-1963) a su madre: “Querida madre: No sé cuándo podrás leer esta carta. Si la lees quiere decir que algo ha sucedido en la Sierra y que ya no podré saludarte y abrazarte como siempre…”. Se trata de encontrar un poema a la madre, como también a la madre del poema que es la vida. Tal vez por ello la gratitud es inmensa, los poemas infinitos y palabras, como madre, vida y tierra estén tan estrechamente unidas.
LXV
Madre, me voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.
Me esperará tu arco de asombro,
las tonsuradas columnas de tus ansias
que se acaban la vida. Me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
aquel buen quijarudo trasto de dinástico
cuero, que para no más rezongando a las nalgas
tataranietas, de correa a correhuela.
Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
¿no oyes tascar dianas?
estoy plasmando tu fórmula de amor
para todos los huecos de este suelo.
Oh si se dispusieran los tácitos volantes
para todas las cintas más distantes,
para todas las citas más distintas.
Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
pero él hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.
La misma criada pone, sin dejarse sentir,
la suculenta vianda y el plácido manjar;
pero no hay la alegría ni el afán de reír
que animaran antaño la cena familiar;
y mi madre que acaso algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar…
Abraham Valdelomar / Obras Completas / I. Poesía y Teatro, Lima 1968, pp. 75.
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Mi madre ha encargado…
Mi madre ha encargado un bosque para mi alegría gorila.
Mi madre no miente nunca.
Ahora os voy a mostrar el primer paisaje disecado. La gruta de vidrios
De la luna donde se están peinando las palomas.
Incoloro país de mostacillas. Velero rubio donde va la novia del
Alfiler al huerto de las morsas.
Mi madre se sonríe, y yo estoy alrededor de sus cabellos como los
halos de los íconos.
Enrique Peña Barrenechea / Poesía peruana para jóvenes / selección y prólogo de Ricardo Gonzales Vigil, Lima 2001, Pp. 72.
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m a d r e
Tu nombre viene lento como las músicas humildes
y de tus manos vuelan palomas blancas
Mi recuerdo te viste siempre de blanco
como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí distante
Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura
A tu lado el cariño se abre como una flor cuando pienso
Entre ti y el horizonte
mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos
porque ante ti callan las rosas y la canción
(1925)
Carlos Oquendo de Amat / 5 metros de poemas (1927)
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Día de la madre
Este domingo de octubre
vergüenza debiera darme.
Que haya un «Día de la Raza»
lo acepto por segregarme,
como acepto sin disfraz
un día de Carnavales;
y acepto el «Día del Indio»
y acepto el «Día del Padre»
y hasta el «Día del Idioma»
en memoria de Cervantes.
Pero me apena que exista
solo un Día de la Madre
cuando toda una existencia
no basta para adorarle…
Este domingo de octubre
vergüenza debiera darme.
Deben haberlo creado
para esos pobres hogares
donde el amor lo recuerda
lo rojo del almanaque.
O quizás para esos hijos
que acarician con postales
a la que les dio la vida
con llanto, sudor y sangre.
Este domingo de octubre
vergüenza debiera darme.
Marcar el día, la hora,
premeditar el instante.
Inventar un día al año
para querer a la madre…
Este domingo de octubre
vergüenza debiera darme.
Nicomedes Santa Cruz / “Décimas y poemas” (1964)
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Casa de cuervos
porque te alimenté con esta realidad
mal cocida
por tantas y tan pobres flores del mal
por este absurdo vuelo a ras de pantano
ego te absolvo de mí
laberinto hijo mío
no es tuya la culpa
ni mía
pobre pequeño mío
del que hice este impecable retrato
forzando la oscuridad del día
párpados de miel
y la mejilla constelada
cerrada a cualquier roce
y la hermosísima distancia
de tu cuerpo
tu náusea es mía
la heredaste como heredan los peces
la asfixia
y el color de tus ojos
es también el color de mi ceguera
bajo el que sombras tejen
sombras y tentaciones
y es mía también la huella
de tu talón estrecho
de arcángel
apenas pasado en la entreabierta ventana
y nuestra
para siempre
la música extranjera
de los cielos batientes
ahora leoncillo
encarnación de mi amor
juegas con mis huesos
y te ocultas entre tu belleza
ciego sordo irredento
casi saciado y libre
con tu sangre que ya no deja lugar
para nada ni nadie
aquí me tienes como siempre
dispuesta a la sorpresa
de tus pasos
a todas las primaveras que inventas
y destruyes
a tenderme -nada infinita-
sobre el mundo
hierba ceniza peste fuego
a lo que quieras por una mirada tuya
que ilumine mis restos
porque así es este amor
que nada comprende
y nada puede
bebes el filtro y te duermes
en ese abismo lleno de ti
música que no ves
colores dichos
largamente explicados al silencio
mezclados como se mezclan los sueños
hasta ese torpe gris
que es despertar
en la gran palma de dios
calva vacía sin extremos
y allí te encuentras
sola y perdida en tu alma
sin más obstáculo que tu cuerpo
sin más puerta que tu cuerpo
así este amor
uno solo y el mismo
con tantos nombres
que a ninguno responde
y tú mirándome
como si no me conocieras
marchándote
como se va la luz del mundo
sin promesas
y otra vez este prado
este prado de negro fuego abandonado
otra vez esta casa vacía
que es mi cuerpo
a donde no has de volver
Blanca Varela / Ejercicios materiales / Poesía peruana lima 2001, pp. 190.
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Madre que abriga
Mama Ocllo
era una mujer de raíz dulce.
En su boca maduraba el maíz
que fructificaba en su vagina laboriosa.
A veces, retozaba de cara al cielo
y la quiwicha, quinua, tarwi, papa y coca
florecían sobre su vientre.
A Mama Ocllo le gustaban
los Ayar Manco – los Manco Cápac,
tenía ciento sesenta y nueve de ellos.
Con el ojo derecho pastaba el ganado,
con el ojo izquierdo desentrañaba secretos astrales.
En las tardes hilaba y tejía,
de sus manos brotaban arcoíris de lana.
Al fogón cocinaba p’esque, humintas, chiriuchu.
Preparaba espumosa chicha
y brindaba con el Dios Inti,
la Mama Pacha y los Apus.
Acunaba entre brazos a sus hijos
y en sus sueños latía el universo.
De su cabeza emergían resplandores de ideas.
Su piel era broncínea
su ombligo perfecto.
Ojos andinos – cabellera oscura
pómulos altos
mujer – belleza.
Ana Bertha Vizcarra / Antología poética / Cusco, 2020, pp. 75
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Responso ante el cadáver de mi madre
A este cadáver le falta alegría.
Qué culpa tan inmensa
cuando a un cadáver le falta alegría.
Uno quiere traerle algo radiante o gustoso (yo recuerdo
su felicidad de anciana comiendo un bife tierno),
pero Dora aún no regresa del mercado.
A este cadáver le falta alegría,
¿alguna alegría aún puede entrar en su alma
que está tendida sobre sus órganos de polvo?
Qué inútiles somos
ante un cadáver que se va tan desolado.
Ya no podemos enmendar nada. ¿Alguien guarda todavía
esas diminutas manzanas de pobre
que ella confitaba y en sus manos obsequiosas
parecían venidas de un árbol espléndido?
Ya se está yendo con su anillo de viuda.
Ya se está yendo, y no le prometas nada:
le provocarás una frase sarcástica
y lapidaria que, como siempre, te dejará hecho un idiota.
Ya se está yendo con su costumbre de ir bailando
por el camino
para mecer al hijo que llevaba a la espalda.
Once hijos, Señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer
para que su cadáver tenga alegría.
José Watanabe / Banderas detrás de la niebla, Lima, 2006.
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Edipo is dead
Voy a despedazar a mi Madre,
a introducirla delicadamente en mi vientre;
para estar neve meses sin ella
y, sin embargo, llevarla conmigo a todas partes
hasta depositarla dolorosamente en el plano
Y depravar el círculo:
La madre ahora es hija
y el hijo ahora es madre.
Willni Dávalos / Premio Regional de Cultura Cusco 2007, pp. 25
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Carta de Javier Heraud a su madre:
“Nov 62. La Habana. Cuba.
Querida madre:
No sé cuándo podrás leer esta carta. Si la lees quiere decir que algo ha sucedido en la Sierra y que ya no podré saludarte y abrazarte como siempre. ¡si supieras cuánto te amo!, ¡si supieras que ahora que me dispongo a salir de Cuba para entrar en mi patria y abrir un frente guerrillero pienso más que nunca en ti, en mi padre, en mis hermanos tan queridos!
Voy a la guerra por la alegría, por mi patria, por el amor que te tengo, por todo en fin. No me guardes rencor si algo me pasa. Yo hubiese querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero no podría vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y tu me criaste honrado y justo, amante de la verdad, de la justicia.
Porque sé que mi patria cambiará, sé que tú también te hallarás dichosa y feliz, en compañía de mi padre amado y de mis hermanos. Y que mi vacío se llenará pronto con la alegría y la esperanza de la patria.