Cada 21 de marzo se conmemora
el Día Mundial de la Poesía. Para vivirlo como amerita la expresión escrita, recordaremos
la grata presencia del poeta Arturo Corcuera (1935-2017) en el Enero en la
Palabra del año 2015, cuando lo tuvimos en Cusco. Al año siguiente, 2016, fue
reconocido en la Casa América de España donde leyó este “Carné de identidad”,
texto del cual comparto algunos extractos con el fiel interés de dar a conocer
las sinceras motivaciones de un poeta que vivió para la poesía:
“Me preguntan a menudo qué
hacer con la Literatura, y yo prefiero reflexionar sobre el quehacer de la
Literatura. Este duro compromiso que asume el escritor, y que tiene mucho de
placer y de tortura, de adicción por la belleza. “Ese vicio de las formas”, en
el decir del poeta peruano César Moro.
El arte creador nos procura deleite, pero al mismo tiempo nos demanda un
trabajo de los mil demonios. La mayoría de escritores confiesa su temor frente
a la página en blanco, quizás el mismo temblor que sentimos al acercarnos al
cuerpo inédito de una mujer desnuda. Desfallecemos después del amor cumplido,
como después de la apasionante faena de escribir.
Escribir es hacer el amor,
implica entrega y fatiga, gozo y oficio. “Es difícil hacer el amor pero se
aprende”, concluye un conocido verso del poeta Antonio Cisneros. No siempre en
la intimidad nos vanagloriamos del resultado; nos deja a veces un sabor a
insatisfacción y frustración en los labios. En la poesía, como sabemos, hay dos
momentos bien marcados: el del éxtasis, inspiración o iluminación -que
constituye el instante mismo del alumbramiento; la llegada del ángel o del
duende, según García Lorca-; y del trabajo en frío, arduo proceso de releer,
corregir y cortar, añadir, borrar o consultar, y hasta desesperar de una
excitante confrontación de las palabras.
No es fácil hablar de uno
mismo, sin embargo en un viaje rápido por mi poesía y mi vida, intentaré
descubrirles mis sueños callados, mis relaciones amorosas de felicidad y
desdicha con el arte de escribir, mis andanzas por pueblos y mares, las heridas
de las cicatrices que escondo. Al final de cuentas, son estas señas las que
mejor configuran el documento de identidad de un poeta.
Reconozco que mi obra poética está llena de impurezas, como el aire, como la tierra y como el agua. Es decir, como la vida. No en vano escribo viendo, sufriendo, caminando. La poesía no es broma, es cosa seria. No nace de la noche a la mañana, como creen algunos, sino de la mañana a la mañana. A mí me cuesta largas lágrimas de insomnio y fatigas. El poeta no es un mago que se saca los poemas de las mangas.
Trabajo, necesito
participarles, como un artesano y un centinela juntos. Todo el día, toda la
santa noche, durante el sueño, durante la vigilia. Cada libro mío es fruto de
sufrimientos, de lucha, de tenaz optimismo. El poema, lo he dicho muchas veces,
se escribe con palabras y con palpitaciones. No me interesa la poesía que no
contiene palpitación de vida. Otro de mis libros es Parajuegos, en el que me
dejo llevar por el impulso lúdico. “Jugar, jugar, jugar”, dice Jorge Eduardo
Eielson y Joaquín Sabina: “Jugar por jugar”. Poesía de experimento en la que
sometiéndome en el rigor de la rima y el metro me doy todas las libertades.
Invento, remacho, disuelvo, distorsiono, juego con las palabras, apelo a la
jerigonza, al trabalenguas, al balbuceo, a los efectos onomatopéyicos, en mi
afán por escribir jugando y jugar escribiendo. He dicho alguna vez y lo repito:
“El poeta se acaba cuando el niño muere”.
No solo de pan y de libro vive el poeta. Suele también entrar a una cervecería, hacer el amor en un parque, regalar unas rosas. Una vez tiré una rosa al mar y provoqué un incendio bajo el agua. El poeta suele ir al estadio a ver un buen partido de fútbol. Me hubiera gustado ser guardameta, pez y pájaro a la vez.” La poesía estimula el léxico, la memoria, la reflexión y también la sensibilidad, leamos poesía y si quieren leer el texto completo aquí lo pueden encontrar: https://www.literalgia.com/carne-de-identidad-de-un-poeta-por-arturo-corcuera/.