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Viernes Literario: Bosque de palabras

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En el Día Internacional de la Preservación de los Bosques Tropicales, quiero hablar de la naturaleza, pero también de la naturaleza de la palabra. Aquella con la cual hacemos amigos o también los perdemos, la palabra con la que oramos o también conjuramos una reflexión. Las palabras crecen como los bosques que se nutren de árboles y a su vez de hojas.  Debemos recordar que los homínidos provenimos de los frondosos bosques del África y nuestra relación con los árboles es científica y espiritual al mismo tiempo. Científica no sólo por el importante rol que juegan en nuestros ecosistemas sino también porque estamos compuestos de los mismos elementos comunes en los organismos vivos: carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. También gozamos de una relación espiritual. Podríamos enumerar cientos de mitos alrededor del mundo como también los aspectos metafísicos, psicológicos y místicos que caracterizan a los árboles como símbolos extraordinarios que inspiran admiración y sentido de lo sagrado.

“Las teorías cada vez más aceptadas de la física cuántica junto a la Teoría de Gaia de James Lovelock o el postulado de los Campos Morfogenéticos de Rupert Sheldrake, nos permiten concebir una naturaleza animada (no mecánica), con propósito, para nada neutra, una naturaleza unificada que conforma una gran red de vida e inteligencia. Los nuevos paradigmas científicos que avanzan junto al despertar de la consciencia humana nos posibilitan reconocer que la Naturaleza en sí es la morada de distintas inteligencias que cohabitan un mismo espacio. Con ello, podemos abrazar de nuevo su aspecto sagrado original tal y como lo vivenciaron y expresaron los antiguos”, nos dice “Conciencia Arbórea”, un movimiento que viene sumando no solo acciones sino también estudios para retomar la relación hombre-naturaleza sin esa abstracción llamada Medio Ambiente. Somos un solo organismo así sea difícil de comprender pero estudios como los de Phillippe Descola son precursores y esclarecedores.

Los bosques tropicales cubren casi el 15% de la superficie del planeta y contienen alrededor del 25% del carbono de la biósfera terrestre. Su vital importancia se debe a que su existencia permite el equilibrio ecológico en el planeta: proporcionan oxígeno, permiten que el agua de lluvia se filtre al subsuelo y se recarguen los mantos acuíferos manteniendo los suelos fértiles para producir materia orgánica. Debemos considerar también que son el hogar no solo de aves, plantas y animales, en los grandes bosques del mundo todavía habitan pueblos milenarios de cosmovisión única. Al dejar que esos pueblos desaparezcan, se desvanecen también su cultura y su entendimiento de la naturaleza. Los bosques no sólo deben ser entendidos como fuentes de recursos madereros o de materias primas. Son espacios de conocimiento donde nacieron los medicamentos, las resinas y nuestros alimentos.

La reciente crisis vivida en el mundo debe reorientar nuestra huella ecológica y asumir una conciencia colectiva de respeto y protección a la vida en sus diferentes manifestaciones. Los bosques y los árboles son apenas el vínculo más puro y equilibrado de esa relación que existe entre todos los seres vivos de la tierra. Donde habita un árbol habita la memoria. Recordemos el Árbol de la Vida en el Génesis, el ficus desde el que Buda alcanzó la iluminación, el manzano de la isla de Avalon en las historias del rey Arturo o los diferentes mitos de la Amazonía donde las plantas, aves, animales y árboles, fueron hombres, mujeres o niños. Como un árbol, las palabras echan raíces y esperemos estas sean aquellas que nos ayuden a remover la tierra.

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