Uno de los más grandes errores del Perú en torno a la forja de una nación ha sido no contar con Padres Fundadores o, mejor dicho, no aceptar a los pocos que podían asumir esta condición. En este extremo media con toda certeza el odio y la mezquindad, vicios nacionales que deberíamos superar de una vez a fin de establecer las bases de un país distinto, integrado y con una auténtica visión de futuro y de grandeza.
Me refiero sin ambages al soslayamiento de quién fue, sin duda alguna, el más trascendente político peruano de la Historia, Víctor Raúl Haya de la Torre.
Hoy, 22 de febrero, que se conmemora el 123 aniversario de su nacimiento, me desconcierta que este hecho solo sea celebrado por el Partido Aprista. Mi impresión es que este acontecimiento debería ser un día de fiesta nacional por miles de razones obvias.
La primera de ellas es que Haya de la Torre es el más importante de todos los prohombres que pueden acceder al sitial fundacional de ser Padre Fundador del Perú. Su labor política, intelectual y moral estuvo en todo momento dedicada a hacer grande este país. De hecho, no hubo ni habrá un individuo que llegue a tales extremos de sacrificio por razón de tal fe.
Luego, es inevitable señalar que el PAP es el único partido peruano en el que la épica ha rebasado los límites de todas las leyendas: las persecuciones, la clandestinidad y sus miles de mártires así lo señalan. Y, como bien se entiende, sin épica y sin mitos no puede construirse nada espiritualmente importante para nadie.
Tantas décadas e ideas y pasiones, no pueden estar exentas de polémica ni de contradicciones, acaso muy necesarias ya que demuestran las posibilidades humanas para la evolución. En este sentido, debo referirme a los ineludibles virajes ideológicos que tuvo El Hombre. Es necesario indicar que solo hay dos opciones posibles ante ellos: o fue un traidor o fue un visionario. Desde luego, me decanto por la última. Elegir la primera sería ser mezquino y cegado para toda luz que provenga de la inteligencia.
Si hubiese sido un traidor, se hubiese traicionado a sí mismo. Puesto que hasta concedió tratar a sus perseguidores. Además, dijo en su vejez, en un acto que lo enaltece, que el mejor gobernante peruano que conoció fue Leguía. No olvidemos que a él debió su primer contacto con la prisión y el destierro. En este sentido, ese dicho suyo es una crítica tremenda y formidable a los políticos de su tiempo y un noble reconocimiento de alguien que pese a sus numerosos errores inició la modernización del país.
Si analizamos la historia peruana podremos advertir que sus grandes referentes fueron excepcionales en el imaginario popular y la mayoría se sacrificó durante la Guerra del Pacifico. Grau y Bolognesi, por ejemplo. Gloriosos y valientes, sí, como los héroes troyanos, siempre marcados por una derrota que los ultima y los vence.
Haya pese a su formidable energía y presencia sorteó la derrota toda la vida y sobrevivió a ella. Quizás eso sea lo que no se le perdona.
Tampoco se le perdona haber fundado el único gran partido de masas en el Perú y que este haya sido la única posibilidad que hubo para realizar una revolución en este país. Esto, sobre todo, no se lo perdonan los viejos comunistas quienes para compensar lo nulo de las posibilidades que tuvo la izquierda tradicional para realizar una proeza insurgente lo atacan aún con infamias respecto de su sexualidad. Ahora que la izquierda propugna la libertad sexual y la igualdad de géneros todas esas equívocas concepciones pasan a estar plenamente desacreditadas. Y siendo que la misma izquierda aboga por una vía democrática deberían reconocer que Haya de la Torre les lleva una ventaja de más de medio siglo.
Cabe señalar que en tanto muchos se engatusaron con las posibilidades de una revolución, Haya supo advertir los excesos sangrientos de la misma y fue uno de los primeros críticos de la URSS y del estalinismo.
Su desencanto de las formas revolucionarias “típicas” se debió a una motivación muy concreta. Por si acaso no lo recuerdan, los juicios de Moscú y el Gulag ilustran a los analistas políticos actuales acerca de los riesgos que conlleva el ejercicio del poder revolucionario, distinto en todo al del poder ejercido en una democracia verdadera, es decir, con respeto a ideas que ahora ocupan las primeras planas de toda forma de estudio deontológico de la democracia, es decir, los derechos humanos, el respeto de la libertad como valor supremo al mismo tiempo que la dignidad de la persona humana, ideas todas que Haya fue el primero en enaltecer en este país.
“Pan con Libertad”, uno de los más antiguos y contundentes lemas apristas, fue complementado alguna vez de la siguiente forma,” Pan con Libertad, sí pero primero la libertad para poder exigir ese pan”. Un hombre como él, que desde muchacho padeció de la pérdida de su libertad y del exilio por el uso y manifiesto de sus ideas políticas, tenía todas las facultades, intelectuales y vivenciales, para no engañarse ni engañar a los demás cuando se atrevió a enseñar una lección tan grande.
Es decir que, ahora, si se debe defender la democracia y la libertad, se debe defender la figura de Víctor Raúl Haya de la Torre como el campeón más férreo de ambas ideas en este país. Eso y la Justicia Social que es otro elemento componente de su doctrina conforman dos columnas de fuego vivo en los que debería reposar toda forma de ejercicio y/o ambición de poder en nuestro país.
Así como no puede existir una nación sin un Padre Fundador, no podrá existir una nación peruana sino se acepta a Haya como el Padre Fundador que es. No reconocerlo es incurrir en una gran mezquindad y en la más reprochable bajeza de nuestra historia republicana.
Quizás muchos de los problemas y taras de nuestro país, huérfano de todas las orfandades por voluntad propia, haya sido estar en contra de su Padre, un padre que acaso no merecemos.
La figura de Haya y su doctrina, sus oraciones precautorias, aún son la divisa del porvenir.