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VÍCTOR ALBERTO GIL MALLMA «PICAFLOR DEL PERÚ», A 90 AÑOS DE SU NACIMIENTO

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Escribe Saúl Acevedo Raymundo

Hoy se cumple 90 años del nacimiento de Víctor Alberto Gil Mallma, «Picaflor de los Andes», una de las figuras cumbres del cantar andino. ¿Qué queda del cantautor que congregó el entierro más multitudinario que Lima recuerde (según Matos Mar más de cien mil personas)? ¿Qué legado o herencia musical se puede percibir en estos días de megaconciertos y explosión de las telecomunicaciones?

Como artista paradigma su vigencia se puede constatar de diversas maneras. En primer lugar, contribuyó de manera considerable a la configuración de un nuevo tipo de artista en la capital: el solista andino. Aquel que practicó una creciente adaptabilidad y comenzó a brillar en un nuevo escenario de confluencia dominical: el coliseo —Coliseo Nacional, Lima, Bolívar, Cerrado, Inca, entre otros—. Lugar en el que se reproducía y, sobre todo, se recreaba la música y danza de la sierra. Y a diferencia de otros intérpretes que formaban sus nombres artísticos considerando su lugar de origen (Huascarán, Pucará, Chuquibamba…), el suyo fue el genérico «de los Andes» anticipándose quizá a algún debate sobre el tema. Visto de otra manera, Picaflor de los Andes tiene hoy una influencia que abarca costa, sierra y selva; norte, centro y sur, que lo muestran como un cantautor excepcional.

En segundo lugar, su vigencia musical procede de una incondicional legión de seguidores que, a pesar de las décadas transcurridas, han logrado hacer un transvase generacional de su preferencia musical. Aquello que de padres a hijos se lega como herencia cultural. Basta viajar por distintos lugares del Perú para comprobar que sus canciones se siguen escuchando en radios, mercados o paraditas, compromisos familiares, fiestas patronales o hasta en el discreto ómnibus interprovincial. Y, navegando estos días por Internet, se puede encontrar una gran cantidad de videos que son visitados por miles de personas que dejan comentarios muy significativos. En suma, un legado concreto en la conciencia colectiva y el gusto musical de lo que hoy se denomina Perú real (frente al Perú oficial).

Picaflor en silla de rueda.

En tercer lugar, su vigencia también procede de la enorme influencia que ha tenido en artistas contemporáneos que cultivan la música andina, principalmente del centro. Para ellos y para los que lo conocieron en su época de gloria es una especie de icono al que siempre nombran como referente. En la opinión del compositor Máximo Alanya —asesor en aquellos años de la disquera El Virrey y amigo personal—, lo es en la medida en que poseía «una voz dotada por la naturaleza que nunca pudieron imitar». Manifiesta que este aspecto, estrictamente artístico, lo convirtió en un cantante especial: «Su gran voz llegaba a la multitud, ya sea en discos o de manera personal durante las actuaciones». Una opinión, en el mismo sentido, es la de María Minaya, Flor de La Oroya, para quien «Picaflor de los Andes fue un artista fuera de serie que hasta ahora no ha podido ser superado, porque poseía un don que Dios le dio: componer y cantar sus propias canciones como nadie». O la apreciación del novelista y antropólogo José María Arguedas «…bajo de estatura; pero vestido de huanca, de pie en el escenario, con el sombrero en alto, girando en una danza o al levantar los brazos para agradecer los aplausos, parece no sólo mucho más alto, sino verdaderamente imponente. Las primeras notas de huaynos y mulizas y especialmente de los huaylarsh, las hace estallar en una especie de triunfal lamento. El público aplaude como un eco instantáneo de la voz, tan aguda, tan intensa y constreñida de afectos contradictorios: dolor, anhelo y desafío».

Y un cuarto aspecto de este legado lo podemos apreciar en el uso de la lengua quechua. Seguramente porque la mayoría de sus temas estaban dirigidos a un público migrante en condición bilingüe, Picaflor utilizó el quechua pintando escenas cotidianas y festivas, sea de manera hablada o cantada. La sonoridad de la lengua quechua, por otro lado, jugó a favor del aire viril que siempre le imprimió a sus interpretaciones. Queda también en estas grabaciones, el abanico de la instrumentación musical. Una agradable conjugación de instrumentos como el violín, el arpa, la mandolina, el saxofón, el clarinete, la tuba y la guitarra, algunos de los cuales han caído en desuso en los huainos actuales —por ejemplo, el violín, de una gran riqueza cromática, es una ausencia notable—. Otro de sus rasgos característicos surge en las salas de grabaciones, donde varias de sus canciones se escuchan en un ambiente festivo.

A la música y potente voz, se le suman silbidos, palmas, guapeos, zapateos, gimoteos, llanto, vasos brindando y hurras de hombres y mujeres en completo jolgorio. En el tema “Por tu santo” estos agregados son muy utilizados. Se simula una fiesta en la que llegan gran cantidad de artistas, entre solistas y orquestas. Sello que se vuelve a repetir en otras canciones. Facetas importantes también por develar son su condición de personaje solidario con sus compañeros de arte en un sindicato de folkloristas; sus composiciones de índole social (p.e. «El obrero»); además, la diversidad de géneros andinos que cultivó como huainos, mulizas, chonguinadas, huaylarsh, pasacalles, santiagos, entre otros.

Finalmente, creemos que para este artista, como para cualquier otro, es el tiempo el que establece la más justa medida. El juez que hace las mejores antologías de canciones. El que escoge aquellas que van a ser imitadas, recreadas, adaptadas o finalmente conservadas en la memoria colectiva de un vasto y vital pueblo. Las generaciones se sucederán y esta hermosa expresión denominada huaino así como sus cultores, continuarán despertando mucho interés y un verdadero fervor.

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