Michoacán y Ciudad de México son los dos de lugares de la Tierra, los dos juguetes elegidos por Hernández para sus hermosos y ultradinámicos propósitos. Nos llevan al gozo del reencuentro con lo conocido como si fuera también desconocido. Las imágenes no son fotos fijas, pero casi lo parecen, son casi usadas como si lo fuesen. Si quiero describir brevemente mi impresión usaría la palabra visor más que la palabra cámara. El sabor amateur de la película es liberador. Hay un efecto de manipulación, en el sentido directo de mano, como si jalara y casi arrancara unas imágenes para mostrar otras a una gran velocidad. Intensifica la mirada sobre ellas. La velocidad misma parece la real protagonista, tanto o más que las dos ciudades, sus construcciones, sus habitantes. Si por lo general son imágenes de duración muy corta también hay repeticiones desde otros ángulos a o vuelta a las mismas o imágenes similares. Me recuerdan a la experiencia -en mi caso infantil- de los painted slides, de las diapositivas en camaritas de de plástico, y esa aparente ‘falta de seriedad’ da cuenta de la importancia mítica de su activa magia. Puedes ver el mundo como quieras, no es un producto final, es una incitante materia prima. Idea nada secreta para el arte y sobre todo para el más experimental.
Es de veras un viaje al México DE Teo Hernández. Solo él podía atreverse a mirar justo así. O si quieres se trata de una muestra brillante de cuando el cine de vanguardia recuerda no al cine, o mejor dicho, a lo que ya aburrida e inconscientemente consideramos ‘cine’, sino a una clase de juego más intenso y con cierta clase de movimiento -y así vamos de vuelta a la esencia, al origen, con felicidad, o como mínimo a varias de las características principales del cine-. Me refiero a un cine más libre y fructífero, además, porque juega, es decir, porque es más serio, más flexible y más profundo, porque es capaz de investigar, de buscar nuevas posibilidades, de explorar nuevos recursos, de reconfigurar percepciones, en fin, quiero decir, en un sentido más amplio, porque no se somete al poder, que quiere mundos cerrados. El arte tiene que lanzarse al vacío y a la incertidumbre propias de toda aventura.