Tantas veces Venezuela que ya cansa escribir sobre ella. No cabe duda de que Venezuela está de camino a ser nuestra Siria. El Papa vacila en intervenir enérgicamente, la comunidad internacional se desgarra las vestiduras en protestas de papel, y EE.UU. acentúa sus sanciones económicas mientras esta semana detienen por segunda vez a Leopoldo López, y las muertes continúan; pero todo esto es insignificante frente a lo que se va a venir si las cosas siguen así. Antes de que acabe este año Venezuela podría terminar de ser oficialmente patio trasero de la Madre Rusia, y ninguna protesta diplomática ni marcha podrá revertir una política geopolítica tan ambiciosa.
Hace rato que Venezuela está hipotecada a Rusia, tanto política como económicamente, a raíz de la acentuación de la crisis del precio de crudo que ha bajado terriblemente, Citgo, empresa refinadora y de comercialización venezolana en EE.UU. ha sido hipotecada en 49.9% a la petrolera rusa Rosneft, esto como garantía a un préstamo de 2 mil millones de dólares al gobierno venezolano para la emisión de bonos soberanos.
Con la acentuación de la crisis económica y política del país caribeño, este corre riesgo de entrar en cese de pagos, lo cual llevaría a la urgente necesidad final de claudicación de soberanía económica de parte de Venezuela a Rusia, pues estarían ya pensando en ceder a los rusos el control de los pozos petroleros venezolanos. Esto garantizaría no solo créditos sino sobre todo el compromiso de una participación más activa de Rusia en el país llanero y la configuración de un nuevo mapa geopolítico en la región que inhiba cualquier intervención militar semejante a la invasión de Bush a Panamá en 1989.
Al acentuarse la crisis y encontrarse asfixiado internacionalmente, Maduro está siendo empujado a la solución final de entregarse plenamente al abrazo del oso ruso. Con el enfriamiento de las relaciones de Cuba con el nuevo gobierno estadounidense, la situación de Rusia en el Caribe es inmejorable para fortalecer sus posiciones. Venezuela es la pieza clave para esta nueva política internacional rusa que busca abrir un nuevo frente más allá del Vístula y el Mar Negro. El gran sueño imperial ruso ha sido contar con bases permanentes para su flota en los mares cálidos. Y Venezuela es la excusa para este salto imperial, donde un todopoderoso Putin se yerga como garante del orden en Venezuela (ya sabemos cómo garantizo el orden en Siria con sus bombas de fósforo el año pasado).
Para que todo esto suceda hace falta que la nueva Constitución de Maduro faculte atribuciones de cese de soberanía económicas sobre los pozos petroleros, y además, hace falta una Asamblea Nacional dócil a los intereses de Rusia. Todo se definirá este año, y EE.UU. debe saber que tendrá un rival serio en el patio trasero.