El ataque con disparos y granadas el pasado martes desde un helicóptero de la policía científica a las instalaciones del Supremo ha llevado a Venezuela a un clímax digno de Netflix. Todos los días escuchamos lo que pasa Venezuela (90 días de protestas, 76 muertos y 3,300 detenidos arbitrariamente), pero lo de la semana pasada ha tocado el realismo mágico televisivo.
De ser verdadera toda esa pantomima con helicóptero propia de una serie B de los ochentas (hace recordar a la teleserie Los Magníficos) estaríamos a puertas de algo muy serio, no solo para Venezuela sino para toda Sudamérica, y es el regreso del héroe uniformado. Ese mesías militar que en aras de la patria nos salva de gobiernos democráticamente ineptos (pero elegidos), y esto a costa de aprovecharse de las legítimas demandas populares y manipular así a los movimientos democráticos de protesta. Las consecuencias geopolíticas de un juego como este podrían tener resonancias continentales que en el caso peruano hemos conocido con el nombre de “Andahuaylazo”.
El conflicto político-social humanitario venezolano es en este momento el espejo de toda Latinoamérica, un espejo magnificado en donde se dilucidan entre otras cosas la factibilidad de la democracia en nuestro continente. Este es el tema central, sobre todo ahora en un contexto de recesión técnica global, mega corrupción internacional (por gracia de Odebrecht y Cía.) y deslegitimación de las autoridades, que ha derivado en un descreimiento generalizado por parte de la población de nuestros países hacia sus gobiernos, los partidos políticos, las instituciones e incluso el proceso democrático en sí. Todo esto hace tentador alternativas políticas populistas si es que no antidemocráticas sobre todo ahora en que EE.UU. esta menos interesado en lo que pase en el resto del mundo en cuestiones de democracia y DD.HH.; de modo que la tentación por optar una alternativa mesiánica de última hora es factible.
Nos olvidamos con frecuencia que la última dictadura latinoamericana acabó en 1990, también nos olvidamos que el tiempo es un circulo plano y la historia una gran maestra, que obliga repetir a quien no aprende la lección. Nos hemos olvidado que esto es Latinoamérica y que la aventura del militar, instructor y también actor Oscar Pérez (un aparente héroe de la democracia con porte de modelo de Instagram y potencial perfil de dictador) al atacar con granadas al Supremo en Caracas, más que anecdótico es un acto profético.
Basta con que un solo país de nuestro continente caiga bajo el encanto del golpe de Estado y el efecto dominó nos arrastrará a todos. En Venezuela, en esta hora se está dilucidando el destino de todo un continente y ya no hay un EE.UU. que nos tutele y eche una mano como antes, más bien capaz nos mete cabe. Por eso importa lo que pase en Venezuela, importa como acaben estas protestas, si acaba en democracia o en dictadura (la de Maduro o la de quien lo derroque en aras de la patria). Por otro lado, si las protestas derivan en una escalada que derive en una guerra civil, sus repercusiones llegaran a todos los países de la región en forma de éxodo de refugiados venezolanos, estaremos de cara a una crisis solo semejante a la de los sirios en Europa, ello sobrepasaría toda la capacidad de nuestro sistema sanitario a la vez que aunado a la crisis económica, despertaría un sentimiento xenófobo que en Sudamérica jamás hemos conocido, y esto a su vez, alimentaria discursos nacionalistas de mano dura y evocación militar.
Por eso importa lo que pase en Venezuela, y cómo termine, así empezará nuestra historia de los próximos 50 años. Un fantasma ronda por Sudamérica y lleva galones en los hombros.