Se convirtió en lo que, alguna vez, juró destruir. En su columna Piedra de Toque —publicada en el diario La Crónica de hoy, de México— el Nobel peruano entierra su trayectoria política: pide a los peruanos apoyar a Keiko Fujimori. Políticos, intelectuales y antifujimoristas entran en trompo, mientras la señora K agradece el apoyo y fujis celebran chinos de risa.
Le ganó el cuco del comunismo: Vargas Llosa toma postura apresurada —faltan dos meses para las elecciones de segunda vuelta— y apoya indefectiblemente a Keiko Fujimori. Sostiene que el fujimorismo es el mal menor, si Keiko se compromete con un esquema democrático. Reconocido escritor olvida, o no quiere recordar, que la señora K ya se comprometió, en las elecciones pasadas, a respetar una serie de puntos que hubieran viabilizado un horizonte democrático en el Perú. Pero la señora K nunca cumplió. El marqués tira por la borda todos los años de lucha por la democracia y el respeto por los derechos humanos. Desecha —sin piedad— sus vehementes críticas contra todo tipo de dictaduras: se propone avalar a la hija de un dictador, que reivindica el legado de su padre.
Lo de Vargas Llosa es, desde todo punto de vista, inconcebible. Fue el mismo Nobel peruano quien —con justicia— ayudó a forjar una narrativa antifujimorista en el Perú, la cual fue fundamental para comprender el descalabro que generó la dictadura del chino, la llamada década de la antipolítica. Hoy, el mismo Vargas Llosa, pide a sus compatriotas que voten por Keiko Fujimori, la heredera favorita de la cepa fujimorista. Según sus argumentos, el ascenso de Pedro Castillo desestabilizaría al país y sería un mal mayor pues su régimen podría degenerar en una dictadura.
De este modo, nuestro premio nobel repite el papel de garante, esta vez con Keiko Fujimori. Es necesario recordar que el marqués nunca la ha chuntado como garante: todos sus defendidos han terminado en cana.
Parece quedar claro que Vargas Llosa condena las dictaduras, pero no todas las dictaduras: prefiere las dictaduras de derecha, antes que las de izquierda. El régimen dictatorial, del chino Fujimori, es avalado por su hija Keiko Fujimori, lo cual dice mucho de su noción de democracia, más allá del rostro acojudado y los llamados a la convivencia, que lanza la misma señora K.
En su testamento político, el marqués no se opone al indulto a Alberto Fujimori, lo cual indica, implícitamente, que condona la dictadura del chino. Por el contrario condena la posible dictadura de Castillo, que es plausible, si se escuchan las prédicas de sus titiriteros. Y por eso se tienen que ajustar todos los candados democráticos, pero no llamar al voto por la heredera de uno de los peores regímenes que asolaron nuestro país.
Vistas así las cosas —y hablando desde el plano político— viene a la memoria la frase que el asesor Hernando de Soto dijo años atrás en el programa de Dennis Vargas Marín: “Vargas Llosa es un hijo de puta”.
Esto no implica, desde luego, menoscabar la brillante trayectoria del Nobel ni resta un ápice a la portentosa obra narrativa que el reconocido escritor le ha legado a generaciones de peruanos. Las obras de Vargas Llosa constituyen uno de los más grandes monumentos de nuestra literatura nacional y cualquier exabrupto del nobel deja intacto su legado literario.