Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Vallejo y los reales poetas universales

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El valor de la poesía de Vallejo es innegable, pero no supera al mejor Adán ni a Ojeda. Tal es así que si ascendemos a la cumbre de nuestra tradición poética debemos olvidar el facilismo de ensalzar al cholo inmortal por lo que quizás solo sea una severa falta de lecturas, una fallida comprensión-intuición lectora o una sinuosa forma de acomodarse en el mundo con cátedras fáciles y congresos mediocres.  En la cima de la poesía peruana (pese a todo, insuficiente fuera del predio de los “estilistas”) caben varios autores más como Westphalen, Moro, Deustua, etc.

El problema no es del atribulado poeta sino de las capillas vallejólicas que siempre tratan de hacerlo incuestionable pese a que se le pueden objetar mil denuestos como bien señaló Hinostroza: “Vallejo no es un escritor, ni un hombre, ni nada aproximado: es un mito. No hay que decir ‘No me gusta Masa’, o ‘Los Heraldos Negros es insuficiente’, o ‘El hombre no tenía que morirse de hambre’. Es Tótem y Tabú”.

En todo caso, los vallejianos dogmáticos le hacen un gran disfavor al enaltecerlo por sobre todos los otros poetas peruanos sin mayores ‘fundamentos’ que el mérito lingüístico de Trilce, la moralina solidarizante de su obra entera, el hecho de haberse hecho ‘conocido’ en medio mundo y el maldito sambenito de haber aprehendido el ‘dolor humano’, pues todo eso es algo inexacto.

Vallejo importa porque logró condensar una colección de textos como Poemas Humanos en los que rebasó el manierismo trilceano y pese a que ya había perdido una incipiente impronta metafísica y visionaria de algunos fragmentos de Los Heraldos Negros hizo palpable un ansia de trascendencia importante. Eso y la epicidad (descubierta solo en el fragor de la guerra) doliente de España, aparta de mi este cáliz deben servir para valorarlo por encima de cualquier afectación formalista y para compararlo cabalmente con otros poetas.

En la comparación siempre se verá como un poeta dueño de una expresión muy propia, pero, de ninguna forma, como un autor singular o superior a todos.  Al hombre le bastaba Darío, pero no tenía sentido, para él, rastrear en la Poesía el camino compartido por Homero, Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud o Pound solo por enumerar una línea de poetas universales reales.

Al menos esto debe quedar muy claro para todos y, sobre todo, para sus adoradores ciegos.

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