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VALLEJO EN EL 2015

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La ucronía es un ejercicio intelectual. La vida sigue una línea, pero en todos los tramos los senderos se bifurcan. Usted elige una dirección u otra y elige también sus consecuencias. Asumamos que voltea a la izquierda y acelera el paso. Poco tiempo después se pregunta: “¿Y qué hubiera pasado si volteaba a la derecha? ¿Cuán diferente sería el presente? ¿Cuán diferente sería la Historia? ¿Y si las cosas se daban después y no antes?”

En ese ejercicio ¿Se imaginan si César Vallejo hubiera nacido a mediados o fines del siglo XX?

En el 2015 nadie sabría quién es César Vallejo, peor aún, a nadie le hubiera importado su poesía. Nunca ganó un concurso para ser notable y menos lo hubiera ganado en el siglo XXI. Ni siquiera lo hubieran entendido, críptico, automático…para los ignorantes que desprecian la innovación.

Hubiera caminado respirando el aire denso de Lima atribulado por la crítica de algún Clemente Palma que hubiera sido más incisivo e insolente y más público y cruel. Usted sabrá que el hijo de tradicionalista, entonces en su apogeo, respondió a César Vallejo en la sección «Correo franco» de la revista Variedades, nº 499, 22 de septiembre de 1917 a un desalentado Vallejo: «También es usted de los que viene con la tonada de que aquí estimulamos a todos los que tocan de afinación la gaita lírica, o sea a los jóvenes a quienes les da el naipe por escribir tonterías poéticas más o menos cursis. Y la tal tonada le da margen para no poner en duda que hemos de publicar su adefesio. Nos remite usted un soneto titulado «El poeta a su amada» que en verdad lo acredita a usted para el acordeón o para la ocarina antes que para la poesía. Sus versos son burradas más o menos infectas ….».

En el siglo XXI Palma hubiera tenido una cuenta en Facebook y otra en Twitter en las que le hubiera clavado la lanza por el costado ante miles de curiosos cibernautas que hubieran multiplicado la afrenta con diversas frases: «Escribes mal y tu poesía es un mamarracho», «Dedícate a otra cosa»…. Los comentarios lo hubieran tornado en un vaso trizado con decenas de likes y balas al viento. El circo romano de la internet lo hubiera hecho añicos.

Aunque sufrió prisión en la vida real y no le quedó sino la lejanía de la vida parisina, padecimiento mayor hubiera sido para él encontrar las puertas cerradas de las grandes editoriales limeñas, «No, señor, no publicamos poesía y sus novelas aunque muy buenas provienen de un desconocido que no nos vendería ningún solo libro. Business son business. Después de todo: «¿Quién es ese anónimo provinciano de las alturas de Santiago de Chuco?».

Vallejo, sin aliento, hubiera caminado bajo una neblinosa tarde limeña para detenerse en Crisol y ver en una vitrina el best seller de ocasión, la publicidad enorme de un libro de Alejandra Baigorria pegada al vidrio, libros de la farándula editados por los que le negaron el paso.

¿Se imaginan a Vallejo pagando a una editorial independiente o autoeditándose para regalar su poesía a los amigos? ¿En los huecos calientes y fétidos de las imprentas subterráneas del centro? Todo para nada, porque hubiera asistido a la muerte de la poesía (obsequio autografiado que nadie lee) o, para sobrevivir (que es lo mismo que “vender”), hubiera virado hacia el inclemente rigor de la novela, donde no la hubiera hecho, porque Vallejo era un poeta por excelencia, pero la poesía es en siglo XXI no es más que una lengua muerta, un cero al lado izquierdo de la cifra.

Desde luego, los periodistas culturales lo hubieran ignorado colocando sus libros debajo de una pila de cuentos de NN sin gloria que nunca habrían de leer. Sin la amistad leal de algunos influyentes, quizás, con eso, algo hubiera logrado en la parca y limeñísima parcela literaria, al menos un viajecito, o sea nada, porque nada aleja más al escritor de sus letras que tornarse en un agente de sí mismo.

No hubiera recalado en una prisión, pero le habrían quitado hasta el último centavo de su salario. Probablemente ni si quiera le hubiera alcanzado el fajo para financiar ediciones y la familia hubiera refrenado sus ímpetus de ser escritor cuando lo práctico y realista reside en «lo prosaico e inmediato, que supera toda trascendencia». Todo es tan distinto desde los ojos del escritor.

Quizás hubiera volado a Europa, pero en estos tiempos ¿Para qué? Sería uno más en esa abigarrada multitud de sangres y sus manuscritos se hubieran quedado apilados sin leer en las grandes editoriales de Europa. No tendría a un gran Aurelio Miró Quesada que recibía sus artículos y le pagaba algo para subsistir en París. Hoy más que nunca, el presupuesto manda y manda la agenda de los temas. Hubiera sido condenado a trabajos menores, mecánicos, papelucheros y antiintelectuales en algunos escondrijos burocráticos de París o Lima.

Ningún crítico hubiera puesto el ojo en su poesía. Al decir verdad, hoy son dos o tres los críticos o comentaristas influyentes que elevan las alas de los vates hasta las alturas o se las quiebran. No habría un Estuardo Nuñez que lo descubriera al mundo con generosidad y elegancia y su poesía se hubiera perdido en el vasto ciberespacio repleto de blogs de poesía, donde lo que abunda es, precisamente, el verso de todo calibre y cariz.

Quizás no hubiera muerto en sus 46. La ciencia médica lo hubiera salvado (para su lamento) de la parca insomne, para terminar en casa propia, ignorado y malherido, anciano y quisquilloso. Quizás sí hubiera muerto, de un extraño virus como el que le tocó. Pero para morir siendo Vallejo se requiere de una viuda como Georgette o de un apasionado amigo como el de Kafka, Max Brod, que rescató sus manuscritos póstumos o de un Foster que le dio un nombre a Kavafis llevando sus libros a Europa. Eso ya es mucho pedir en este práctico y poco poético siglo XXI, donde rige la medianía antes que el espíritu. Vallejo, definitivamente, no hubiera sido Vallejo.

Bueno, el gran vate nacional del siglo XX, hubiera sido en el XXI un aspirante resignado. Dadas así las cosas, no hubiera sido un escritor sino un encorbatado bancario o un empecinado vendedor de seguros de vida, aficionado secretamente a la poesía o lo que más iba con él, un profesor de escuela (y yo los he tenido que escribían bellos versos que nunca vieron la luz). Decenas y cientos de poemas se hubieran apilado sin editarse en su gaveta o quizás, hubiera cargado sus chivas para hacerla linda lejos de su Rita de junco y capulí en la Miami nuestra de todos los días o como todos: apenas en esta Lima neblinosa de todos los otoños, que hiere e ignora los talentos. Ella sería quien lo viera morir calladamente a sus pies.

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