Por Hélard Fuentes Pastor
Quién no ha dicho —o por lo menos ha escuchado— la memorable frase: «Vale un Perú» que, en el marco del Bicentenario Patrio, inspiró una colección de cuentos compilados por el escritor y editor de El gato descalzo (Lima), Germán Atoche Intili. La expresión popularizada desde el siglo XVII y poetizada por José Santos Chocano, se replicó en múltiples ocasiones hasta el siglo XX, por ejemplo, a modo de título, en la obra de Ventura García Calderón: «Vale un Perú» (1939). De igual forma, el historiador Gustavo Pons Muzo ha encontrado una explicación que remite a la época colonial y cómo era percibido nuestro territorio a los ojos del mundo.
Cualquiera haya sido su origen, hoy en día tiene continuidad en la edición de Atoche Intili que reúne a más de una treintena cuentistas a nivel nacional, abordado diferentes temáticas en torno a la realidad nacional. Algunas de sus voces narrativas nos trasladan al periodo de la Independencia, ofreciendo voz a personajes históricos como Túpac Amaru II, Micaela Bastidas y Fernandito, su hijo. También encuentro interesantes menciones a José de San Martín, Simón Bolívar y Mariano Melgar. Mujeres como María Parado de Bellido o Clorinda Matto de Turner. De igual manera, desfilan por la tribuna de «Valen un Perú (cuentos sobre el Bicentenario)» (2021), escritores de la talla de César Vallejo o Ricardo Palma, y cuánto menos los héroes Miguel Grau y Francisco Bolognesi, además de otros protagonistas de la historia como Fray Bartolomé de las Casas.
La lectura de aquellos cuentos ofrece un espectro de la realidad social, de lo que viven y sienten millones de peruanos en un país con muchas postergaciones. Se revelan los miedos y las ausencias, pero también la expectativa y esperanza de muchos ciudadanos que trabajan diariamente para sostener a sus familias, que han vivido momentos de angustia durante la crisis sanitaria, de inestabilidad social y política que azota a nuestras regiones. Los autores, asimismo, ensayan un significado del «28 de Julio», en algunos casos de lo que implica patriotismo y, excepcionalmente, lo que denota un sentido histórico. Aquí hay un riesgo. Por una parte, la añoranza del pasado; y, por otro lado, la absurdidad de remediar lo que por definición ya está dado. Entonces, ¿qué sigue? Aprender a vivir con nuestros dolores, reconocer las ausencias e intentar sanar aquellas heridas poniendo de manifiesto nuestras intenciones de unidad e integridad.