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UNIVERSIDADES RED BULL

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Repugnancia absoluta. Eso es lo que he sentido en diferentes centros universitarios a los que he asistido en los últimos seis meses, invitado por algún infiltrado a dar charlas y/o conferencias acerca de mi especialidad y algunos de mis libros, incluidos en el Librorum Prohibitorum de la ultraderecha lorcha, esa que financia a un tal Aldo y a un tal  Rey.

Y no se crea que esta repugnancia brota solamente en las Universidades Red Bull. No. También en las nacionales notables se cuecen habas. Pero son las famosas universidades Red Bull, esas que brotaron como hongos venenosos durante el fujimontesinismo, las que se llevan las Palmas de la Imbecilidad Absoluta.

Pues bien, desde las más caras Universidades Red Bull, aquellas en donde los churrupacos pagan, explotando a sus padres, entre 2500 a 3500 soles al mes, hasta las más modestas, en donde se paga entre 500 a 1000 soles mensuales, la constante es ésta: la estupidez rampante, la estereotipia y la lentitud mental del alumnado, una estolidez propia de seres lobotomizados, jactanciosos de sus caros teléfonos celulares, sus laptops y tablets de última generación, pero sin materia gris ni el más elemental nivel cultural: patanes con carné universitario, plata en los bolsillos y el cerebro vacío.

Lamento decirlo, pero la universidad peruana está hundida en una letrina infecta: el mercado. Economistas fueron quienes  vendieron el cuento a los ignaros de que la economía es una ciencia a la manera de la física o la biología.  Ni la economía ni la psicología son ciencias, estimados, le duela a quien le duela.

Gran parte de la desgracia del país se debe a la predominancia de estos embustes. Pero los más peligrosos son los economistas. Porque estos son escuchados y aconsejan a los políticos.   Y cualquier mentecato con dos cobres en el bolsillo piensa ahora que el único eje vertebrador de la vida es la economía. Y peor aún, los más diestros en majadería, refieren con desparpajo, mis finanzas, cuando apenas rayan el sueldo mínimo.

Hoy todo es mercado y la propia universidad ha terminado vendida al mercado; y, ¿qué es el mercado?, pues el mercado son las empresas. ¿Y qué pretenden las empresas aquí en la China o la Cochinchina? Pues que todo se vende, todo se compra, hasta lo más sagrado. Por ahora no quiero mencionar nombres, pero sabemos que muchas empresas hacen cuantiosas donaciones a muchas universidades para que eduquen de la manera en que a ellos les conviene. Es decir, para satisfacer las apetencias de los grupos de poder.

En estos antros “universitarios” se enseña un curso llamado MTU, algo así como metodología del trabajo universitario. ¿Y qué enseñan los extorsionadores que fungen de profesores? Cien huevones sentados como putas, incapaces de cuestionar, criticar o siquiera preguntar, se soplan vídeos completos de Youtube que van desde Cornejo y Rosado hasta Coelho pasando por una psicóloga chilena que hace plata en Lima gracias a mujeres infelices e incluso arengas del Dalai Lama.

Les obligan a digerir treinta y siete libracos de autoayuda y neuromarketing y cuarenta y nueve vídeos más del mismo linaje.  Cada dos semanas los imberbes son obligados a vestirse con terno y corbata y las señoritas con traje sastre (minifalda apretada, señorita, para subir su nota) y exponer lo aprendido de los injertos que las pegan de catedráticos. Una que otra se queja, a media voz como todo peruano, pero cuando les preguntas o les sugieres que se organicen y denuncien al acosador, o que, por lo menos, lean a Mario Bunge y La Ciencia y su Método, ponen el grito en el cielo y se niegan a leer, porque dicen que cuando leen mucho, les duele la cabeza.

Pobre Perú. Pobres jóvenes insulsos. Merecen lo que tienen. Desde los parásitos parricidas de La Molina hasta los emergentes de San Juan de Lurigancho y Los Olivos; desde los fenicios del Titicaca hasta la morralla que sobrevive a ritmo de tecnocumbia en los albañales de Iquitos, vadeando entre las apestosas y lumpenescas calles de Chicla-York, saltando entre los cerros de la incontrastable ciudad de Huanca-York y la pretensiosa y, siempre serrana, Ciudad Blanca de Arequipa.

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