Por: Raúl Villavicencio H.
Millones de hogares se reunieron el pasado 24 de diciembre en una mesa, celebrando el nacimiento simbólico de Jesús de Nazaret; para muchos habrá sido un momento para compartir anécdotas, historias, momentos vividos cuando todos eran pequeños y no existían las obligaciones típicas de los adultos.
Es bien conocido que la Navidad la disfrutan más los niños, pues son ellos finalmente los que experimentan esa “magia” de recibir un regalo; sin embargo, existen otras familias que se conforman con que en esa noche estén todos juntos, compartiendo un poco de pan, un poco de refresco o algo al alcance de sus bolsillos.
Para los más pequeños del hogar es ese momento del año para reencontrarse con sus primos, tíos, abuelos o hermanos que regresan de viaje. Ya no hay clases y se puede dormir unas horas más, mientras en la cocina la madre va alistando la comida para la noche. Afuera, los vecinos ya iniciaron las festividades repitiendo los mismos villancicos de toda la vida, y en la T.V. transmiten películas navideñas. Son esos momentos que uno desea que nunca termine y ya de grandes nos damos cuenta de lo invalorables que eran.
Estas fechas pueden resultar agridulces para muchos, pues lo primero ya no podrá repetirse por la pérdida de un ser querido que se fue quizás no en su momento, sino que el destino así lo quiso; y esas son las que más se extrañan.
El hermano ausente, el padre que partió al cielo, la madre comprensiva que ya no podrá estar a nuestro lado, así ya pintemos canas, siempre nos dibujarán una sonrisa a media gana, pues son ellos los que finalmente estuvieron a nuestro lado en las buenas y en las malas. Quién no daría un momento para poder abrazar a la mamita querida, que nos perdonaba cada traspié, cada mal paso, cada travesura. O al padre severo, pero justo que nos marcaba el sendero de la vida; o el hermano bonachón que era el alma de la fiesta; o ese ser amado que nos regaló momentos irrepetibles.
Esos mensajeros del amor invencible siempre tendrán un espacio en nuestros recuerdos, siempre bienvenidos sin importar la hora ni el momento. Para ellos un beso al cielo, una oración, y una silla vacía en nuestras mesas.
Columna publicada en el Diario Uno.