Opinión

Una revisión del debate público ante la lucha por la democracia

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Todas las discusiones políticas en medios periodísticos e intelectuales son tangenciales, falsamente ideológicas (sobre todo, cuando la ideología se impone ante la realidad para peor suerte de los enajenados que se autoimponen esta apariencia) y absolutamente desencaminadas respecto de la eficacia que debería ser la prioridad de todo gobierno y no los membretes o denominaciones de los agentes políticos y las instituciones.

Todo esto sucede cuando la política es, tradicionalmente, por un lado, saqueo y desfalco, y, por otro lado, puros gestos huecos y hueros y ni se diga de todas las intersecciones posibles.

Antes la pugna era, según el decir “común” de ida y vuelta, entre fujimoristas y terruoristas (antes, aún, entre apristas y comunistas) y ahora de ha sectorizado en parejas de opuestos incidentales tales como el Ministerio de la Mujer y el futuro Ministerio de la Familia o si las rondas campesinas son valiosas en la actualidad o si deben supeditarse ante la presencia, mando y dirección de las FF. AA y la Policía y si los periodistas amedrentados en Chadín son farsantes autosecuestrados o agentes pasivos de una forma de coerción ilegítima y víctimas del delito de secuestro.

Desde luego, sigue en el aire el aura bestial de si eres progre o conservador, decente o corrupto, pero, solo de un modo menor e inatendible ante opciones derivadas de ella que son mucho más significativas para las masas por ser coyunturales y por poseer la inmediatez que se prefiere cuando no hay ninguna clase de fundamentos para discutir o para intercambiar opiniones, argumentos e ideas y, sobre todo, habida cuenta que en ambos polos existe tanta buena fe como malicia, tanto apetito por el poder y la corrupción como mínimas ganas de servir al país.

Sin embargo, todas las cortinas de humo posible no impedirán advertir y denunciar lo pernicioso del desgobierno de Castillo y su inviabilidad manifiesta, la ceguera de la derecha que no tiene ninguna idea de que hacer con el país excepto devastarlo en favor de los pocos “suyos”, y la responsabilidad primordial de la izquierda en esta desgracia pues sus tendencias electorales posibilitaron el arribo al poder de cuanto mal se haya empecinado en flagelar al pueblo peruano, no solo desde el triunfo de Castillo sino desde el mismo cancerbero de sus sueños e ilusiones de pólvora y dinamita, es decir, Fujimori (solo por insistir en sus monsergas ideológicas fatales, cuando era obvio que Vargas Llosa tenía el criterio suficiente para hacer un gobierno de mejores posibilidades para el país).

En este punto es forzoso hacer una remenbranza de las actitudes y fallos de la izquierda en lo que va del siglo XXI dado que su terquedad y locura solo ha auspiciado los peores rumbos que ha tomado el Perú y ha acreditado que no es ni la reserva moral ni, mucho menos, una opción poltiica digna de considerar con seriedad en ningún momento.

Está izquierda ensalzó a Paniagua para mal pues resultó un genuino desastre si lo vemos a fondo y sin complacencias. Este individuo dada su falta de relevancia personal admitió, por su tibieza, la mínima variación gubernamental y estructural en el país postfujimori pues solo quitó la firma del dictador y súbdito nipón cuando debería haber forzado un cambio constitucional más importante y, sobre todo, abrió las puertas de la burocracia de par en par a la manifestación más endeble y dañina de la izquierda, es decir, los caviares, conjunto  acaso mucho más dañino que su versión más honesta y próxima a los movimientos guerrilleros pese a sus perversidades terroríficas y terroristas como fueron el MRTA y SL, que son despreciables, desde luego, pero que representan, aunque lo nieguen en público los neoizquierdistas, una cercanía mayor a la idea y puesta en práctica de una revolución violenta.

Luego, se ampararon bajo Toledo, régimen plenamente cubierto de hez desde el instante mismo en que el cholo “sano y sagrado” de Harvard puso un pie en palacio (de paso, nada ha constituido un desprestigio mayor para el Perú originario que este vil individuo con apellido de virrey, castigo mayúsculo para un pueblo que nunca se ha erigido en un solo bloque erecto contra los males que lo hieren y lastiman, el haber tenido a un Alejandro Toledo, efigie falsa de cuanta falsedad puede darse en Perú, y nunca a un Benito Juárez, efigie y cumbre de la raza americana en México y Latinoamérica).

Cuando Ollanta estuvo en el poder pese al rompimiento público con la izquierda lernerista antes de cumplir su primer año de gobierno, la gente que se había infiltrado desde el paniaguato halló espacios y vínculos para susbsistir y, no bastando con eso, el sector público le fue otorgado a la Universidad Católica como si fuera la única entidad responsable de generar conocimiento y lineamientos de políticas públicas, salvo por pocas islas elitistas como el MEF y otras excepciones menores la hegemonía “católica” prevaleció por demasiado tiempo.

Incluso con Alan y PPK no la pasaron mal, a fin de cuentas, ser acomodaticio es una “virtud”  de los políticos criollos y de los roedores citadinos sin distinción de ideología.

Bajo Vizcarra y Sagasti ni hablar.

Solo a Merino criticaron con furia y hasta la fecha (solo por no aceptar lo equivocado de su pulso electoral) pasan por agua tibia al presidente Castillo que es el eslabón más bajo de la historia política peruana en todos los sentidos posibles y nunca ha de olvidarse que fue impuesto en el poder no solo por la izquierda sino por los tibios electores que, aún cuando no son izquierdistas de corazón ni de mente, sucumbieron a la sensiblera canción (desafinada y desentonada) de la “dignidad” como si hubiéramos luchado contra un invasor bárbaro y no contra un mismo tipo de peruanos.

Por eso, si Keiko representa la corrupción y la estupidez en un punto inaceptable para un ciudadano promedio, Castillo ha elevado cualquier pretensión de superar a la hija del dictador de los años noventa hasta batir el récord en un exceso tal que, por el bien del país, no debería repetirse.

En este sentido, para que esto no se repita, debe entenderse que vivir bajo una democracia falsa como la que padecemos en este momento, posibilita la elección reiterada de individuos deficientes como la gran mayoría de representantes políticos y la eventual designación de un nuevo hombre fuerte en el poder (algo que, además, históricamente, siempre le ha gustado a los peruanos) y la consiguiente pérdida de una multitud de libertades que, ahora mismo, pese a la farsa general, están más o menos vigentes.

La única forma de evitar mayores tragedias que la actual realidad del gobierno peruano y de mostrar que la libertad y la democracia  tienen una importancia muy relevante para nuestras vidas es luchar de verdad por ellas, pero no en marchas mal direccionadas y peor conducidas por ciegos y tullidos en términos de criterio y honestidad, sino participando activamente en política.

Está participación activa de parte de la mayoría de la población peruana es lo único que podría efectivizar una democracia plena y no la patética pantomima realmente existente y está exigencia de nuestra época solo puede lograrse fundando nuevos partidos políticos contundentes y briosos con suficiente bagaje intelectual para discernir las posibilidades de desarrollo y las respuestas respecto de los innumerables equívocos que ha sostenido el Perú a lo largo de la historia y, sobre todo, con la agudeza y el criterio para no cegarse por cuestiones ideológicas inviables y, además, indeseadas.

Entre la sabiduría y la fuerza del carácter debe haber flexibilidad para enfrentar la realidad y para saber conducir a un país entero al orden y el desarrollo de la mayor parte de la población y no solo de una minoría a la que no le importan sino sus propias inversiones (la derecha típica) o sus propios vengativos sueños de humo psicotrópico o bélico (la izquierda en general).

Otra opción sería entrar en los pocos partidos tradicionales que (aún) pueden ser rescatados, pero solo para renovar la sangre pútrida que ha corrompido sus móviles y fundamentos originales y así cubrir de lozanía a organismos severamente aquejados de todos los extremos a los que el vicio y la depravación ha condenado a la decrepitud y el exterminio. Esta última posibilidad es difícil, casi imposible, pero si existen jóvenes líderes que puedan forzar este viraje dentro de la tradición mafiosa en boga, el país solo podría recibir como un beneficio está concreta revolución del orden establecido.

Este momento que puede y debe llevarnos a la interpretación más pesimista de la realidad política es, también, como toda jornada llena de peligros y obstáculos, el génesis de una posibilidad de superar la miseria realmente imperante, a través de una apuesta sustancial por la política, pero no la prostituida y mercantilizada de este momento, sino una actividad elevada a una condición superior de representación, de determinación y de ejercicio del poder. Si todo esto falla, solo habría una tremenda claudicación y la complacencia con cualquier tipo de régimen abusivo que se entronice en Palacio de Gobierno sin miramientos de ningún tipo.

P.S.

Todo lo expuesto no niega que la derecha típica siempre ha obrado en el país más como una fuerza de choque de un ejército extranjero que como una élite dirigente y diligente y eso no se ha alterado en doscientos años salvó por muy pocas tendencias como las dirigidas por Bedoya en sus primeros años, etc. Toda la verdad ha de ser expuesta por completo si vamos a cambiar este país y así lo hacemos.

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