I.
La literatura puede provenir de las peores acepciones del ser humano que se pueda tener, pero dependerá de la calidad del autor superar los orígenes que puedan tener sus obras, aun los más espurios o abyectos.
Así, el chisme y los ajustes de cuentas no tienen porqué indignar a ningún lector en tanto el artista pueda superar su propia bajeza personal en la propuesta estética que ofrece al público.
Por eso no sorprende que individuos totalmente detestables en lo personal, sean capaces de escribir con maestría y, en este sentido, una vasta caterva de canallas nos han ofrecido multitud de obras imperecederas. Villon, Pound, Celine, Hansum, Miller, Bukowski constituyen una sólida demostración de que he expuesto, Los más notables ayayeros de los regímenes totalitarios de izquierda en el siglo XX constituyen otro bloque de la misma condición de escoria, que, sin embargo, no afecta la dimensión estética de sus obras.
Ya, en lo específico, recordemos que Dante hizo tremendos ajustes de cuentas en su Comedia (está fuera de toda duda que fue y es el más grande escritor de los últimos dos milenios…). Son testigos y pruebas de todos ellos varios Papas, como puede observar cualquier atento lector del vasto memorial cartográfico que hizo el abismal florentino.
En un plano más relajado, Chaucer (interpretado por Paul Bettany en Corazón de Caballero, originalmente, A Knight’s Tale) expuso que se vengaría de sus acreedores (rapaces agentes de la ludopatía y la usura) haciéndolos padecer en su literatura futura, mucho más de lo que ellos le habían propinado en golpes y humillaciones en vida y eso tiene toda la lógica del mundo, puesto que en el acto de la escritura el poeta es el dueño y el rey de la realidad, siempre y cuando logre imponer a sus palabras el grado de persuasión necesario para que la gente renuncie a lo concreto o lo ya sabido y prefiera su irrealidad (y lo desconocido) aun a conciencia de una incidental contradicción entre ambos términos.
Los ejemplos subsecuentes podrían hacerse innumerables, en el orden de lo propuesto en los párrafos anteriores, y, así, la literatura vista como un acto de venganza no estaría tan desencaminada. Incluso, podría hablarse de una venganza contra el mundo entero en los casos más extremos, pero eso debe abordarse en otro momento.
II.
Volvamos a la novela en cuestión y siendo que ya abordamos el primer elemento de las reflexiones que ella ha propiciado, es decir, lo que correspondía a la literatura como ajuste de cuentas, pasemos al siguiente punto, el uso de la chismografía.
Así las cosas, los chismes no tienen porque desdeñarse a primera vista, sino que debemos ver qué es lo que se hace con ellos y agreguemos que no solo los chismes (es decir las develaciones e indiscreciones de terceros) sino la propia autoexhibición de los escritores más autobiográficos han propiciado no pocos momentos de altura en la historia de la literatura. Vargas Llosa es una excelente prueba de esto último en obras como La Tía Julia y el Escribidor (a propósito, como un sano ejercicio de contrastación, no olviden descargar, en pdf o epub, el apreciable documento testimonial de Julia Urquidi, Lo Que No Dijo Varguitas). Pero, en el caso de Bayly, no se llega nunca a un rango siquiera comparable con el del maestro y ese detalle quizás sea lo que ha dado pie a la ligera exhibición de miserias personales que integran la casi totalidad de Los Genios.
En una propuesta que propone todo tipo de confesiones y divagaciones mínimas respecto de la vida de su autor hay muy poco que hallar salvo que este individuo sea extraordinario y ese no es el caso del autor de La Noche Es Virgen. Si bien en la novela en cuestión ha intentado (acaso por primera vez) rebasar la solipsista recreación de su propia vida, Bayly, en el curso de su narrativa entera, nunca ha superado la dosis de inmunda confrontación de sus seres cercanos ni la rotunda exhibición pseudotransgresora de ventilar sus asuntos más privados con desparpajo y cinismo.
Lo interesante en Los Genios es que la fórmula que siempre aplica consigo mismo (es ya un método propio de composición), ahora, es propuesta crudamente respecto de Vargas Llosa y muy superficialmente en razón de García Márquez, a quien siempre hace salir muy bien parado, incluso con un sentido político mucho más práctico y sagaz que el del afiebrado arequipeño terquísimo (véase el incidente del poeta Padilla y la relación de GGM con Fidel Castro).
En todo caso, el marco de intrigas y extravagancias que ofrece Bayly más propio de una reunión de gente bien intoxicada que de cualquier otra clase de gente, se mantiene en orden y allí, pese al ridículo en ciernes, radica lo más resaltante del estilo baylyano, un agudo sentido de la vejación y el raje, la ridiculización superflua de sus enemigos (véase, por ejemplo, la mutilación de Álvaro, las hemorroides de Mario y todos los hechos subyacentes a estos dos incidentes, etc.).
III.
Entonces en la nota del susurro y el cotillón, podemos decir que Los Genios empieza con un esclarecimiento falaz que es todo lo contrario, es decir, el origen mismo de la intriga, porque el golpe artero de Vargas Llosa se debió a lo que García Márquez le hizo a su mujer…. Y allí, para todos, incluso para los que ya sabían todo acerca de este hecho (como es nuestro caso), aparece una hipótesis sugerente si hubiera sido desenmascaradora y abiertamente transgresora, pero, el apocamiento hizo que el narrador expusiera, luego, que Patricia mintió y calumnió a García Márquez respecto de un acto sexual que nunca se dio y que solo fue comentado para atormentar al macho hispánico que era el autor de La Casa Verde en aquellas épocas (algo que es bien costoso de imaginar, pese al período en el que incluso usó bigote, siendo que toda la vida se ha expresado como un adepto del manierismo conductual y si ese es el matón que Bayly presupone y al que quiere exhibir, el machismo siempre ha de haber estado perdido en este país).
IV.
En todo caso, no todo debe ser tan grave y por ello enumeraré algunos pasajes en los que se asienta lo mejor del libro, además, de sus diálogos y, sobre todo, las anécdotas que hacen entretenida a la lectura sin que ello importe una concatenación absoluta con la realidad.
A propósito de este tema, hay algunos lectores preocupados por las inexactitudes de la novela. En general, a una novela no se le debe exigir una representación exacta de la realidad y eso atañe a fechas, localidades y personajes. Esto es así porque la novela establece un mundo propio en el que solo importa la concreción de lo propuesto por el autor y si hay errores históricos o de cualquier otro tipo en razón de la realidad, en tanto que la narración sea suficientemente persuasiva, la lista de errores que tenga no deben importar en lo más mínimo.
Por ejemplo, hay un momento en el que García Márquez pasa al lado de Faulkner en el bar del hotel Peabody en Memphis y le dice «Adiós, Maestro» y este colosal escritor (poseedor de las más profundas dimensiones del oficio en su saga de Yoknapatawpha County) le responde, «Adiós, amigo». Esta es, desde luego, una tremenda falsedad y es imposible que Bayly no haya leído el artículo Mi Hemingway Personal en el que el colombiano cuenta la única vez en que vio al capo escritor y apasionado aventurero de Oak Park en el boulevard Saint Michel en la «lluviosa primavera de 1957». Esto quiere decir que la anécdota entre Gabo y su maestro fue al revés de lo que cuenta Bayly, pero eso, puede entenderse como un acierto en tanto que es más inmediato comparar al colombiano con el sudestadounidense antes que con el yanqui, pese a que en el mismo artículo en cuestión, GGM expone que sus dos más grandes maestros fueron, precisamente, «los dos novelistas norteamericanos que parecían tener menos cosas en común. Había leído todo lo que ellos habían publicado hasta entonces, pero no como lecturas complementarias, sino todo lo contrario: como dos formas distintas y casi excluyentes de concebir la literatura». Aquí, existe una tergiversación feliz aunque efímera y una exhibición de intuición o sapiencia literaria, a contracorriente de la inexactitud histórica.
V.
Hay varias anécdotas esperpénticas que solo por sí mismas constituyen una exhibición del carácter literario de Bayly. Por ejemplo, hizo un terrible lavado de cara a Neruda respecto de la infortunada Malva, atribuyendo a la desafortunada madre de la aún más desafortunada niña una tropelía de mentiras y desacreditaciones protocancelatorias y difamatorias que, en la perspectiva de la novela se realizaron solo por el despecho o el odio de la mujer abandonada por el poeta y no por la propia natural bajeza del laureado estalinista. Todo eso es falso totalmente, pero, por lo menos, se metió en la piel del personaje y resultó efectivo sobre todo en la breve añoranza en la que dice a Mercedes (la mujer de GGM), «Si Malva Marina hubiese nacido sana, ahora tendría casi tu edad, … era sólo dos años menor que tú».
Luego, está lo del entierro de la pierna de Velasco y el retrato que hace de Ribeyro, pero ya son cosas menores. Incluso el retrato de Jorge Edwards es meramente anecdótico, superfluo (no olvidemos que la gran característica de la obra entera de Bayly es, precisamente, la superfluidad).
VI.
El resto de invenciones, siempre anecdóticas, rozan el escarnio ligero y la ridiculez bufa en cada momento. Por ejemplo, hay una escena en la que Susana Diez Canseco le sopla el culo recién operado de hemorroides al Nobel por el ardor que le causó el agua del mar de Calafell. Una escena realmente adefesiera, un ridículo ajuste de cuentas, aunque no exenta de cierta grotesca gracia.
El conocimiento de los García Márquez con Joaquín Sabina en el exilio y la cita de la apreciable canción Autorretrato de la etapa londinense del cantautor ubetense es otro de los pasajes anecdóticos más apreciables. También, la descripción brevísima de la pobreza de Gabo y el aborto de Tachía, y, como contraparte de esas desgracias, las juergas en el local de moda de la intelectualidad hispanoamericana en la Barcelona setentera, el Bocaccio, una suerte de Studio 54 catalán.
Sin embargo, Bayly fiel a su espíritu de «visagista» antiguo, exhibe con malicia y no poca gracia, caprichosos agravios contra Álvaro Vargas Llosa (individuo sin ninguna simpatía ni mérito propio, dicho sea de paso) haciendo de él un niño sexualmente precoz y desfachatado (véase el episodio en casa de Clementina Bryce). En este punto, existe una concreta exposición de bajezas de parte del personaje agraviado y del autor agresor, veneno bien servido y risueñamente expuesto en la mutilación genital que sufre el muchacho de la narración y en la condición de la revista pornográfica que Estaban Igartúa Bryce guarda debajo de la cama de sus padres, luego del retorcido guiño a la miseria de Los Cachorros, ¿acaso era propiedad de Paco Igartúa o de Clementina Bryce? Infamia sobre más infamia, la revista era de puros hombres desnudos erectos por lo que la repentina erección que sufre Alvarito luego de ver la revista, pese a que intenta violentar a la pequeña hija de Igartúa, no es sino otra expurgación del closet de un ex amigo de Bayly, algo que, por otro lado, ha caracterizado su narrativa desde la primera muestra, esto es, desde No Se Lo Digas A Nadie que insinuó sus supuestos amoríos con Diego Bertie (que finalmente aceptó, dolidamente, la certidumbre de aquella develación forzada, poco antes de su deceso ) o Francesco Manassero (incidente negado totalmente por el futbolista).
Realmente, antes de incidir en la pormenorización de cada miseria contenida en la novela en cuestión, expongamos, para cerrar esta parte, que fue muy conmovedor todo lo que corresponde al aborto de Tachía, acaso las páginas mas sensibles de la obra de Bayly.
VII.
Por otro lado, desde el orden de la realidad o la historia, hay muchas cosas que analizar sobre el artero ataque de Vargas Llosa (que nadie puntualiza nunca) y la verdad no es necesario escribir una novela para esclarecer que el hombre ha tenido una tendencia enorme a ser un «hijo de puta» como puntualizó, con gran precisión, Hernando de Soto, en su momento, es decir, el 25 de Abril de 1993 en Panorama ante la estupefacta figura de Dennis Vargas Marín.
De hecho, nadie ha acusado la bajeza del golpe, hasta la fecha, seguramente por respeto a Vargas Llosa, al que, sin embargo, se le enrostran hasta las más mínimas de sus minucias políticas.
Veamos:
Vargas Llosa le clavó un puñetazo del modo más artero a García Márquez, acción ridícula y cobarde que nunca se enrostra al autor de tal villanía. Punto. Tal cosa, en realidad, no tuvo nunca ninguna importancia y atribuirle dicha relevancia es asunto de necios e insensatos (Bayly como síntesis de esos dos polos le dedicó una novela entera), pero, si fue una exhibición de engreimiento y falta de hombría a contracorriente de lo que debe haber pensado el liso agresor que no tuvo la entereza de llevar a un aparte al ex amigo para pedirle explicaciones y acto seguido, y teniendo advertido al objeto de su furia, recién proceder a descargar su rabia y ver qué pasa, pues no parece que Gabo haya sido tan manco como para dejar que el otro le diera una paliza. Pero, todo eso no pasó y el sorpresivo golpe que lanzó Vargas Llosa es casi lo mismo que si le hubiera pegado por la espalda.
Son cosas básicas, pero no sirve dejarlas pasar. Además, volviendo a la novela, todo se ha sabido desde entonces y, así, Los Genios no aporta nada al tema sino que se sirve de él solo para llamar la atención y vaya si lo ha logrado, aunque, en el fondo, es una minucia puesto que observar que Vargas Llosa toda la vida se ha comportado como un «hijo de puta», es decir, desde hace mucho antes de la mención que hizo Hernando de Soto, es algo realmente sobrante.
VIII.
En tanto que en otros países se busca la creación de grandes obras, aquí como un remedo de la propia realidad nacional patética en lo político y todo lo demás hay que tolerar que se publiquen decenas de libros sin importancia alguna y. desde luego, cada mamotreto dispuesto en una librería obtiene las necesarias alabanzas falaces de los amigos del autor, el editor o el padrino de cada uno según corresponda o de ambos en el peor de los casos. Eso es solo calamidad y desastre, un encumbramiento desenfrenado de la mentira. Acaso haya que ser tan inocentes y cabales como el niño que expuso la desnuda ridiculez del emperador del famoso cuento de Andersen y no los cínicos espectadores silentes o desdeñosos o cómplices de este basura denominado la escena literaria peruano actual que pareciera estar cubierta de prodigios cuando, en verdad, es solo una colonia de leprosos que cubren sus pieles corroídas con jirones de las críticas favorables y ciegas de los medios tradicionales y la edulcorada lamedura de los medios alternativos. Veamos, en ese sentido, porque en lugar de proponer la gran novela peruana (del modo en que los estadounidenses han perseguido durante todo el siglo pasado la dación de la gran novela «americana», imperialistas hasta en el uso del lenguaje y la apropiación de este adjetivo que no les corresponde), es decir de una propuesta que integre al país y lo exalte aún en sus defectos y ruinas y en los escasos elementos de grandeza oculta que aún quedan en ciertos recodos donde yace la salvación, o que, en todo caso, muestre que los creadores peruanos están a la altura de los más grandes creadores del orbe, lo que se impone como una moda son libracos dedicados a minucias y delicadeces o a reportajes camuflados en la piel infértil de la pseudoliteratura más adulterada de la época.
Los Genios de Jaime Bayly, en este orden de cosas, sólo agrega la chismografía más baja, puesta como punto final a la endeble narrativa peruana, totalmente deplorable, del momento.
IX.
Se puede aceptar que en todos los órdenes de las artes peruanas haya un severo retraso dada la ausencia de unas industrias culturales sólidas y un mercado amplio con posibilidades de internacionalización segura, mas eso no importa, ni puede importar, en la literatura, ya que esta siempre ha subsistido sin necesidad de recurrir al mercado, a tal punto que los más grandes escritores de la historia han podido hacer lo suyo, solo con papel y lápiz, ambición, furia y poesía, incluso presos o teniendo a Dios y al Diablo al lado suyo, lanzando sus más inefables palabras a sus oídos y todo el resto de la maravilla que expuso Arlt en el prólogo de Los Lanzallamas.
En este sentido, los artistas de la palabra se las han ingeniado para no depender de nada más que sus propias palabras para construir sus propuestas, así que no existe ninguna justificación respecto de la proliferación de débiles letraheridos en el escenario nacional, excepto la alcahuetería de todo tipo de editoriales, desde las pocas que son, más o menos, serias hasta la pluralidad de imprentas que se hacen pasar por algo más que no pueden ser ni por casualidad y ni se diga de la crítica totalmente ausente que nunca expone lo que cualquier lector con criterio advierte a primera vista ante la ruma de mamotretos en exhibición perenne en el país.
X.
Bayly, pese a todo, demuestra, en Los Genios, su condición de escritor y esto es algo que debo apuntar pues, es un escritor (y esto es cada vez más raro en el medio «literario»), es decir, alguien que ama y conoce a la literatura aunque, lamentablemente, no pone todo su capital en la apuesta que implica la práctica y el ejercicio ideal de una novela (eso lo distancia de la vastedad de escribientes que se fingen artistas y a los que nadie desenmascara como corresponde al talante promedio del ciudadano peruano, aunque no alcance para no identificarlo como un escritor decididamente menor).
Bayly ha ofrecido, en Los Genios, una novela de tan baja calidad que hace reposar sus méritos solo en lo anecdótico y el morbo y no exhibe ningún tipo de profundidad y todo esto pese a a su encanto narrativo eventual hace que la muestra deba ser considerada deficiente.
Además, al haber concretado esta farsa con no poca malicia y sentido enteramente comercial, le ha hecho el juego a la multitud de mediocres que creen poder publicar cualquier relato pseudoliterario y ponerle el rótulo de novela (aun cuando no tengan, ni siquiera gracia expresiva ni la condición de escritores) y mantenerse impunes pese al daño que provocan en los lectores.