Vivimos el boom de la publicación de nuevas voces femeninas. Ya son frecuentes las menciones en antologías de nombres como los de Katya Adaui, Jennifer Thorndike o María José Caro, pero como que esos nombres pertenecen a una generación o que ya pasó o esta pasando (hace tiempo que esperamos sus novedades sentados). Y es que nuevos nombres vienen emergiendo en la literatura en Perú. Aquí un breve repaso de las que hace un tiempo vienen empezando con prometedoras propuestas a ser la voz de la década de los nuevos años 20.
Miluska Benavides (Lima, 1986), es narradora y viene publicando desde 2015, además ha traducido Una temporada en el Infierno de Arthur Rimbaud. Conocida hasta hace poco en círculos más especializados, su nombre saltó a la fama literaria al ser uno de los 25 autores revelación en lengua española de la revista inglesa GRANTA en 2021 (cuyo jurado estuvo dirigido por el mismísimo Castellanos Moya). Su estilo entre esteticista y poético apuesta a una forma de narrar alejada de los cánones imperantes en las recetas de talleres de narrativa, tal vez por su apuesta a un lenguaje más próximo a lo lírico sin caer en meros adornos. En sus propias palabras “la poesía es una manera distinta de pensar” y sus relatos no son como aquellos otros relatos a los que hasta hace poco estábamos acostumbrados cual “guarismos de color negro en el calendario colgado en la refrigeradora, y así sucesivamente, hasta el final”. Lo suyo es un futuro que pavimenta el presente.
Viviana Gálvez (Lima, 1987), es una narradora que se estrenó en 2018 con El amor viene en un estuche de 6×6, una colección de relatos entre humorístico, satírico, erótico, romántico y carvertiano. En apenas algo más de una docena de relatos explora los deseos, molestias, frustraciones y desencanto de la mujer urbana moderna en tiempos de liberación, poliamor y Tinder. De un estilo narrativo fresco-entretenido, la autora se mueve de la exploración social de la mujer en el amor y la sexualidad en la gran ciudad, a un humor a veces chocante que refleja la seriedad de unas circunstancias, la intimidad de la cama de un hostal o los sentimientos post coito, a veces (no, casi siempre) ignoradas por la contraparte masculina. Difícil como hombre saber si nos reímos con ella o somos el eco de ella riéndose de nosotros.
Su libro es un perfecto instructivo para hombres en busca de algo entre el sexo y el amor. Actualmente trabaja en su primera novela.
Kukka Ahokas (Vantaa, Finlandia, 1987), es una periodista de aventura y cronista de las excentricidades latinoamericanas desde hace algunos años. Ha sido corresponsal en Bolivia, Ecuador y actualmente en Perú. Durante algunos años se dedicó a ser una ghostwriter pero hace poco salió a la luz un extraño relato: Una mancha de kétchup en la chaqueta (Hastío, 2020), el cual fue escrito originalmente en español, dónde a través de una narración entre realismo sucio y existencialismo nórdico explora la miseria del país líder en el ranking de felicidad global, Finlandia. En una especie de distopía a lo Black Mirror, Ahokas nos muestra una sociedad deshumanizada donde los ancianos mueren solos mientras se pudren durante meses antes de que los vecinos se molesten en llamar a la policía y recoger los despojos como quien recoge basura. Un país donde “ninguno dice nada. Se va como si nunca hubiese existido” y en el que existe la calefacción, los muebles de Ikea pero no Dios. Todo esto contado a través de diálogos y monólogos. El mayor acierto en su relato es que siendo finesa la observación la hace a través de dos inmigrantes peruanos como protagonistas. Sus relatos son profundos cómo las películas de Bergman pero divertidos como las de Woody Allen. Actualmente trabaja en una colección de relatos políticos.
Malena Newton (Lima, 1993), es uno de los secretos mejor guardados de la narrativa en Lima. Dedicada al oficio mercenario del periodismo como la mayoría de escritores (en realidad todos los escritores desde Hemingway), es una narradora extraña. Ya de por sí es extraño su caso, pues como algunas de las antologadas aquí, apenas y ha publicado algo. ¿Una contraseña es un nombre o una mentira? Es quizá lo único con lo que un lector conspicuo pueda tropezar en la web. Si uno escarba más puede que la encuentre en una antología de relatos y muy pronto Dios sepa qué. Lo cierto es que su escritura se atreve a más y pronto la veremos mucho más seguido de lo que creemos y eso es una buena noticia. Sin ánimos de figurar es una autora con vocación de Sniper, cuyo estilo narrativo recuerda a Flannery O’connor con un toque de una película de Cronenberg. Hábil en el manejo de referentes de la cultura pop, y de un humor comparable a lo mejor de la Schweblin (cuando Schweblin era Schweblin y no parecía una serie de Netflix), sus pinceladas ofrecen la oportunidad de explorar lo más frágil de las relaciones humanas y cómo al (d)escribir pareciera pulverizar la rosa con una sola mirada.
Camila Varela (Lima, 1990), es poeta y por ende una irresponsable. Sin timón y en el delirio ha sido casi un milagro ver ya poemas suyos publicados en dos antologías (Hastío dirigida por Kareen Spano y Poesía joven ultimísima compilado por Karina Medina), esto porque Camila habita poéticamente la vida cual personaje de una novela de Bolaño. Fumadora de Pall Mall azul es una escritora capaz y decidida pero como el inmortal Ulises Lima una desordenada fatal. A veces se la veía en recitales de poesía entonando con timidez unos poemas preciosos como nácar que se le traspapelaban, los cuales se temió perderse para siempre. Felizmente y con algo más de cabeza fría ha comenzado a soltar los primeros balazos de una poesía que habla de amor, de ir a misa, de granos en la piel, amigas imaginarias de infancia que plagan de recuerdos la madurez, haciendo pensar a uno qué es la memoria. Su poesía es lo más tierna que puede ser una herida abierta que susurra. La belleza de una flor que se marchitara antes de brotar. Sin dudas, y a pesar de sí misma, es la poeta con más futuro si sobrevive a sí misma y de una vez se desahueva. Porque la historia de la literatura esta llena de María Emilias Cornejos y Pizarniks, y francamente aburre esos finales corrientes. Hay otros finales, los peores de todos, desistir de escribir ¡Pecado mortal! Y luego están los caminos del escritor de verdad.
Esperamos que la poeta este a la altura de su poesía, porque como lectores esperamos leer más de una autora que las suelta a cuentagotas a una piscina rebosante de ansia. Porque como Camila “me gusta mirarme al espejo cuando lloro./ Me gustan las patas de gallo con las que nací/ porque me divierto barato”.
Pilar Fonseca Masías (Lima, 1983), periodista cultural, comunicadora y crítica de arte apareció en el radar narrativo a partir de la consabida antología de Hastío, 2020. La primera vez que uno la lee no puede saber precisamente qué es lo que ha leído. Su relato La mosca atrapada, es un juego de estilo que mezcla la poesía, el monólogo interior y el guion de cine en apenas una docena de páginas. Todo esto a su vez que se arriesga a una narración que no teme no solo no ser rápida (urgencia clásica de los talleres de narrativa dictadas por lo general por periodistas), sino forzar al lector a detenerse mientras reflexiona una manera distinta de sentir las palabras. Este ejercicio entre estético y filosófico es un logro de por sí inusual en la narrativa de los últimos veinte años, la cual coloca a la autora, cuando menos en este primer relato publicado, en una posición de vanguardia que a su vez bebe de la evidente influencia de Vallejo y Reynoso. “El esqueleto reposado en una silla sigue pesando aún en posición de descanso… Sensaciones sin vida”.