La música nace en la prehistoria con los sonidos de la lluvia, los ríos, los truenos y el apareamiento. Y posiblemente el ritmo haya salido de escuchar los latidos cardiacos o una tos convulsiva. Con el correr de los años, el hombre fue moldeando estas resonancias y le agregó primero los gutureos, luego la voz y el perfeccionamiento de los instrumentos primitivos. Se supone que todo esto empezó con los ritos y después fue una extensión del placer o el placer mismo.
Ideas más modernas como las de Theodor Adorno (Y Mariátegui) dicen que el músico es responsable de su tiempo: «En un mundo atroz el arte debe demoler el concepto de goce con el que tradicionalmente se le asociaba, legítimamente ya no puede producir placer ni deleitar». Entonces la música adquiere un aura social y es casi una aliada de la política. Algo así como lo que hicieron Pablo Milanés y Silvio Rodríguez en Cuba; Víctor Jara en Chile. O lo que hizo Vladimir Maiakovski en la Revolución rusa poniendo su poesía al servicio de la causa política y reivindicativa.
Al otro lado del tablero, y ya hablando sobre la técnica o el virtuosismo, siempre me ha parecido que hay gente que nace con una cualidad física especial para la música. No es una norma, pero se acerca. Chequeen la mano de Paganini que cuando tocaba parecía que estuviera con dos violines. El pianista ruso Rashmaninov con esos dedos gigantescos y demenciales; igual la mano de Yngwie malmsteen que puede abarcar dos o tres veces más trastes que cualquier ser normal. O la boca, los cachetes para ser más exactos, de Lois Arsmtrong, John Coltrane o Charlie Parker (el Johnny Cárter de Julio Cortázar). Y eso es más claro en las vocales y solo pondré un ejemplo: Yma Súmac y su alcance de cinco octavas sin ningún esfuerzo, algo inaudito. Pero ante todo eso, digamos, ante una no técnica (los que no estudiamos música como Pavarotti o Stevie Ray Vaughan) y ante la ausencia de una característica o cualidad especial, lo único que queda es la pasión, la fuerza del que toca para el universo y sabiendo que ese universo es él mismo.
En estos tiempos de “modernidad” donde todo es autotune o IA, quizás la música evolucione a un tipo de silencio. Mientras tanto, seguiremos escuchando a Stockhausen y su “Cuarteto para cuerdas y helicópteros”.
(Columna publicada en Diario UNO)