Opinión

Una mirada a la película “Willaq Pirqa”, por Alejandro Carnero

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Es muy difícil no estar entusiasmado, y conmovido de entrada, con una película en runasimi totalmente ambientada en las zonas altoandinas, quizás las más representativas, al menos en el arquetipo, de la cultura quechua y andina. Cualquier peruano con dos dedos de frente, concordará, con José Carlos Mariátegui, en que “El pecado original del Perú es haberse formado sin el indio y contra el indio.” Por lo que esta película no deja de ser una pequeña revolución, siendo que está destinada al gran público de las grandes ciudades.

No hay duda que la película ha intentado aproximarse al grupo humano que retrata con cariño y benevolencia, lo cual se refleja en un tratamiento agradable de los escenarios culturales, sean imágenes, colores, espacios, como cantos, ceremonias y reuniones comunitarias. 

La obra no evade el tema de la violencia interna, evocado con una pincelada puntual pero potente, y asimismo el tema de las empleadas domésticas indígenas exportadas a las ciudades “lo mismo que esclavas”, como dice la canción “Cholo soy”, ese famoso mini-ensayo de interpretación de la realidad peruana. El martirio de la empleada doméstica en Lima, la suma de abusos a las que han sido sometidas por sistema desde tiempos tempranos de la colonia, es por su ancianidad, vigencia e intensidad, más brutal incluso que lo sucedido en la guerra interna.

Es un acierto del filme hacer de esto uno de los ejes narrativos.  La cuestión de la hermana de Sistu está como una espada de Damocles en toda la trama y la cierra de forma muy creativa, como con una puñalada. Brillante.

Dicho esto, las cosas no son simples y como dice el dicho el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Lamentablemente, Willaq Pirqa comete dos errores que una cinta con las intenciones que tiene ¡no podía cometer!: exótiza a los indígenas de altura a niveles prácticamente irreconocibles. La contextualización es discordante hasta la caricatura si hemos de conciliar las referencias de coyuntura histórica con la ignorancia absoluta que presentan los indígenas sobre tecnologías del mundo moderno, para empezar lo audiovisual.
La película parece pedirle al público “novelar” para quedarse con un perfil ideal o idealizado de la “pureza preindustrial” del humano altoandino y por extensión, andino. Este realismo abstraído era ya acusado por el hecho de que la historia sucede en los años finales de los 80s, pero en un clima de paz que solo podría caber unos diez años antes o después. Pero sobre todo corresponde con la premisa literaria del film, que es el descubrimiento de un niño del cine, minigenero del bildungsroman del que “Cinema Paradiso”, la famosa película italiana, es el arquetipo.

Pero lo que puede ser graciosito y primoroso en Sistu es prácticamente ofensivo cuando la comunidad entera, en reuniones comunales se deja llevar por la magia del cine y se junta a discutir sobre las acciones de Drácula en las chacras (y varios enredos por el estilo). Estamos en pleno mito del buen salvaje. En esteroides. Si bien muchos señoras y señores limeños ríen y celebran a indios tan inocentemente bonitos, no se ve cómo esta película no puede reafirmar la premisa que está a la base de nuestra gran tragedia, hoy más encendida que nunca: pensar que el indio es un menor de edad. 

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