Opinión

Una locura épica llamada Fitzcarraldo

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Por Raúl Villavicencio

Una de las películas más difíciles de dirigir en toda la historia del cine es, sin lugar a dudas, Fitzcarraldo (1982), del director alemán Werner Herzog, pues se filmó completamente en la agreste selva peruana, teniendo que sortear una serie de accidentes, problemas técnicos, abandono de actores, ataques de desconfiados nativos, enfermedades, así como luchar diariamente contra la propia naturaleza inhóspita y poco receptiva para los foráneos de piel blanca. Su realización no podía estar más acorde con la historia que se quería contar, la del magnate ancashino Carlos Fermín Fitzcarrald López, pero esa es otra historia.

Dejando de lado todas las vicisitudes antes mencionadas, la película protagonizada nada menos que por las súper estrellas del momento Klaus Kinski (demencial y riguroso en su método actoral) o la despampanante actriz italiana Claudia Cardinale, tuvo durante su rodaje uno de sus momentos más álgidos, el cual consistía en subir a pulso un barco a escala real por una colina de aproximadamente quinientos metros de altura, en medio de la siempre inclemente selva peruana.

Para la realización de tan surrealista escena se necesitaron más de mil nativos piros y campas, así como de otros cien caucheros para jalar, apoyados en un complejo sistema de poleas, el imponente armatoste de madera de más de 300 toneladas sobre troncos de cedro que hacían de rodaje para su deslizamiento. Fue decisión expresa de Herzog que no se emplearan maquetas o imágenes trucadas para la realización de semejante hazaña humana.

Para complicar aún más la situación, días atrás empezó una torrencial lluvia la cual demoró cerca de dos meses las grabaciones, forzando a que los extras y actores tengan que convivir en unas pequeñas viviendas construidas cerca al set de filmación. La tensión se sentía en todo el ambiente ya que muchos de los nativos que hacían de extras habían dejado desde hace varios meses a sus esposas e hijos, ocasionando constantes riñas y peleas con el personal de grabación. Aunque parezca inverosímil, la solución a todas esas disputas la ofrecieron unos curas misioneros, sugiriéndole a Herzog que contrate a prostitutas de la zona.

Sin ese grado de locura y perseverancia del director alemán, similar a la propia vida de Fitzcarraldo, el mundo nunca podría haber visto esa película de culto.

(Columna publicada en Diario UNO)

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