Política

Una infinidad de leyes, pero solo unos cuantos la respetan

El Perú cuenta con un cuerpo normativo extenso, pero en la realidad la gran mayoría las ve como un ‘saludo a la bandera’.

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Uno sale a la calle y toma su bus con dirección a su trabajo o estudio. Puede subirse en cualquier lado, ya sea a mitad de la pista, obstaculizando el tránsito, o en cualquier otro lado que le plazca al chofer. Se sube a un vehículo destartalado y con un rosario de papeletas. Todos se preguntan ¿cómo así puede circular?, si ni siquiera cuenta con placa o las luces completas.

La cúster pasa a toda velocidad esquivando los demás automóviles, mientras que el cobrador se cuelga de la puerta. Afuera, una policía de tránsito lo deja pasar para evitarse la molestia de intervenirlo. Aquí no pasó nada a pesar de que existe una multa equivalente a S/412 y la reducción de 20 puntos al récord del conductor.

Una madre de familia sale muy temprano al mercado, llevándose la basura de su casa consigo a la calle. Cruza la pista y la deja en la ciclovía que está en la avenida. Para ella eso está normalizado porque piensa que si todos los demás lo hacen, por qué ella no. Lo que ignora o prefiere ignorar es que cada municipalidad cuenta con ordenanzas que prohíben arrojar cualquier tipo de basura o residuos a la calle, a no ser que sea la hora en que pasa el camión recolector.

El padre ejemplar en su trabajo sale de su vivienda muy apurado para llegar a tiempo a una reunión importante. Cuadras más abajo es intervenido por un efectivo de tránsito que lo detiene por ir a excesiva velocidad; le ordena que se orille y le pide sus documentos. El mal conductor le pide para ‘arreglar’, a lo cual en un principio el policía no accede, pero luego reconsidera su postura y le pide un poco más. El apurado conductor desliza entre los papeles un billete de 50 soles y se va como si nada. Llega a su reunión adoptando una postura seria y solemne, exigiendo el respeto requerido de los presentes que no están al tanto de las argucias del sujeto.

Miles de peruanos acusan a los gobernantes de corruptos, pero ellos también son parte del problema. Foto: archivo El Comercio.

Un delincuente es arrestado por robo a mano armada en flagrancia. Muchos testigos lo ven y no cabe duda de que él es el culpable. El agraviado presenta la denuncia y espera con calma el proceso judicial, confiado en que lo verá dentro de poco en prisión, pero a las semanas el ladrón es puesto en libertad. ¿Qué pasó en el intermedio? Su abogado sostuvo una reunión con el juez de su caso a puertas cerradas. El resultado, como muchos en la vida real, es el mismo.

Una reconocida constructora quiere levantar un nuevo edificio, pero se da con la mala noticia de que la zona permite a lo mucho tres pisos. Para ello alistan a su bufete de abogados para iniciar las conversaciones con la municipalidad de turno. Reuniones por aquí, correos electrónicos por allá y en cuestión de semana se modifica la zonificación a pesar de la incomodidad de los residentes que ven cómo se eleva una torre de diez pisos frente a sus viviendas. Meses después el alcalde, acabada su gestión, se aleja por unos meses del ambiente político, pero con su patrimonio considerablemente incrementado. ¿Les es parecida esa historia?

Así uno puede continuar con los casos, pero la idea ya se entiende a la perfección. ¿De qué sirven tantas leyes si nadie las va a respetar? La respuesta en ningún sentido es que no vivamos en una sociedad carente de normas, sino que las mismas muchas veces resultan ineficaces o que son torcidas por personas corruptas. Entonces, ¿sacar más leyes o mejorar como personas? Me parece que la verdadera solución a este pandemonio que vive el Perú es empezar por uno mismo y no echarle la culpa cada cinco años a los gobernantes.

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