Un enorme falo entre collages y carteles es lo que representa al Perú en la Bienal de Venecia. La obra de Herbert Rodríguez ha generado una gran polémica y comentarios de todo calibre. ¿Arte o ensarte?
La participación de Perú en Venecia parece ser una broma de mal gusto, pero en realidad es un capricho trasnochado, un intento fallido por querer parecer rebelde y contestatario. La obra de Herbert Rodríguez jamás despertó la atención del público en el Perú, es decir, nunca sobresalió en el circuito nacional. Hoy, el artista se encuentra en el ojo de la tormenta porque la Bienal de Venecia ha desnudado su obra, una muestra absurda y mediocre que viene siendo sostenida por un argumento conceptual bajo la curaduría de Jorge Villacorta, crítico de arte conocido por ser un gran vendedor de sebo de culebra.
La muestra de Rodríguez se titula “La paz es una promesa corrosiva”, y para sostener esto han desarrollado argumentos plagados de lugares comunes que se escuchan desde hace cuarenta años. Según el curador, las obras del artista fueron creadas entre 1985 y 1990 para enfrentarse al grupo terrorista Sendero Luminoso. Otros defensores dicen que la obra critica el machismo y la corrupción de la clase política. Es decir, sus obras son una especie de Santo Grial para entender el país donde vivimos. Pero sabemos que para argumentar lo conceptual solo se necesita de una buena verborrea y un grupo de piezas de collages, fotomontajes y pinturas hechas en la movida underground. Eso lo condimentas con su dosis anarquista y su pizca de punk, y listo: decenas de incautos se lo creerán todo.
Pero, además, han aparecido atrevidos defensores que inflan el pecho y señalan que el pabellón de Perú viene siendo recomendado por el periódico de arte más importante del mundo, llamado The Art Newspaper. Claro, una especie de diario El Comercio —y su Premio Luces desacreditado— donde Jorge Villacorta tiene sus contactos y logra meter su cherry. Es decir: marketing generado a punta de contactos. Pero si de lobbies y contactos hablamos, cómo no recordar los millones de dólares que la Fundación Prince de Claus de Holanda le dio a Jorge Villacorta mediante la organización Alta Tecnología Andina (ATA), una supuesta organización cultural sin fines de lucro que fue fundada en 1995. Pero esa es otra historia.
El mismo artículo publicado en The Art Newspaper, Tom Seymour señala: “Esto no es arte plástica; esto es punk”. Le queremos decir al querido Tom, que esto más podría incluso ser arte, pero jamás punk. Porque la filosofía punk rechaza los dogmas y cuestiona lo establecido, es decir, si esto fuera punk, Herbert Rodríguez jamás estaría exponiendo en la Bienal, pero está ahí presente y feliz. En otras palabras, el espíritu punk murió por unos días en Venecia. Y de eso sabe más Luchino Visconti.
PichulArte o el pene de la discordia
Lo que más ha llamado la atención y ha desatado la polémica, es una de las piezas que se exhiben en Venecia. Se trata de un pene gigante relleno de fotografías tomadas de revistas pornográficas e imágenes de la violencia política que han sido recortadas y colocadas formando un mosaico.
¿Qué les están explicando a los europeos en los medios sobre estas obras? Acá una de las perlas más delirantes: “Una obra reutiliza el texto de un informe de Amnistía Internacional, que data de octubre de 1983, que detalla torturas, desapariciones y ejecuciones en la capital peruana. Rodríguez transforma el texto seco y técnico en una animada animación gráfica. La obra expuesta en Venecia responde a las realidades de la nueva democracia peruana, nacida de las cenizas de un gobierno dictatorial de 12 años. El título de la exposición, La paz es una promesa corrosiva, refleja el autoritarismo, el terrorismo y la violencia implacable que a menudo definieron los primeros intentos de democracia en Perú, cuando facciones en guerra luchaban por el poder y la supremacía”.
Es curioso que, en Europa, donde grandes artistas han representado la violencia -como Pablo Picasso con su “Guernica”, Goya con “Saturno devorando a su hijo” o Rubens con “Los desastres de la guerra”-, un par de medios de comunicación intenten convencer a los interesados de la Bienal de Venecia, que ahora un pene, la foto de Fujimori, Alan García o un cartel que dice “Papa Noel me llega al pincho” refleja el autoritarismo, terrorismo y toda la violencia que se vivió en el Perú. ¿Y dónde queda el arte? Al parecer, secuestrado por el curador y el artista o en alguna valija que se olvidaron en Perú.
Arte o ensarte
En las redes sociales se lee de todo sobre el pabellón de Perú en Venecia, pero son pocos los artistas que se han atrevido a cuestionar abiertamente lo que representa al Perú en tierras europeas. Pero sobre la obra de Herbert Rodríguez, el artista Lucho Rossell, conocido por meter el dedo en la llaga y por su ácido humor político, mencionó en su red social: “En este país la cultura dejó de ser un problema porque dejó de ser algo. Los baños sucios de Quilca llegaron a la Bienal de Venecia”.
Aquí la dura crítica de Rossell nos hace reflexionar y acotar algo más sobre ese espacio tan íntimo. En realidad, cualquier baño de Quilca contiene mayor fuerza visual y un mensaje más potente sobre el autoritarismo o la violencia vivida en el país, y esto por una sencilla razón: la originalidad de los baños de Quilca, producto natural de la rabia y la violencia vivida por más de cuatro décadas. Es decir, entre las paredes del baño, vómitos, orines y excremento, se encuentra mayor originalidad que en toda la obra que expone Herbert Rodríguez en la Bienal de Venecia.
¿Quién eligió la obra de Herbert Rodríguez para representar al Perú en Venecia?
El proyecto de Rodríguez fue elegido por el Patronato Cultural del Perú para representar al país en la Bienal de Venecia. El patronato esta conformado por Armando Andrade, Alfredo Barreda, Alberto Rebaza y José Orrego. De alguna forma, estos señores fueron los responsables de lo que ahora se presenta en Venecia. Pero hay que aclarar que el patronato fue convencido por el principal responsable, el señor Jorge Villacorta, curador de la muestra y, como lo dijimos líneas arriba, un experto vendedor de sebo de culebra.
Pero Villacorta no trabaja ni se mueve solo, tiene todo un séquito de aduladores, colaboradores y socios que lo siguen desde la fundación de ATA en 1995. Tema pendiente de una investigación es conocer cuánto cobran estos señores en los distintos ministerios donde están estratégicamente ubicados.
Ante las críticas, el comunicado del Ministerio de Cultura no se hizo esperar, el MINCUL se sacudió -como siempre- y señaló que el Patronato Cultural del Perú es una institución privada sin fines de lucro que se encarga de la organización y producción de la muestra en Venecia, y que además cuenta con el patrocinio de la Fundación Wiese y El Comercio.