Una caricia y castigo es la sexta novela de Goran Tocilovac. Natural de Belgrado y con el serbio como lengua materna, Goran terminó finalmente adoptando al español como principal soporte de su trabajo literario; consecuencia, tal vez, de su formación académica en una universidad peruana; hecho que, sin embargo, no se colige con los horizontes explorados y desarrollados en su más reciente obra (de las demás, sinceridad por delante, desconozco).
Una caricia y castigo se encuentra ambientada en un París sobreviviente a algún tipo de cataclismo ambiental que, de alguna forma, obligó al mundo entero a redefinir sus simientes políticas, económicas y éticas. Esta sociedad, empero, no obedecería a una especie de universo paralelo al nuestro, sino a una posibilidad de devenir futuro cuyas causas, si bien no se encuentran explicitadas, se entrevén como consecuencia de una serie de inundaciones provocadas, aparentemente, por el calentamiento global. Es en este contexto que nos encontramos con los protagonistas: Herman y Ona.
Herman, un anciano de casi setenta años de edad, vendría a ser algo así como el juez de una de las máximas instancias del nuevo poder judicial, cuyo método de castigo se encuentra definido por el azar y la posibilidad de rectificación: cinco delincuentes (da igual el delito que hayan cometido pues todos son considerados dela misma gravedad) son encerrados en una mansión bajo la supervisión de un juez durante veinticuatro horas, tras las cuales cuatro serán liberados y uno ejecutado; esto, a partir de la decisión que tome el juez.
Ona, en cambio, no será sino la esclava de origen amazónico de Herman; algo totalmente posible en el nuevo orden que, aunque condene la trata de personas, ha terminado por volverse permisivo con quienes, sin participar en la captura, adquieran algún esclavo. De tal forma, la relación entre los protagonistas partirá de la abyección de Ona a los mandatos de Herman, quien obsesionado con por la pintura verá en la piel de Ona el lienzo perfecto para plasmar su “arte”, sometiéndola a un constante y cruel proceso de pintado y borrado.
El nudo de la historia, sin embargo, girará alrededor del nuevo proyecto de administración de justicia que Herman elaborará y propondrá al Consejo (órgano supervisor de la administración justicia del nuevo sistema de democracia participativa) y que consiste en hacer que un esclavo, que es visto como un ser inocente a partir de se carencia de libertad, sea el encargado de tomar la última decisión sobre quién deberá ser el ajusticiado en cada una de las sesiones semanales de los órganos judiciales, haciendo de él y Ona los primeros pilotos en implementar y demostrar la efectividad del mismo.
Alejada, pues, de lo fantástico, Una caricia y castigo transita, más bien, por las dimensiones de la novela futurista y de ciencia ficción, dejando notar una correcta asimilación de las influencias de escritores como Orwell y Bradbury, conduciéndonos por horizontes que buscan conjugar la densidad de lo existencial con la tensión de lo policial, resultando en algunos momentos de un elevado nivel estético. En este sentido, la novela va convirtiéndose, página tras página, en una interesante propuesta que nos devela una serie de problemas de naturaleza espiritual y material latentes –sino vigentes- en nuestra sociedad actual: el cinismo, el desconocimiento de las dimensiones emotivas que rigen a los sujetos, la emergencia de un neoesclavismo, el desentendimiento social de los problemas que azotan al ser humano como especie, la sumisión del sujeto a los placeres artificiales que lo alejan de lo que lo define como tal, etc.
Por otro lado, si hay algo que observarle a la novela es el arranque excesivamente denso y pretencioso: 75 páginas demarcadas prácticamente por una sola escena en la que, además, prima el diálogo entre dos personajes, es algo demasiado arriesgado y que, por instantes, termina convirtiéndose en una verdadera hazaña para el lector, no por la excesiva carga reflexiva, sino por lo monótona que se vuelve la ejecución del relato.
Aún así, la historia socava adecuadamente no solo los problemas de la sociedad en su conjunto, sino también el de los individuos. En este sentido, cada prisionero residente en la “corte de justicia” no hace más que preocuparse por buscar su salvación, así esto implique el renunciar a lo poco auténticamente humano que conservan; todos excepto uno, el ciego, en una clara referencia al clásico tópico de nuestra tradición occidental en la que es el ciego, el privado de la capacidad de observar el mundo material, el que de alguna forma es capaz de ver lo trascendente. Personaje que encarnará no solo una posibilidad de retorno hacia la dimensión más humana de los sujetos, determinada por el instinto, sino que, como consecuencia de esto, será visto como el más inútil y menos indispensable en la nueva sociedad, razón por la cual terminará siendo el elegido para el sacrificio.
Una caricia y castigo se perfila, entonces, como la consolidación de una posible aventura literaria que apertura los resquicios de un género hasta ahora bastante rezagado en nuestro medio. Algo que podría configurar, como consecuencia, una importante exploración a partir de la adecuada asimilación del género a nuestro contexto, algo en alguna manera presente en la narrativa de Tocilovac.