Opinión

Un somero comentario sobre Revolución Caliente

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Escribe: J. Miguel Vargas Rosas

Está demás manifestar que Rodolfo Ybarra tiene una gran destreza en el uso del lenguaje y en la creación poética, por lo que su novela Revolución caliente (Arteidea, 2020) que sobrepasa las 500 páginas, posee una prosa-poética impecable y dinamismos lingüísticos. Dicha novela trata de reescribir la “auténtica” Historia del Perú, tal como lo señala el subtítulo —y lo hace con un tono controversial y a través de alegorías—, y de esbozar teorías revolucionarias aparentemente aplicadas a los años ochenta y a la modernidad, aunque en un 60% del  discurso narrativo se limita a verter reclamos y protestas contra el sistema imperante, tal como señala Marco Aurelio Denegri: «El texto de Ybarra es un texto de denuncia, de invectiva; son manifestaciones, digamos, propias de los repentes fundados de ira ya desde un punto diferente del discurso para alzar los ánimos en las plazas públicas». Por tal motivo, hablar sobre la novela de Ybarra es hablar también sobre política y cuestiones filosóficas.

    Pero vayamos por partes; centrémonos de momento en el asunto literario, pues como decíamos, la novela contiene una prosa-poética muy bien elaborada y dinamismos lingüísticos, entre los que sobresale la polifonía (lengua erudita, culta, coloquial y hasta “replana”), logrando construcciones muy estéticas, a veces con una dulzura popular y otras, embarradas de una pasión desenfrenada. Todo esto ambientado en una realidad “distópica” como el propio autor lo señaló en su momento y tal como se da a entender en la página 11 del texto.

    «Y si, por algún motivo, volvemos a preguntar qué es una distopía, seguro encontraremos que esa palabra exacta o definición sustanciosa no nos servirá para completar correctamente el crucigrama de aquel viejo periódico con el que ahora envolvemos cualquiera cosa o lo guardamos entre nuestro pecho y espalda para que nadie se atreva a echarlo a la basura o dejarlo a la voracidad de las polillas o de los gusanos, larvas o pupas. Y así, de esta forma y no de otra (¿habrá otra forma de decirlo?), ¿alguien se recordará de nosotros?»

     Esta distopía es lo que permite soñar, tanto al autor como a uno de los narradores y al lector, con un futuro esperanzador revestido de lenguaje poético, que es a su vez una característica ínsita en el autor, el cual puede elaborar construcciones semánticas versificadas incluso con una dicción vulgar en las que se aprecian el torrente arrasador de las emociones. Poético podría ser la siguiente descripción que abandona la prosa simple para ornamentarse de metáforas profundas y complejas: «Nacimos en la oscuridad, bajo los conteiners, en los sótanos de los desagües, junto a las alimañas, muy cerca del corazón paroxístico de esta ciudad» (p. 15); además, cuando la voz narradora habla objetivamente sobre la realidad social o el entorno en el que se mueven los personajes, su verbo no está exento de poesía; por otro lado, hay subcapítulos que poseen una prosa ensayística en la que los narradores intentan explayarse sobre distintos tópicos desde sus perspectivas y concepciones. De esta manera, el libro se enriquece aún más, sin caer en lo didáctico ni abandonar la crítica social y el naturalismo literario, tal como lo señala Gonzalo Portals en el texto de contraportada: «(…) y en todas ellas el afán didáctico no cunde, se esclerotiza, se ralentiza en unas formas y lenguas corrosivas que, en su (im)pertinencia, dinamitan cualquiera estímulo de superación y sepultan bajo lajas cruciformes cualquier antídoto contra la desesperanza». En cuanto a la estructura, la novela rompe con el fluido lineal del tiempo —descollando los años 80— y abunda la diversidad espacial, aunque en la mayoría del texto bien podemos ubicarnos en una Lima hostil y en zonas proliferadas por jóvenes pequeño burgueses, quienes son expuestos al lector mediante sus descripciones psicológicas que se plasman en formas directas e indirectas, ya que Revolución caliente se inclina más hacia la etopeya que a la prosopografía, como si el autor buscase radiografiar principalmente la psiquis de cada personaje y, desde esta óptica psicológica, reflejar el proceso que conduce al anarquismo a iniciar su propio movimiento revolucionario, creando así una realidad distópica. De ahí la inevitable influencia ejercida por la literatura dostoievskiana; algunos de sus personajes intentan justificar conductas libertinas bajo argumentos  nietzscheanos y hasta “revolucionarios” —Esta influencia se halla con mayor notoriedad en “Grabaciones en directo: Identikit de Harter”— y en otros subcapítulos va a emular el discurso filosófico de Nietzsche, porque,  claro está, en el libro subsiste un intento por la experimentación narrativa y logra licuar varios subgéneros que bien podrían ser leídos de manera aisladas, tal como señalase Miguel Ildefonso: «Todo ello le da un carácter de novela-ensayo-documento-manifiesto y más..».

   Resulta interesante y necesario destacar la otra historia que va entretejiendo la voz (o voces) narradora(s) sobre la plaga de ratas que infesta la gran urbe, porque emplea magistralmente la alegoría y la interpretación de esta, va a forjar en los lectores una dicotomía analítica: bien puede ser la representación descarnada de la realidad política que lastima, que corroe, que saquea, que hiere al pueblo peruano; bien puede ser —debido a que así lo describe en algunas partes— la representación del hombre antisistema o de la parte consciente del pueblo que es vilipendiada, excluida, arrojada a sobrevivir en la miseria y empieza a rebelarse contra los que intentan matarla.  Sobre la misma, Gonzalo Portals enfatiza lo siguiente, estableciendo un parangón con la novela de José B. Adolph: «A diferencia de Mañana las ratas, la novela de ciencia ficción de José B. Adolph, en la que el autor plantea la invención de una Lima futurista y distópica en la que el sujeto-rata, el excluido del (anti)sistema es un sobreviviente que termina por empinarse como el representante más acerado del cuestionamiento y la crítica contra las formas políticas de gobernar el mundo, Revolución caliente de Rodolfo Ybarra nos coloca ante una realidad oleaginosa, envilecida y decadente»

    Sin embargo, debemos hacer una observación que estamos seguros no restará en nada el mérito alcanzado por Revolución caliente en la literatura peruana, y es que en su intento de alardear conocimientos sobre otras materias y elaborar capítulos en los que al parecer tiene como único fin desvariar a través de palabras rebuscadas o demostrar la amplitud lexical del narrador, Ybarra decide ignorar —sus razones tendrá— uno de los postulados de Aristóteles esbozados en La poética (1798) sobre la extensión justa de los textos —fábulas, dice este— que creemos sigue vigente y debería ser tomado en cuenta: «(…)la duración que verosímil o necesariamente se requiere según la serie continua de aventuras, para que la fortuna se trueque de feliz en desgraciada, o de infeliz en dichosa, esa es la medida justa en la extensión de la fábula»; y desde una óptica muy personal, Revolución caliente tiene subcapítulos que resultan innecesarios en el camino hacia el final (final que, por cierto, impacta en la conciencia del lector), alargando el texto injustificadamente o por la soberbia que ya mencionamos líneas arriba, pese a que desde el inicio de la novela ya es notoria la vastedad de conocimiento plasmada en el texto.

    Revolución caliente no solo es un libro que versa sobre el “anarquismo” en el Perú, sino que contiene un espíritu anarquista, aunque renuncia al “dogmatismo” y llega al reconocimiento positivo de los aportes dados por los clásicos del marxismo en pro de una revolución social. Incluso me atrevería a señalar que se aprecian más las citas y políticas específicas hechas por Marx, Lenin y Mao que las de los propios ideólogos anarquistas entre los que sobresalen Bakunin y Proudhon, de los cuales se citan sus postulados generales —teniendo en cuenta que Anarquismo y Marxismo tienen una rivalidad que no se centra en asuntos superficiales o triviales, sino en políticas determinantes—. La Alcantarilla agrupa a jóvenes anarquistas en la Lima gris dentro del libro y son estos los que se van a mostrar “humanos”, transparentes, con traumas psicológicos, con sus sueños, sus extravagancias, sus errores, etc. Y lo que precisamente les hace humanos es que, bajo el liderazgo de Anarquímedes —misterioso e inubicable—, reconocerán y respetarán los intentos fallidos de ciertos movimientos revolucionarios, entre los que se incluyen a Los rojos y Los negros en los años 80; denominación que se le da en el texto a los dos grupos alzados en armas durante la guerra interna. Entonces, en Revolución caliente hay una visión poliédrica de los años convulsos 80 y 90, en la que aparecen personajes reales a quienes se les modificó ligeramente los nombres; mediante el realismo nos describe el círculo anarquista anquilosado en una rebeldía sin causa y enfangado en el libertinaje —Harter Jarjacha, Monik, Bb la caballo, etc. reunidos en La Alcantarilla, sobre los cuales pesa la constante contradicción individualismo-comunidad— y hay sueños cuando —aquí, como ya lo señalamos, es útil la distopía— se crean líderes anarquistas ficticios como Anarquímedes, sobre el cual también hallamos rasgos pequeñoburgueses en su concepción «revolucionaria», quien va a dotar de un ideario “revolucionario” a los anarquistas en el Perú; esta distopía tiene como fin supremo —según nuestro análisis— gritar a viva voz que el anarquismo va más allá de la simple “rebeldía sin causa”, del libertinaje o de las acciones impulsivas. Sueño es también el final abierto de la novela, en donde se habla del avance triunfal de una revolución anarquista y sobre el destino incierto de los personajes. La revolución anarquista no podría ser más que un sueño o una distopía, ya que si analizamos el derrotero anarquista desde el marxismo, Marx y Engels critican al anarquismo por estancar el estallido de la revolución social, por regocijarse en el individualismo pequeñoburgués —característica que puede apreciarse en todos los personajes que pertenecen a La Alcantarilla y en el propio Anarquímedes—, y critican también el mutualismo proudhoniano que los lleva a concluir que el anarquismo, debido a sus estudios poco concienzudos y científicos, brega indirectamente por mantener el modo de producción capitalista —Lenin arriba a la misma conclusión y enfatiza en su Socialismo y anarquismo: «El anarquismo es el individualismo burgués a la inversa» (O.E. p. 377) tras afirmar que más de 40 años después, el anarquismo no ha hecho nada más que elaborar frases generales contra la explotación y esto es quizá el motivo de por qué los personajes de Ybarra solo citan frases generales de los anarquistas—. Y aquel sueño de una revolución anarquista triunfante, encuentra su símil y a la vez su contrario en Tungsteno, la novela de César Vallejo, cuyo final abierto nos indica que la revolución socialista está por estallar.

    Por lo tanto, con y pese a todo lo dicho, el mérito de Revolución caliente no recae únicamente en la forma literaria, sino también en la intención magnánima de mostrar el mundo estancado del anarquismo en el Perú, haciendo un listado de grupos musicales de rock y metal, de canciones, drogas, etc. que nos ubica en el ambiente de los jóvenes marginales y clasemedieros y nos permite pernoctar en un círculo muy poco conocido —Sobre estos temas, claro que se habló ya en la literatura peruana y un ejemplo clave podría ser en Octubre no hay Milagros de Oswaldo Reynoso—; en escribir agriamente sobre la historia peruana (delinea una retahíla de imágenes que van desde la guerra civil incaica, pasando por la invasión española, la República, la guerra con Chile, hasta llegar  a sucesos contemporáneos, como el caso El frontón, etc.), esbozando constantes críticas contra el sistema capitalista en un tono vargasviliano, cuyo objetivo es mostrar al sistema como un aparato opresor que ve todo y a todos como una mercancía, y que todo acto dentro del sistema propugnado por los gobernantes, solo sirve para engrandecer las arcas individuales de los agentes “pretorianos”. Con esto, postula un anarquismo crítico (por no decir radical) y panfletario contra los enemigos del pueblo —a lo González Prada— y un anarquismo racional frente al socialismo científico o el marxismo, buscando hasta cierto punto confraternizar algunos lineamientos entre anarquismo y marxismo: dos posturas rivales y rivalizadas.

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