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«Un mundo para Julius», de Rossana Díaz Costa: Julius no se merecía esto

Lee la crítica de cine de la semana de Mario Castro Cobos.

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Las caricaturas de la novela de Bryce que yo recuerde funcionan porque te dicen que sí, que esta gente es de caricatura. Ese es el descubrimiento. No es que simplemente Bryce quiera que sea así, es que no tiene otro remedio que verlos y mostrarlos así. El humor y la ironía están ahí como un balón de oxígeno, casi como la única opción posible que permite soportar ese mundo. Esa fuerza es también el límite de su visión. La debilidad de Bryce es que no puede ir más allá.

En esta película reflexiones así no importan.

Bryce no puede, como, digamos, Proust, profundizar, o internarse en la selva de las descripciones ‘fenomenológicas’ hasta el punto de hacerlas verdaderas protagonistas, cambiando así el eje o centro de gravedad de la obra. Bryce no puede convertir por ejemplo el examen de una sensación en algo cualitativamente más importante que un personaje.

En Bryce la plena complejidad del pensamiento obtenido directamente del estímulo sensorial (esencial en Proust) no puede ocupar el espacio de una narración como la suya -con todo, tradicional-. Proust percibe y extrae mayores conexiones, mayores relaciones, una red entera, atraviesa largamente la caricatura. Expande la conciencia en direcciones nuevas. Su visión de percepciones y mentalidades individuales y sociales va más allá del campo de la ironía.

En esta película el tratamiento de las caricaturas es diferente a las, digamos, ‘opción Bryce’ y ‘opción Proust’; es por desgracia… de lo más simple. El lugar común es tomado como evidencia de la verdad. No existe ni un atisbo de voluntad de elaboración.

Si entendemos las caricaturas como una realidad en segundo grado, o si quieren, como una realidad degradada, una cierta sonrisa, una sonrisa inteligente (que no se deja enceguecer ni por la tristeza fácil ni por la ternura fácil), una sonrisa antidemagógica que no se someta a la blandura mental de los amplios públicos que necesitan más bien NO ser confirmados en sus prejuicios y descuidadas simplificaciones, generadas, además, por élites interesadas en las consabidas manipulaciones que redunden en su beneficio, es decir en el mantenimiento y profundización de sus privilegios; repito, una sonrisa inteligente conviene, necesariamente, de cara a ese mundo donde todo es de por sí (o tiende a ser, o es, en muy gran medida) fundamentalmente falso.

Se trata de desmontar dicho mundo al ponerlo en escena, no de suspirar por él. Lo hermoso (‘lo hermoso’) de ese mundo debería ser la confirmación cruel de su miseria, más que su inconvincente máscara.

La directora junto a algunos protagonistas de la película. Foto: El Comercio.

Pero al replicar las construcciones mentales vulgares e idiotas de los medios, propias de los más anodinos telefilmes o telelloronas, esta película no ayuda en lo absoluto a entendernos mejor en ningún sentido que sea constructivo (y no me vengan a decir ‘inocentemente’ que es ‘solo entretenimiento’) aunque acaso así se vendan más entradas.

Necesitamos un cine que en verdad explore y no un cine melodramático y de una pieza, colaboracionista del sistema.

¿La tarea del artista no era la de ser guía de la percepción en vez de portavoz del irreflexivo consenso emocional de las mayorías alienadas? En esta película las caricaturas se asumen ‘en serio’, como si no hubiera que hacer nada más con ellas; como si ellas fuesen verdades definitivas firmemente establecidas que solo deben ser transportadas tal cual (tal cual se malentendieron) del libro a la película, y ponerse en escena como estatuas más o menos animadas o desanimadas sobre un altamente dudoso pedestal de ‘cine de calidad’. ¿Por qué ser tan superficial? La nostalgia es inútil si no se transforma uno mismo al transformarla, más allá de la autocomplaccencia acrítica.

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