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Un infierno para Guillermo Gutiérrez

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Guillermo Gutiérrez camina por el infierno iluminado sin quemarse, se emborracha en cantinas de mala muerte. Orina en las esquinas repletas de basura y ratas carachosas. Vocifera contra los demonios que lo mantienen de pie y lo acompañan. Su paraíso fue una Kloaka, un esfínter que excretaba aguas servidas de poesía y música subterránea.

Un día un carro lo atropelló y lo dejó mal herido, pero Gutiérrez no olvidó nunca que es poeta y los poetas son inmortales. No mueren, solo se transforman o se transmutan en letras, en palabras sonoras que un carretillero irá pregonando por las calles prostibularias, esas calles cortadas con la chaveta del delincuente.

Alguna vez escribió textos contra el mundo: Ulkadi (1987) ahí vomitó una sanguaza verde: ¡Noche! ¡Noche! Anhelo, de sombra, / explosión noctámbula / y arriba al muelle de las putas. / Ni voltios ni luna / para marioneta en orgasmo, / pesadilla dinámica, / alturada agonía. Procesiones. / Hastío que lo merece / y el olor a quemado. Y La muerte de Raúl Romero (2007). donde muestra la podredumbre de un país caído en desgracia y cómo el pueblo arrastra de las tripas a los sátrapas, cómo les sacan los ojos a los opresores, cómo son empalados los felipillos y los señores burgueses agarrados a patadas y a palos y cortados en pedacitos con cuchillos de cocina. Y cómo Raúl Romero, un pobre diablo que apoyaba a un criminal, quiere mostrarnos la risa de hiena mientras es llevado al matadero.

Gutiérrez se ha levantado de su propia sombra y ahora nos entrega su Infierno Iluminado con luces de neón y velas misioneras, una especie de trofeo recogido de lo más hondo de su espíritu atormentado, ahí donde el lago de azufre aherroja el concolón de su propio ser, aderezado de amor, odio, rabia, lujuria, escupitajos, tragos de alcohol isopropílico y un ramillete de cuatro poemas radioactivos que hieren la mirada, que hacen hueco la mano que lo sostiene porque este payador herido muerde en cada verso, aunque la foto de la contraportada nos muestren a un indefenso señor de lentes con un perrito Hush Puppies o Beagle.

Y el setlist del Descensus at inferus es tal y como sigue:

Uno: Apocalipsis en Belleza, o sea la muerte en bandeja de plata, la muerte para vivir una vida de zombi: “denle / un ocaso / a los muertos / a la muerte / los muertos / los vivos. Porque en una realidad de oprobio y de terror pasteurizado da igual vivir o morir, da igual intentar el paraíso o caer en el peor de los abismos.

Dos: Dreamsville o la villa de los sueños donde “LA NOCHE DANZARÁ CON SUS 7 VELOS / LAS PUTAS CHUPARÁN PINGA CON PLACER / DUERME DUERME NIÑO. Y la imaginación reemplazará todo deseo de realidad o la realidad de bragueta nos entregará una panacea o soma y un polvo enamorado.

Tres: EL EVANGELIO DEL BUEN CABALLERO JESÚS o el musical antiJesucristo Superestar llamándonos a la eucaristía de la palabra, el evangelio que cuenta cómo así aparecimos en este cuento de hadas o de ogros llamado vida: “SALVE SALVE CANTAN LOS ÁNGELES PUES ÉL / ENFRENTÓ SU DEMONIO Y ENARBOLANDO / UNA WARAKA DE FUEGO LE HENDIÓ LA CABEZA / HASTA LOS DIENTES Y LE SACÓ EL HÍGADO PARA MIRARLO POR LA VENTANA A CONTRALUZ / COMIÓ SUS TESTÍCULOS Y LO HIZO UNO CON ÉL SOMETIÉNDOLO A ÉL // Y POR ESO EXISTE LA HUMANIDAD. O el viejo cuento de los que creen que al morir vivirán y que es necesario una vida de suplicios, un camino al Gólgota, para alcanzar algún premio post mortem y para eso hay que creer ciegamente en los que nos cuente cualquier profeta oligofrénico reventando en drogas.

Cuatro: EL SANTO EVANGELIO DE LA PUTA PUCACUNCA O LA REVELACIÓN FLAMÍGERA DE SIMONE LAHBIB, una especie de comedia o de sátira donde personajes extrapolados se mezclan en una historia de amor y aventura entre Jesucristo y Thopa Amaru y entre La Bastilla y este Perú de cartón piedra porque “no quiero perder esa imagen puesto que en este universo destinado a la no perduración solo la conciencia de mi mente guarda los recuerdo y si yo muero y desaparezco totalmente // entonces esa imagen ha de extinguirse”.

Y Guillermo Gutiérrez no se extingue ni se evapora ni se convierte en píxeles, solo habla como en estado catatónico con su calva rasurada con un pedazo de vidrio, sus ojos semidespiertos o semidormidos. Dice que hay que sacarle la madre al dictador, hay que entrar en la Diroes y linchar al linchador, hay que destaparle el cerebro a los esbirros, hay que descoyuntar a los políticos y destruir todo el sistema antes de que el sistema nos destruya.

 Y así antes de irse y de satisfacer su estado emético, Gutiérrez me habla al oído y me dice: “porsiaca ya no soy eso que cuentas, ah, eso fue en otros tiempos que andaba perdido. Ahora estoy en otra nota”. Me mira y yo le digo: sí, está bien. Y el público aplaude y la noche revienta sus bombardas, un patrullero vuela raudo ante un asalto, los ambulantes empujan sus carretones y el olor a fritanga se nos mete por todos lados.  Y así como quien no quiere la cosa nos vamos o nos quedamos para siempre en este Infierno Iluminado a lo Gargantúa y Pantagruel, a lo Antonin Artaud o a lo Giotto o el viejo Brueghel. Santo libro y sanseacabó.

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