A fines de los ochenta, Miguel de Priego se paseaba por la escuela de periodismo “Jaime Bausate y Mesa” declamando un poema de Javier Heraud. Otro día aparecía escuchando a The Doors y nos decía que Mozart era el abuelo del rock. A sus pupilos interesados en la poesía o la literatura los invitaba a su casa. Te decía “tengo algo que quiero que veas”. Y cuando aparecías en la calle Huáscar de Jesús María, te hacía esperar en su salita y sacaba libros en sus primeras ediciones de los vates de su generación. Leía las dedicatorias en voz alta y después sacaba sus poemas de cuando era adolescente.
Y no solo eso, sino que llevaba a escritores al salón de clase: Gustavo Valcárcel, Winston Orrillo o Antonio Gálvez Ronceros venían a contarnos sus secretos y a incentivarnos a escribir. Podía declamar textos enteros o libros íntegros. Algo que he visto poquísimas veces, como cuando me encontré con Jaime Guadalupe, uno de esos personajes limeños y se puso a enunciar de memoria Redoble por Rancas casi completito, yo solo me sabía Los Adioses y Las imprecaciones y uno que otro poema por ahí. Lo cierto es que MMDPCH era uno de esos maestros que no solo podía cambiar la vida de los que lo rodean, sino que te enseñaba a amar la literatura. Te enseñaba a escribir con Azorín de una mano y con Truman Capote de la otra. Y sus clases maestras combinaba el rigor con la libertad absoluta. En el salón de clase podíamos hablar de autores, pero también de política, religión o ideologías. Todo estaba permitido siempre y cuando pudieras argumentar.
Algunos de sus libros fueron: Vallejo, el adiós y el regreso, Abraham Valdelomar, el conde plebeyo, ensayos y reportajes completos, entre otros. Debo confesar que fue MMDPCH quien corrigió mis primeros libros. Sus consejos siempre fueron vitales porque, así como aconsejaba también te decía las cosas como son, sin ambages y sin anestesia y a los desaprovechados escribidores los largaba: ¡dedícate a otra cosa!
Tener de maestro a Manuel De Priego fue todo un lujo, como también lo fue tener al lingüista Hernán Ramírez, al poeta y periodista Hernán Flores, al comunicador Walter Meza Valera, al quenista Alejandro Vivanco, etc.
En esos años, un maestro era eso y mucho más y por eso siempre permanecerán en la memoria.