A inicios de los noventas, luego de un recital en la antigua casona de la ANEA (jirón Puno 421), el promotor literario Juan Benavente y este servidor, bajamos hacia el jirón de la Unión. Como todos los viernes íbamos rumbo al bar “Las Rejas”, un antro de artistas y roqueros que quedaba al frente de lo que hasta hace poco era “El Averno”. Al entrar a la plaza San Martín, como a las 11 de la noche, entre ambulantes, tenderos, delincuentes y gente presurosa, nos encontramos cara a cara con el cuentista Julio Ramón Ribeyro y una dama francesa, una mujer bella, delgadísima, cuyos ojos azules parecían resplandecer en la opacidad de los faroles amarillentos de la Lima nocturna. Mi primera impresión de JRR fue la de un ave, algo así como un gallinazo, orondo, cuya delgadez enfermiza le hacía verse un poco más alto de lo que en realidad era.
Luego de las necesarias presentaciones y apretujamientos de manos, Juan Benavente sacó de entre sus manojos de cuadernos y material educativo el libro “La Palabra del Mudo” y le pidió que lo autografiara. JRR se rió y le dijo lo que era evidente: que ese libro era pirata. Juan trató de barajar el asunto diciendo que no se había dado cuenta y que era un regalo. Intercambiamos algunas palabras, mayormente saludos y cumplidos. Hubo un pequeño intercambio de conceptos en torno a la piratería, y ante la amabilidad de JRR por firmar el bendito libro, terminamos aceptando que la piratería hacía un daño “terrible” al escritor. Juan sonrojado zarpó sediento a Quilca (había un encuentro programado con los poetas de “Aedosmil” de la desasparecida ANEA del cual, alguna vez, fui parte), y le dije a JRR si lo podía acompañar unas cuantas cuadras (tenía que hacerle unas preguntas de rigor y no desaprovecharía la oportunidad), a lo que el maestro respondió que “no había problema. ¿Cómo dijiste que te llamas?”: Rodolfo Ybarra, afirmé. “Ese es un nombre bastante literario, es tu seudónimo o algo así”. No, es mi nombre de pila, en realidad tengo un segundo nombre, y bueno mi segundo apellido que tiene concordancia con la estirpe de Valdelomar. “Mira qué interesante. Y a qué es exactamente a lo que te dedicas. Poesía, cuento, novela…”. Trato simplemente de escribir, casi compulsivamente. No creo en los géneros ni en las fronteras entre poesía y narrativa. “Eso está bien, pero siempre es bueno tener una predilección de género”. Sí, claro, la poesía. “Oye, en verdad te llamas Rodolfo Ybarra”. Salvo que mis padres se hayan equivocado creo que ese es mi nombre, “Rodolfo” por el archiduque vienés “Rodolfo de Habsburgo” quien se suicidó con su amante, la baronesa María Vetsera; una historia de amor que capturó a mi señora madre y, claro la historia de “Rodolfo Valentino”…, bueno, no quiero aburrir a JRR… “No, no te preocupes. A mí me interesan esas historias de familias y los nombres, cómo no…”
Seguimos caminando por el jirón nocturno, pasamos delante de las galerías “Espaderos”. Le dije a JRR que me había comprado un par de zapatos ahí, unos con punta de aladino y de color azul (nunca usé esos zapatos, se los regalé a un poeta de La Colmena quien también los regaló a otro poeta y que, irónicamente acabó en los pies de un loco de la plaza San Martín).
No se me había ocurrido eso del nombre literario, pensé, fue lo mismo que dijo Arturo Corcuera cuando presente “Sinfonía” en lo que era el Peruano-Soviético de la avenida Salaverry; aunque Arturo me dijo que obviara la “V” que era la letra que yo insertaba en el medio de mi nombre: “Rodolfo V. Ybarra” y que es como aparece en “Sinfonía del Kaos” (mi adolescencia de voracidad de aprendizaje no me daría tiempo para andar con letritas oscuras o de entredichos. No sé si le hice caso a Corcuera o simplemente se dio de manera natural el pequeño cambio, por igual esa letrita siempre fue cosa molesta en mis documentos personales).
Oiga maestro, me gustaría hablar de asuntos “más” literarios, le dije con la esperanza de sacarle algo de provecho a ese breve momento en que las coincidencias de coordenadas no tendría porque ser una casualidad. “Dale, no hay problema, ahora estoy paseando pero podemos aprovechar perfectamente este momento”. Cómo no, maestro. Imagino que la dama no se molesta. “Ella no habla correcto español pero no hay problema”. Je no parle francaise, dije, tratando de impresionar con mi pésimo francés. A lo que la señorita francesa dijo en un castellano mal pronunciado: “no-hay-progblema, amigho”. Bueno, está bien. Entonces podemos comer algo por ahí, conozco un restaurant que abre hasta tarde. “No, no, Rodolfo, por estos días estoy un poco delicado, mejor caminemos y vamos hablando. Mejor voy a prender un cigarro. No te molesta, eh”. No hay problema, la calle no es zona pública, aunque con esto de los ambulantes y los nuevos alcaldes, los conceptos como que están cambiando un poco. “¿Y qué haces durante el día, a qué actividades te dedicas…digo, aparte de escribir?” Leer, leer y escribir. A veces voy al cine, también a escuchar un poco de música clásica y teatro, soy amigo o conocido de los Cuatrotablas, de Mario Delgado y por ahí algunos grupos experimentales, me interesa el teatro de Judith Malina, Grotowski y el teatro de la crueldad de Artaud, etc.
Por cuestiones del destino llegamos donde un vendedor de libros en el suelo, y ahí, en una ruma, estaban varios de sus textos en versión pirata. JRR frunció el ceño. Las luces de la plaza de armas empezaban a amainar. Unos policías nos quedaron mirando. JRR me dijo que no los mirara. No le hice caso. Todavía vivíamos las secuelas de la guerra interna y la noche recién empezaba a ponerse interesante.
Continuará.